Agricultura y caza

Vamos a tratar de analizar los motivos reales por los cuales el agricultor lleva a cabo prácticas contrarias al desarrollo de la fauna en su sentido más amplio.


En principio habremos de tener presente que en la mayoría de los arrendamientos de los cotos de gran parte de España, existen tres personajes que intervienen de una manera u otra en nuestro arrendamiento. Estos son: el propietario de las tierras, el agricultor y el ayuntamiento de la población en cuestión. El propietario es en muy raras ocasiones agricultor en ejercicio, por lo que la mayoría de las veces tiene sus tierras cedidas a un agricultor en activo que explota sus parcelas, la mayoría de las veces por un mínimo intercambio económico, como puede ser el pago de la contribución. Es decir, los beneficios de la explotación económica de la tierra y el destino de las subvenciones no van a parar al propietario de la misma, sino que se ven desviados hacia otro destino. El agricultor es el que realmente pone en explotación ese capital ajeno, como ocurre en la mayoría de las veces, y es el que realmente incide positiva o negativamente sobre la caza con sus prácticas. Sin embargo, raras veces obtiene beneficio directo alguno por la cesión del aprovechamiento de la caza, por lo que es difícil exigirle responsabilidades. Los ayuntamientos son normalmente los grandes beneficiados por la actividad de la caza, porque a ellos van los ingresos por este concepto, y sin embargo, no tienen la menor relación con la tierra, ni con el que la gestiona, ni con la manera en que se hace esta gestión agrícola. Por todo ello, se observa claramente que uno de los orígenes de este problema está en que ni el propietario del substrato donde se crían las especies de caza, ni el que maneja o transforma el medio, se ven afectados directamente por las implicaciones de sus acciones para con la caza. Aquí reside uno de los fundamentos básicos de la situación actual. El ayuntamiento percibe unos ingresos que están basados en un medio que no es de su propiedad, ni tampoco actúa sobre él en ningún sentido, ni perjudicial, ni favorablemente. Hay que tener en cuenta que en muchas poblaciones de España, los ingresos por la caza son, con mucha diferencia, las mayores entradas dinerarias con origen en manos privadas que existen en la partidas presupuestarias de las corporaciones locales. Sin embargo, el que en el ayuntamiento entre este caudal económico no supone que el responsable real se aproveche ni tan siquiera indirectamente de esto, ya que el agricultor o el propietario pueden vivir en municipios distintos, por lo que ellos, que son quienes generan la base para que la caza prospere, pueden ver como estos beneficios pasan delante de ellos hacia terceras personas sin recibir nada a cambio. Por otro lado, aún en el caso de que residan en la población afectada, la lógica dicta que no tendrían que compartir esa renta que ellos generan con los demás, ya que no están relacionados con la generación de este recurso. El no ser partícipes de estas rentas provoca que en realidad al causante directo del deterioro del hábitat, no le importe en absoluto lo que ocurra. Por todo ello nos encontramos con los problemas que causa el contratar un arrendamiento con quien realmente no debería tener derecho a actuar como arrendador, ya que en realidad procede por delegación de los arrendadores reales. Estoy de acuerdo en que sería bastante difícil reunir por nuestra parte a todos los agricultores y propietarios, ponerles de acuerdo y coordinar el proceso, pero la solución pasa por distribuir esos ingresos entre quien objetivamente los merece, aunque el ayuntamiento obtenga una participación de los mismos, que posteriormente se reviertan en la comunidad. Una vez estuviéramos en la situación mencionada, por la que los agricultores, que son los que verdaderamente producen o destruyen riqueza cinegética, percibieran el justo valor de esta producción secundaria; entonces podríamos comenzar a trabajar. Hasta entonces todo lo que hagamos no servirá de nada, y tan sólo se quedará en un simple aumento de nuestros gastos para comprar supuestas mermas en las rentas por acciones tales como respetar franjas sin cosechar, mantener la paja sin recoger, etc. En esta nueva situación se habría de definir contractualmente la situación de partida del hábitat a arrendar como coto de caza. Definir extensiones aproximadas de cada tipo de cultivo, porcentajes de rastrojos y barbechos, porcentajes de cultivos de secano y regadío, técnicas fitosanitarias y sus productos, fechas de recolección, modo de recolección, períodos de pastoreo y otros aprovechamientos secundarios, disposición y tamaño de las parcelas, conservación de lindes y un largo etcétera, que casi todos conocemos, a pesar de lo cual convendría