Cisco en el monte

El colectivo de cazadores ha propuesto al Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente que la nueva —y quizá demasiado ambiciosa— Ley de Montes incluya una regulación del uso de los montes durante las cacerías.


El problema se produce cuando en un mismo espacio, el monte, concurren monteros, seteros, ciclistas y senderistas en un mismo día. Por no hablar de los quads, vade retro. Los cazadores se quejan de los demás y los demás de los cazadores. Incluso ha habido algún muerto y algún herido en batidas del norte de España. La cuestión ha incendiado las redes sociales y algunas páginas webs y ha puesto en pie de guerra a la tribu de los senderistas con los cazadores. El conflicto está servido y la polémica a pie de calle. Éramos pocos y parió la abuela. Lo se plantea como una solución o una ordenación de los diferentes aprovechamientos se convierte, como casi todo en España, en un cisco. El escenario, las sierras españolas. Lleva razón el Juez de Menores Emilio Calatayud cuando dice que en España no tenemos término medio, pasamos de un extremo a otro sin paradas. De no tener nada que regule los usos en el monte y la convivencia de aficiones en un mismo terreno de juego, la propuesta que se hace es la de regular que cuando haya una cacería o el ojeo no haya un señor en medio de la batida cogiendo setas o pedaleando en la mountain bike. Se trata de una cuestión de seguridad de los usuarios del medio. También de sentido común. Y de respeto. Quienes saben algo de campo, conocen que una mancha de 500 hectáreas se bate una vez al año. Es decir, por trescientos sesenta y cuatro días que tiene el señor de las setas o el senderista para ir a pasear por el monte, en ese monte se celebra un día al año una batida sobre ciervos y jabalíes. Quienes saben algo del asunto saben que las poblaciones de especies de caza mayor no han parado de crecer en España en los últimos veinte años y que, cito a José Luis Garrido, «si no existieran los cazadores habría que crear un cuerpo de funcionarios, el Cuerpo de Cazadores del Estado». La cosa es simple: sin caza, jabalíes y ciervos arruinarían las cosechas, y no permitirían circular con seguridad por las carreteras. Además, serían un problema para la vegetación y la transmisión de enfermedades al ganado como la tuberculosis aumentaría. A mí la polémica, como casi todas, me parece sobre todo peligrosa y estéril. Peligrosa porque convierte en problema lo que hasta ahora no lo era, echa leña a la pira que hay encendida contra la caza, y porque pone en prevengan a un colectivo silencioso y que da poca guerra como el de los senderistas. La polémica sólo puede resolverse sobre la base de las palabras de Guillermo Palomero, Director de la premiada Fundación Oso Pardo, «en el monte tiene que haber sitio para todo el mundo». Los aficionados a las setas, al senderismo, a las bicicletas de montaña se han convertido en legión en los últimos diez años. Tienen todo el derecho a estar y a disfrutar del campo. Los cazadores, aunque en regresión numérica, son también centuria o cohorte y también tienen derecho a disfrutar del medio y de su actividad, la caza. Y no pasa nada porque quienes pagan por ese aprovechamiento a Ayuntamientos y propietarios puedan, un día al año, dos o incluso tres, estar disfrutando de su afición y hacerlo en condiciones de seguridad y de tranquilidad para todos. Se trata de la vida de la gente y su integridad, de convivir. Nada más. Si la caza es cruel o no es cruel. Si los cazadores somos asesinos o no es otro debate. Estéril, absurdo, vacuo, falaz, latente. Pero otro cuento. Regular en términos razonables el acceso al monte, propiciar la seguridad de sus usuarios y fomentar el respeto recíproco entre ciclistas, cazadores, seteros… no es prohibir ni es priorizar. Mucho menos excluir. Cualquier regulación desde luego se debe hacer teniendo en cuenta esas premisas, templando gaitas y con mucha mano izquierda. Convenciendo y convencidos. Los ciscos, los circos y los guirigáis con malas compañías y peores consejeros.
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