Invoco a los Gigantes

«En las raras ocasiones en que los esfuerzos que vengo realizando en defensa de los animales salvajes han llegado a fatigarme, me ha bastado pensar que la Naturaleza pertenece a los niños para reanudar mi batalla encaminada a la conservación de la fauna».


Estimado lector, tengo una pregunta para usted: ¿Cree usted en los gigantes? Seguramente, extrañado ante tan aparentemente absurda pregunta, responda usted que no.

Vamos a tratar de desgranar el motivo de tal interrogante, que no es otro que rendir tributo a través de estas líneas a los dos mayores referentes morales de la conservación y del mundo rural en nuestro país, ambos y no por casualidad, hijos de la Vieja Castilla, D. Miguel Delibes y D. Félix Rodríguez de la Fuente, cuya filosofía atemporal sobre la esencia del campo y sus cosas, las causas y los efectos de las cosas naturales, especialmente sobre el hombre y el universo del mundo rural, visto siempre desde un prisma integrador, el ser humano que conserva y a la vez preda es parte de ese ecosistema, no un intruso como nos quieren hacer ver hoy en día los movimientos ecologistas

Félix por un lado representa el empirismo en estado puro, la pasión, su obra se basa en la observación pausada de la naturaleza y de sus seres, maestro de la etología y como consecuencia cetrero, cazador, en definitiva.

Su labor divulgativa llegó a su cénit con el Hombre y La Tierra, una serie de documentales sobre la vida salvaje que llegaron a millones de hogares, marcaron una época. No estaría de más que la televisión pública, que por cierto pagamos entre todos, volviese a echar mano de esta obra audiovisual, cuyo contenido es muchísimo más pedagógico que la mayoría de los programas de la parrilla televisiva actual.

Su voz indeleble, ya en el paso del tiempo resurge de vez en cuando en medios audiovisuales cual eco de ultratumba y nos recuerda que la naturaleza y sus actores solo tienen una verdad absoluta, vida y muerte, predador y presa, desmenuzando de esta manera los verdaderos preceptos de la ecología, que no son otros que las relaciones que los seres vivos establecen entre sí, siendo la predación a través de la caza y de la pesca con métodos no masivos pilar fundamental de la misma.

Por otro lado, pero en la misma senda de la cordura, tenemos a Delibes, que representa el sosiego y la reflexión casi filosófica, experto al detalle en convertir la cotidianeidad de la vida rural en arte literario, inmortalizando a sus personajes a través de sus hábitos y costumbres, en una España que se resiste a morir, esa a la que algunos hoy en día llaman «paleta y casposa», esos que no saben distinguir «galgos de podencos», «una rana de un sapo» o «liebres de conejos», pero que no dudan en culpar a los cazadores y gentes del campo de todos los males que aquejan a nuestros ecosistemas y al futuro de los mismos.

De su obra narrativa destacan Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes (magistralmente llevada al cine por Camus), Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje, sin duda todos ellos una buena opción en tiempos de pandemia, pues hasta ahora el único virus que transmiten los libros es el de la sabiduría.

Con el presente y breve artículo solo pretendo invocar el legado de los Gigantes, a través de su obra, para que nos ilumine en esta época de tinieblas y oscuridad de la razón, esta época maldita la que nos hemos visto envueltos las gentes del campo frente esa nueva inquisición urbanita resultado de una nueva sociedad hipócrita, que humaniza a los animales, pero que abandona a sus mayores.

Si estos dos levantarán la cabeza, no me cabe duda, otro gallo cantaría…

«El hombre moderno vive ajeno a esas sensaciones inscritas en lo profundo de nuestra biología y que sustentan el placer de salir al campo». Miguel Delibes.

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