Crónica de la otoñada

El primer día de otoño, lo amo, amo profundamente al otoño. Primera borrasca atlántica. ¡Por fin! Se ha terminado este sufrimiento de calores agosteños bien entrado ya octubre. He llegado a odiar esa luz mortecina que, con el calor pegajoso tan querido por las moscas zumbonas, parecía querer dibujar una parodia de otoño, una imitación burlesca de su luz.


Pero el cazador pide más, al cazador no le basta con un remedo de luz dorada tamizada por los robles; precisa del agua, del olor a humedad, a tierra mojada, a musgo. El cazador repudia el olor a pólvora, cuando ese olor lo desprende el reseco suelo, cuando las narices de los sabuesos criban tierra, no aire. Pobres perros que trasmutan entonces sus facultades en estériles armas para la lucha contra un nuevo enemigo ahora escondido tras cada mata, menos conocido que el viejo navajero, sí, pero mata más; el golpe de calor. No extrañe al lector que cuando estas notas lleguen a sus manos, aún siendo invierno, uno tenga todavía fresco en la memoria el hartazgo del secarral que hemos vivido en Galicia. Sus incendios terribles y sus embalses vacíos en octubre han resultado desoladores. Es por ello que me he sorprendido recibiendo este primer frente borrascoso, como si de un ejército libertador se tratase. He disfrutado del frío y del agua, pecho a viento, desde los acantilados de Punta Faxilde. Abajo rompía el mar. He sentido en el rostro caricias de humedad y sal, que en otros momentos hubiesen parecido, quizás, desagradables bofetadas. Ayer sábado monteamos infructuosamente el Formigueiro, resultó inadmisible ver tanto rastro de bichería y que sólo se levantase un corzo y una raposa. La verdad es que los que practicamos el monteo a suelta en Galicia nos estamos acostumbrando mal. Hacía ya tiempo que, aunque los calores no respetaban a nadie, no volvíamos bolos del monte. Personalmente no me quejo, mi percha casi me ha salido a corzo por batida. Ya tengo ganas de hincarle una bala del trescientos a un buen guarro de impresionante boca. Será, seguramente, para cuando estas líneas hayan llegado a manos de nuestros pacientes lectores, estoy seguro. También pronto, muy pronto, la Sierra de la Demanda me espera seductora en esta primera cita, la de otoño; la más hermosa. Se me antoja que se pone guapa solo para mí. Se pinta del rojo carmín de los hayedos, se perfuma del aroma libidinoso del musgo, me susurra con el canto de los riachuelos que discurren entre antiguas minas de hierro abandonadas y ,al final, siempre me regala algún bonito lance mientras rompen las ladras y veo los buitres deslizándose con sus afiladas alas en vuelos rasantes casi increíbles. ¿Se le puede pedir más a la caza? Sí, amistad, compañerismo, saludar a gentes que ya se han hecho un referente en mi calendario, como el guarda Carlos, los valencianos, o el alcalde de Barbadillo, a quien cariñosamente apodamos Lehendakari. Eso es caza, lo demás sobra. Las preocupaciones del día a día deben de quedar atrás. En España, por entonces, se estará dilucidando un nuevo gobierno. Espero que tenga fuerza para arreglar este desastre. Mientras, por unos días, nosotros sólo tendremos que pensar en el monte, en la caza, y si preparamos primero el pulpo a la gallega, la paella a la valenciana, o le metemos mano, digo cuchillo, al jamoncito de los compañeros sevillanos. Es la caza, es otoño… y yo, amo profundamente al otoño. Publicado en el número de diciembre de Federcaza
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