estar asesorado por un experto en la materia. También convendría fijar un coste equivalente para cada uno de los factores contemplados, aunque sea en grandes apartados sin detallar en exceso, para que en caso de cambiar las condiciones, este cambio tenga una repercusión en la renta a percibir. Pero esto le puede sonar a música celestial a más de uno porque no nos fijamos o comparamos con situaciones parecidas de nuestra vida cotidiana, como puede ocurrir con un local comercial, una oficina o una nave arrendada para llevar a cabo nuestra actividad comercial, profesional o industrial. Es evidente que el propietario o arrendador no es responsable de la marcha de nuestro negocio, pero si que lo es sobre aquellos aspectos que dependiendo de estas instalaciones puedan afectar al mismo. Si estos problemas impiden el correcto desarrollo de nuestra actividad, las condiciones no son las adecuadas y nos afectan negativamente, incluso hasta hacer peligrar la actividad por la que se estableció el contrato ¿qué hacen Uds.? ¿Por qué no hacen lo mismo con su coto? Cuando arrendamos un coto sólo arrendamos el derecho a cazar, pero si el propietario o agricultor actúa en contra de la propia actividad por la que se estableció el contrato, deberíamos reaccionar en consecuencia. Pero hasta ahora hemos dejado de lado otro origen palpable del problema. Uno de los pilares de su economía son las subvenciones. Las subvenciones se generan a partir de las contribuciones que todos los ciudadanos hacemos en forma de impuestos. Sin embargo, no hay que perder de vista que estas mismas subvenciones provocan que los agricultores lleven a cabo prácticas indeseables para la fauna, y no sólo hablo de la fauna cinegética, ya que hablo de toda la fauna en su sentido más amplio. Existen muy variadas especies que se asientan y se reproducen en hábitats agrícolas, y sufren año tras año las consecuencias de actividades que están subvencionadas por todos. Si el medio ambiente es una preocupación actual prioritaria en las sociedades de los países de nuestro entorno, no acabo de entender como con el bolsillo de todos se promueven y pagan acciones tan dañinas para las especies animales, incluyendo a las especies protegidas. En este caso también se debería establecer un gradiente de subvención, en función de las prácticas más o menos respetuosas con el medio y sus poblaciones animales. EL PROBLEMA EN LA PRÁCTICA Lo expuesto hasta ahora no son más que las razones últimas o de base que provocan este tipo de agricultura. Sin embargo, los cazadores se preguntan muchas veces los motivos por lo que los agricultores llevan a cabo diversas técnicas o labores en los campos, que tienen una incidencia tan negativa, desconociendo los argumentos o motivaciones para las mismas. Una de las preguntas más frecuentemente formulada, es la razón por la que el cultivo de cebada está mucho más extendido que el del trigo, dado lo negativo que es áquel cultivo para la fauna cinegética. La explicación es compleja y abarca muchos aspectos. En primer lugar, se trata de aplicar las cuotas por cultivo que le tocan a cada país, según los repartos globales efectuados en la UE, y ésta a su vez por la negociaciones con terceras organizaciones mundiales. España es un país cálido, por lo que, sobre todo en su mitad sur, el cultivo del trigo corre peligro de asurarse. Debido a esto es políticamente difícil, en nuestras latitudes, defender frente a países más frescos una cuota de trigo superior. El asurado es un fenómeno por el cual el calor detiene el desarrollo del grano cuando está cuajando, cuando aún está “en leche”, por lo que se queda en un grano deforme, arrugado, pequeño y sin densidad. El trigo tiene un ciclo de producción ligeramente más largo que la cebada, por lo que el agricultor tiene un mayor período de maduración de su capital circulante. Para los que no estén introducidos en la economía de la empresa, el capital circulante son los bienes que están invertidos en la producción de la empresa. Esto es, materias primas, componentes, energía, etc. que son necesarias para el ciclo productivo. El período de maduración es el tiempo que tenemos estos recursos asignados a esta producción hasta que vendemos el producto terminado, y podemos recuperar estos recursos. También es cierto que cuanto menos tiempo esté la cosecha en el campo sin recoger, menos riesgo tendremos de perderla por accidentes meteorológicos. No hay que perder de vista que las investigaciones agronómicas siempre tienden a conseguir variedades de ciclos más cortos, por estos motivos. Sin embargo, esta es una de las cualidades fundamentales para hacer del trigo uno de los cultivos más beneficiosos para la caza. El tener un ciclo más largo hace que se coseche después y permita que los nidos lleguen a