Los tiempos

Hago un inciso y vuelvo la vista atrás. En ese repaso mental, en ese instante tácito de reflexión, vienen a mi memoria otros tiempos, otras costumbres y otros métodos ya olvidados o trastocados a través del tiempo y la tecnología, actitudes que han cambiado a fuerza de innovación y técnica.


Así, recuerdo aquellos viajes estivales, seis personas, un Seat 124, otras tantas maletas encima del capó o del techo, ya que en el maletero viajaban las mascotas que no se podían dejar durante tanto tiempo desatendidas. Quien dice mascotas generaliza, pero, en el caso de una familia cazadora, solía ser la collera de perros que durante el resto del año nos acompañaba en casa y nos brindaba esos lances maravillosos a la menor; no había excusas, ellos también tenían vacaciones. Ahora, para llevar a seis personas hace falta un monovolumen; además, si alguna de ellas es menor de doce años hace falta una sillita especial que, normalmente, ocupa no una, sino dos plazas; las maletas no pueden sobresalir 20 cm de la altura del vehículo y eso siempre que lleve una baca homologada de serie. Y lo de llevar los animales sueltos en el maletero, por muy hermético que esté el compartimento, nada de nada, trasportín y homologado. La educación entraba en la mayoría de los casos a fuerza de palos; ahora, el maestro va a psicólogos porque los niños lo maltratan. Jugábamos a todo tipo de juegos en la calle, no teníamos móvil y solamente acudíamos a casa cuando se encendían las luces; nos pegábamos entre nosotros todos los días y nunca pasaba nada, ahora es raro el niño que con doce años no tiene alguna denuncia en su contra. Todo ha ido cambiando, unas cosas para bien, otras para menos bien, pero, en líneas generales, adoptando unos patrones que han ido avanzando con la tecnología facilitándonos las tareas. Y, al volver esa mirada, la caza no se queda atrás. Ahora nos molesta que caigan los perdigones de plomo en el agua de charcas y pantanos, cuando llevamos toda una vida bebiendo de tuberías de dicho material. Han ido apareciendo medidas y normas nuevas que, acertadas unas y menos acertadas otras, han ido haciendo o intentando hacer mejor la labor, tanto de la administración como de las autoridades, en detrimento de una libertad implícita del cazador que, asumiendo el gasto en unas ocasiones y la nueva actitud en otras. ha ido adaptándose a los cambios. Así, apareció el chaleco fosforescente en muchas comunidades, el echar metros entre posturas, el evitar rayas aprovechando accidentes naturales y un sinfín de medidas; pero, aún así, año tras año y tristemente, he de decir que nada ha cambiado. Año tras año se siguen sucediendo de nuevo los mismos accidentes, las mismas muertes. Muertes ocasionadas, en su más inmensa mayoría, por un denominador común, ‘las ansias’, apretando un gatillo que no tiene vuelta atrás. Ante esto, y de actualidad, está el último accidente ocurrido en un aguardo, aguardo sin luz artificial, aunque en plena luna llena, ya que en Extremadura está prohibido su uso, un uso tabú debido a un denominador común, el furtivismo, lacra que no nos abandona y que, tristemente, seguirá impidiendo normas tan necesarias como el empleo de luz en los aguardos, debido a su mala utilización por este colectivo. Tal vez si ese hombre se hubiese visto envuelto por un haz de luz se podría haber defendido, lanzando un grito a la desesperanza, tal vez un disparo no hubiese segado su vida, tal vez… Mientras tanto, seguiremos con nuestras distancias a cotos vecinos, nuestros supuestos rumores de salidas solamente cuando la luna llena alumbre el campo o mil historias más, que no pondrán fin a estos accidentes, ya que lo que es necesario es necesario. Es una necesidad que nuestro colectivo, el de los aguardistas, no nos cansamos de solicitar y que la administración no termina de escuchar. Ante esto, solamente me queda aquel viejo anuncio o lema de la DGT: «Las imprudencias se pagan, cada vez mas».
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