Un aguardo con suerte en una baña a la luz de la luna

Aquella mañana de mayo, cuando me desperté, lo hice con una gran alegría, ya que era el día de la apertura de la temporada de esperas al jabalí. Tenía varios guarros localizados y, entre ellos, uno que dejaba a su paso unas huellas impresionantes. Pensé «


 

Llamé a mi primo Adrián para comentarle que me acompañara esa noche de espera y sin pensarlo aceptó la oferta. Aquella tarde la pasé dándole vueltas a la cabeza buscando la manera de abatir ese solitario. Barajaba dos opciones. La primera era esperarlo en una vereda que provenía de la espesura y que utilizaba a diario para dirigirse a los cultivos de la zona, mientras que la segunda opción consistía en esperarlo en una baña que visitaba nada más abandonar su encame para saciar su sed.

Preparé todo el equipo de caza compuesto por el rifle, las balas, la mochila y la linterna junto a algunas viandas que hicieran más soportable la espera. A las 20:30 horas sonó el timbre. Allí estaba mi primo a la hora acordada. Nos montamos en el vehículo y nos dirigimos a la zona de caza elegida la primera noche de la temporada de esperas. Nos ubicamos, en un primer momento, a la salida del monte, en su paso habitual. Conforme fue cayendo el sol, me percaté que el aire no nos era favorable, pero decidí esperar un poco para ver si cambiaba el viento, como pronosticaba la previsión meteorológica.

Eran las 21:30 horas y la dirección del viento no giraba, por lo que decidimos cambiar de apostadero y situarnos en la baña. Nos acercamos sin hacer ruido a la charca, que estaba situada a 500 metros del apostadero inicial, ya que allí el viento nos era favorable. Mi primo no entendía nada, a lo que le dije «confía en mí. Vamos a esperarlo aquí».

Cayó la noche y la luz de la luna iluminaba la sierra. Estábamos posicionados bajo un almendro a unos 100 metros de la charca, contemplando la belleza de la noche en el monte. El cantar de los grillos, el autillo y los búhos animaban la espera. A las 23:30 horas pude oír con claridad el crujir de una rama, a lo que siguió un gruñido. Mi corazón comenzó a latir con rapidez. Ya venía. Era el macareno que estaba aguardando.

Pero se acercaba muy confiado, lo que me hizo pensar que no se trataba del gran macho. Miré por el visor y vi que el jabalí traía compañía, era una hembra y sus crías. Los rayones se embadurnaban de barro en la baña, mientras la jabalina se mantenía vigilante. Permaneció allí durante más de 10 minutos hasta que decidieron marcharse. Mi primo me susurraba al oído ¿por qué no tiras? ¿Qué haces? A lo que le contesté «un cazador no dispara a una jabalina con rayones».

Pasaba el tiempo y el burro no acudía a la charca, lo que me hizo temer que había detectado nuestra presencia. A la 1 de la mañana notamos cómo había bajado unos grados la temperatura y hacía un poco de frío, por los que nos tapamos con una manta mientras nos comíamos un bocadillo, intentando hacer el menor ruido posible.

Después de comer, el sueño comenzó a pasar factura. Mi primo se quedó dormido mientras yo luchaba porque no se me cerraran los ojos. Me decía a mí mismo: Vendrá.

Qué locura la mía, la que nos invade en muchas ocasiones a los esperistas.

Al cabo de una hora y media, a las 2:30 horas, escuché cómo un animal partía con su boca el hueso de una aceituna. Los ojos se me abrieron de par en par. Un jabalí se acercaba a la baña mientras comía las aceitunas que se encontraban en el suelo. Transcurrieron 90 minutos y el animal del que procedían los ruidos no se decidía a acercarse al agua. Como si se tratase de un felino, se aproximó a la baña sin apenas hacer ruido. Podía escuchar nítidamente su chapoteo en el agua, pero no podía ver su silueta al estar tumbado en la charca. Nada más ponerse en pie pude verlo por primera vez a la luz de la luna. Pensé «nada más te va dar una oportunidad».

 

Lo centré en la cruz del visor y disparé

Mi primo, que estaba profundamente dormido, no escuchó ni el ruido de la detonación. Increíble pero cierto. Le llamé y le dije «Adrián, he tirado». A lo que me contestó, «como va ser eso si yo no me he enterado de nada. Es imposible». Aun sin creérselo, hice que se levantara para acercarse junto a mí a la baña. Al llegar allí no había nada. No estaba. Por lo que pensé que no le había dado. Mi primo me decía entre risas «tú lo has soñado».

A unos escasos tres metros del lugar en el que por última vez pude ver al macareno, encontré un rastro de sangre que confirmaba que la bala lo había alcanzado. Seguimos el rastro y a 15 metros yacía muerto. Corrí hacia a él para comprobar si el ejemplar abatido era el burro. Qué alegría cuando me percaté de su tamaño, que superaba con creces el centenar de kilos, y al abrir su boca pude corroborar su impresionante trofeo. Mi primo, entre risas, decía «esto no es un jabalí, es un toro».

Le había ganado la partida. El juego había terminado. Qué gran lance habíamos vivido. A día de hoy, su recuerdo persiste en mi memoria y rememoro su espera cada vez que admiro su trofeo.

 

Los consejos de David Lunático

Amigos esperistas, quiero transmitiros la importancia de no abandonar la espera a las primeras de cambio si pretendéis abatir un gran jabalí. A veces nos sorprenden y entran temprano al puesto, pero en la mayoría de las ocasiones los marranos viejos suelen entrar tarde después de que otros animales hayan visitado la baña o el lugar donde se alimentan.

Os aconsejo, amigos cazadores y amantes de las esperas de jabalí que os estáis iniciando en esta modalidad, que tengáis paciencia ya que, como decía mi abuelo, los marranos viejos se matan con el culo. Aguantando en la silla muchas horas y este lance es un ejemplo de ello.

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