eclosionar, e incluso que las polladas estén más desarrolladas y con más capacidad de escape ante la cosechadora. La cebada es un alimento rasposo y poco deseado por animales de pequeño y gran porte. Esa es una de las razones por las que en zonas donde abunda la caza mayor, en especial jabalíes, el trigo está ausente, ya que sería apostar por daños seguros. Los costes de implantar una hectárea de cebada o de trigo, son prácticamente iguales, pero, sin embargo, en casi toda España la cosecha de trigo por hectárea es inferior a la de cebada. Si el precio de venta es prácticamente igual, saquen Uds. sus propias conclusiones, pero no olviden que los precios son fijados políticamente. Otro de los grandes problemas es la monotonía de nuestros campos, que presentan en regiones enteras un monocultivo omnipresente. La razón es económica también. El alternar tipos de cultivos en la mayoría de nuestras explotaciones agrícolas, que suelen poseer un tamaño medio o pequeño, supone la adquisición de costosos equipos y aperos de labranza, que son cada vez más sofisticados, pero imposibles de afrontar dada la escasa superficie donde habría de ser aplicado. El agricultor opta por poseer sólo un equipamiento para un solo cultivo. Añadamos a esto la pérdida de lindazos y riberas, que hasta hacen difícil discernir cuando estamos en una parcela u otra, y cuya combinación con el factor anteriormente expuesto, es altamente destructiva. Las lindes y acirates se suprimen porque son superficie improductiva, agrícolamente hablando. Otra barbaridad es la forma en que se cosecha en la actualidad. El peine de la cosechadora apura al máximo, y he llegado a ver la cara de desesperación de más de un propietario de cosechadora ante la insistencia de algún un agricultor exigiéndole un corte más raso, cuando le habían contratado a un precio por hectárea, que no le ha sido nada beneficioso, porque ha perdido mucho tiempo en ajustarse a la altura de corte requerida. Y es que la paja ahora vale mucho dinero, ya que su precio por kilogramo es casi una tercera parte que el del grano. Antes era un subproducto cuyo única función era restituir materia orgánica al suelo, y proveer de pasto al ganado. Ahora es una segunda producción en toda regla. Por otro lado la paja es un problema si sembramos todos los años la tierra, porque casi de inmediato hay que arar para establecer el nuevo cultivo, y la paja deja muy hueco el suelo, por lo que corre peligro el enraizamiento de este nuevo cultivo. Se podría solucionar con aportaciones de nitrógeno, que provocan la actividad de los microorganismos encargados de procesarla, pero es más fácil usar la cerilla y cosechar bajo para que quede poca en el terreno. Debería estar prohibido en todo tiempo y condición quemar los rastrojos. Otra de las barbaridades más usuales, y provocada por las exigencias de los organismos que rigen las subvenciones, es la obligación de disponer barbechos marrones, justo cuando más negativos son. La verdad es que desconozco los motivos reales de esta política, pero me inclino a pensar que así es más fácil discernir en las fotografías aéreas, que se efectúan para controlar los cultivos de los subvencionados, qué terrenos realmente están cultivados y cuales no. También he oído preguntar a cazadores las razones por las cuales una parcela recibe tantas pasadas de tractor al cabo de una campaña. Aunque es cierto que algunos agricultores prodigan en exceso las labores, y por tanto, el pisoteo por el tractor, la verdad es que afortunadamente las nuevas técnicas de laboreo suelen evitar cada vez más esto. La razón es clara bajo la perspectiva económica. El tractor y sus costes de funcionamiento son uno de los bienes de equipo más caros. El pisoteo de la tierra es por un lado bueno, y por otro malo. El pisoteo evita las pérdidas de agua debido a que rompe la capilaridad superficial. De hecho ese es uno de los motivos por los cuales se pasa el rodillo después de sembrar. La parte mala está en que apelmaza el terreno que luego hay que esponjar con labores muy profundas y agresivas. A mi me parece que la realidad es que nos tomamos el medio ambiente con cierta importancia siempre que se trate de actividades industriales, infraestructuras o incluso durante el disfrute de la naturaleza en sus diversas modalidades, como por ejemplo en la caza, que es observada atentamente por todos, pero nadie se fija en la agricultura, ni existen vínculos entre los organismos que rigen la agricultura y el medio ambiente, y la agricultura es una de las actividades humanas más transformadoras del medio. Pero la agricultura no interesa a los ecologistas, la agricultura provee de materias primas, coloca a mucha gente y además su colectivo es potencialmente molesto.
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