…y capturé un gran trofeo

Instantes antes de que apareciera mi, entonces, gran trofeo, me temblaba el pulso y una maliciosa gota de sudor fría me recorría la columna vertebral cual afilada faca. Mi corazón latía con fuerza de forma sonora y acelerada, tanto fue así, que por unos momentos temí que lo escuchara la futura presa por mí acechada.


En situaciones tales me temblaba, y me sigue temblando, el pulso. Recuerdo con nostalgia cómo entonces siempre aparecía otra gota de sudor díscola que se me colaba por entre el vello de mi ceja izquierda y que me cegaba el único ojo que, en ese momento, tenía abierto. Gota ésta que de joven me nublaba la visión al causarme en el ojo un molesto escozor. Pero ahora, con los años, la pelambrera de mis cejas me ha crecido en la misma proporción que otros órganos me han menguado. Por eso ya no me nubla la vista la dichosa gota esa. En trances tales, se me seca la boca y se me entrecorta la respiración. De aquella, nunca había abatido una presa tal, pero sabía que el éxito radicaba en la total inmovilidad y en saber apretar el gatillo en el instante exacto. El día del lance no era la primera vez en la que, al ponerme nervioso, me aumentaba el peristaltismo de mis intestinos hasta límites incontables. Ahora, cuando soy presa de circunstancias tales, siempre me vienen a la mente las andanzas de un tal Tolomeo del Morrazo… en un retrete Palentino y me entra una risa tonta que, sin venir a cuento, me es imposible contener. ¡¡¡Seré tonto!!! Inconveniente éste que sumado a los anteriores, me hacen pasar muy malos ratos. Pero jamás he desfallecido ante nada ni ante nadie. Todo tiene su tiempo, dice el Eclesiastés. Tolomeo del Morrazo es para mí como un troyano que un día se me coló en la mente y que se activa siempre en situaciones tales. Las andanzas de este sujeto merecen estar escritas con todo lujo de detalles en los anales de la Picaresca Española. Además de los dislates antes citados, me ocurre otro percance que me ha costado más de un catarro, pues los dichosos nervios se manifiestan en todos y cada uno de los milímetros cuadrados de mi cuerpo mediante una generosa sudoración que me deja tan empapado como si me hubiese pillado una tormenta de primavera en pleno descampado. Es por lo que mi mujer siempre sabe cuando he disparado durante mis numerosas esperas.
Así no se puede recechar, pero rececho, y… no estoy descontento de los resultados. Lo confieso sin pudor y sin ningún otro miramiento. En las esperas y recechos todo consiste en saber esperar el preciso instante en el que, con el gatillo al pelo, no haya que hacer más que tocarle. Yo sabía que el motivo de ocultarse mi gran trofeo en acomodo tal, era debido a cuestiones de inspección o por ser perseguido por algún halcón. Por eso, cuando se asomara por el mechinal la futura presa de mis deseos, no lo haría de golpe y porrazo. No. Se asomaría despacio y recelosa durante unos segundos y, si no veía nada extraño alrededor, se marcharía con la prudencia de un ave muy perseguida en mi querida y siempre añorada Tierra de Campos. Esos segundos quedos son los que yo tenía que aprovechar para disparar. Pero el arma más querida y rentabilizada de toda mi vida, era grande. Muy grande. TREMENDA PARA MI ENVERGADURA. Tanto fue así, que de no haber contado con el debido apoyo en la ya desgastada argamasa de ladrillos romanos, no hubiera podido sostenerla en mis manos durante tanto tiempo; y menos, apretar el gatillo en su debido momento. Para el lance que hoy nos ocupa, yo, disponía de una carabina corriente de aire comprimido que, cuando tenía siete años sin cumplir, me regaló mi tío Benito, ahora ya fallecido. La paloma zurita entró en el mechinal sabe Dios porqué, pues precisamente ese daba a la bóveda de la Iglesia de Fuente Andrino (Palencia), mi pueblo natal, del que por pobre, tuve que emigrar a Euskadi. Santa iglesia donde: me bautizaron, hice mi Primera Comunión y hasta me Confirmaron. Santa iglesia que hoy está abandonada y en ruina casi total como cientos y cientos de mi Tierra natal.
