Lo que de verdad importa

Con más de 5.600 muertos hoy encima de la mesa, decenas de miles de contagiados por el coronavirus, y en el marco de la reclusión domiciliaria de 47 millones de personas, nos enfrentamos a la mayor prueba de nuestra generación.


A estas alturas de la película es evidente que el Gobierno reaccionó mal y tarde, que por negligencia y omisión como poco, minimizó el problema, miró para otro lado, como si ese gesto, el de no mirar de cara la carga de profundidad que se venía encima, pudiera evitar lo que en Italia lleva camino de sumir al país en su peor estrago desde la segunda guerra mundial.

Es un clamor que la actuación ha sido tardía y muy deficiente, que nuestros sanitarios, nuestros policías, nuestro ejército de salvación, se ha tenido que enfrentar a las primeras oleadas a puerta de gallola y sin la protección y los medios adecuados, y también sin que hubiera nadie al volante. Es igualmente un clamor que las irresponsables concentraciones de personas del fin de semana del 7 y 8 de marzo causaron —como una bomba de racimo— una expansión acelerada del virus y son causa en parte de la actual situación de desbordamiento de los hospitales. En plena génesis de la epidemia, medio Consejo de Ministros estaba más preocupado de capitalizar el éxito del ya reprobado 8-M que de afrontar con responsabilidad y sentido común lo que amenaza con ser la ruina de muchos hogares españoles y la tumba de muchos compatriotas. ¿Dónde está la ministra Calvo que decía que nos iba la vida en ir a estas manifestaciones? ¿Se puede ser más irresponsable?

Reproches políticos aparte, es la hora de los ciudadanos que, recluidos en nuestras casas, vemos ahora cómo el sistema de valores oficial era en realidad un castillo de arena, un edificio de naipes, una fachada huera. Una crisis como esta tiene que servir para cambiar las cosas. Y hacerlo de verdad. Los ciudadanos hemos sufrido durante años, atónitos y estoicos, a las preocupaciones de una clase política salpicada de prioridades que en realidad se han demostrado modas absurdas en tiempos como este de tribulación y necesidad: animalismo, independentismo, feminismo de postureo… ley de libertad sexual… que hoy, en la hora de la verdad, con los hospitales haciendo medicina de guerra, decaen por su propio peso. Por no hablar de la factura de la corrupción. Los ciudadanos de a pie, los curritos, los profesionales, los pequeños empresarios, los que sufragamos esta fiesta del estado del bienestar, estamos ya hartos de este carnaval trufado de ismos que no son problemas reales y que consumen un tiempo y unos recursos que ahora hay que buscar de forma arrebatada.

En realidad, esa preocupación prioritaria por cuestiones que a los ojos de todos hoy son chorradas (el sacrificio en la crisis del ébola del perro Excalibur), es una suerte de corrupción moral o una radiografía de la ceguera crónica que ha padecido la sociedad española en estos tiempos de vino y rosas. Y es hora de decir basta. De decir no a la demagogia del arre de un feminismo rancio, radical, de salón, que saca a la mujeres a las calles para pedir derechos pero que se olvidó de dotar a sus enfermeras, a sus médicas, a sus auxiliares, celadoras, a sus guardias civiles, de la protección adecuada. De decir basta a la cesión a los deseos de la casta anima-lista, entregada al becerro de oro de los derechos de los animales mientras promueve el odio en las redes frente a sus semejantes por el hecho de ser cazadores, taurinos o aficionados al circo. Y así sumen y sigan, y descubrirán un centenar de disparates en los que se ha estado dilapidando el esfuerzo y el sudor de todos los españoles durante todos estos años, con el resultado de que en la hora de la verdad nuestros sanitarios se enfrentan día a día a la pandemia con los medios resultado de esta gangrena moral que he denunciado. Doloroso y vergonzoso.

No es tiempo de reproches (o sí), pero sí de reflexiones, y de cambios. Si este cubo de agua helada, si los miles de muertes, y el sacrificio de los hombres y mujeres de la sanidad, no sirven para cambiar las cosas, sinceramente esta lucha no habrá valido para nada, y mejor encuevarse como San Saturio.

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