Yo sabía que no había nada en ese mechinal. Pero sabía que aun cuando las palomas domésticas podían volar por la bóveda de la Iglesia y salir por otro lado, las zuritas, por regla general, siempre salían por donde habían entrado. Por eso la esperé en circunstancias tales. Los segundos que transcurrieron me parecieron de una indescriptible eternidad. Pasó por mi mente lo divino y lo humano. Pero hubo un momento en el que acerté a disparar. Luego, se me quedó la mente en blanco mientras la paloma: caía… caía… y caía… desde la última línea de mechinales con las alas entreabiertas dando un pelotazo en el suelo que me puso fuera de mí. Desde entonces, no hay mechinal en lugar alguno que no escrute con mis ojos y trate de adivinar lo que hay dentro. Los cazadores de élite me disculparán, pero el lance que les termino de relatar es uno de los más importantes de mi vida. El que dejó en mí una honda huella y el que no lo cambiaría ni siquiera por el de ese jabalí medalla de oro abatido en Bozoo (Burgos) el día 25-08-2001, cuya valoración fue de 118,35 puntos. Precioso trofeo que no fue llevado a IFEMA como el record de Castilla y León de ese año por la mala organización y peor gestión de la Junta Nacional de Homologación de Trofeos de Caza. USTEDES ME PERDONARÁN SI LES DIGO QUE: A un castellano de Tierra de Campos como yo, desde niño le enseñaron dos cosas. La primera, es que no se debe de disparar jamás a la liebre en los pueblos donde haya galgueros. Y la segunda, y no menos importante, es que disparar a una paloma doméstica en el campo o en cualquier lugar, es como disparar a una gallina. ESO ES ROBAR. Pero las zuritas era otra cosa. A las zuritas las perseguíamos sin piedad. Y si me lo permiten, hasta nos ensañábamos con ellas, pues llegaban en tremendas bandadas en invierno, se colaban en los palomares y se comían el suplemento con el que teníamos que alimentar a las nuestras en unos preciosos palomares que arreglar, ya está arreglando alguno la Junta de Castilla y León (POCOS). Son preciosas construcciones románicas, pero ya apenas hay palomas en ellos como consecuencia de las simientes letales con las que hoy en día se siembra. Mortandad vista y consentida por absolutamente todos los agentes sociales relacionados de forma directa o indirecta con el CAMPO.
Las palomas de los grandes pueblos y ciudades de todo nuestro Solarón Patrio hacían las delicias de los cazadores más humildes cuando allá por septiembre, sentían esa reminiscencia ancestral de salir al campo y lo hacían, y lo siguen haciendo, en grandes bandos, pero ahora los alrededores de las ciudades son ZONAS DE SEGURIDAD donde no se puede cazar. Lo afirmo y lo subrayo, porque también tengo evidencia documental. Otro palo a nuestros mayores más humildes. ¡¡¡Seguid dándoles, malvados!!! Mi palomar volvió a su matriz, que es la Tierra de Campos, tierra arcillosa con la que se construyó no se sabe cuándo. Pero mi palomar está grabado a fuego sobre mi mente y —por si acaso se me borra— lo recorro de vez en cuando virtualmente. Pobres palomas domésticas (muy mixturadas), en las ciudades se las mata por matabichos profesionales y en el campo se las envenena con los venenos de los cereales. Los ecologistas (ecolojetas) no protestan por los miles de palomas que momentos después de ser alimentadas por solitarios ancianos de este nuestro Ruedo Ibérico, son vilmente asesinadas por gente sin alma que no pierde la calma ante acciones de tan baja estofa. ¿Por qué en vez de asesinarlas cobarde y vilmente no las llevan a los palomares de Tierra de Campos? Ya, porque las matarían los venenos y porque —por el momento— los depredadores con: perdices, avutardas, sisones y demás aves terreras, ya tienen bastante. ¡¡¡Acabáramos!!! En otra ocasión les escribiré de cómo y porqué están desapareciendo hasta los pardales de nuestro Solarón Patrio. ¡¡¡Cobardes!!! ¡¡¡Miserables!!! ¡¡¡Insensatos!!!
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