Los años o los daños
Hace muchas primaveras en las que cada vez que salgo de caza he dejado de ver trofeos con los que, en vez de contentar mi ego, busco llenar mi alma. Deben de ser los años…
Ya no me quita el sueño ese gran macareno que me visita en mis noches previas a salir de caza, ni vuela mi imaginación hacia ese gran corzo que aparece en la siembra.
Llevo años en que mi forma de ver la caza ha tomado otro rumbo, en el que busco mi superación personal con los lances más difíciles, en los que ya no veo un trofeo, sino una nueva forma de cocinar esa pieza, en el que predomina la calidad del abate a la cantidad. Deben ser los años lo que hace que mi forma de encarar una jornada de caza sea distinta a la de antaño. No digo que lo que antes hacía no me llenara, por supuesto que sí, a nadie le amarga un dulce, y contemplar mi pared con esos grandes trofeos me resulta gratificante. Si mañana abatiera uno, para nada estaría triste.
Pero la sensación de sufrir en un rececho, en ganarle la partida al corzo llegando hasta casi tocarle con la mano para después decidir si aprieto el gatillo o no, me llena mucho más que conseguir una medalla disparando a 300 metros. El decidir qué voy a cazar, ya que mi nevera anda escasa de la deliciosa carne de una especie determinada, me resulta más gratificante que cazar por cazar.
Con el tiempo me he dado cuenta de que cuando era más joven competía por superar a mis maestros cinegéticos, quería ser mejor que ellos, superarles en cada jornada, sin darme cuenta de que mientras yo hacía eso, ellos disfrutaban de la verdadera esencia de la caza y no de las perchas que conseguían. Que para ellos era más importante disfrutar del conejo que cazaban en un buen guiso junto a sus amigos, que la caza que llevaban a la junta. Ahora ya entiendo la sonrisa cada vez que les decía que eran muy malos ya que un niñato les superaba. Sonrisa de sabios, ya que con ella me decían que aún no entendía lo que era la caza. Y qué razón tenían, la caza es sufrimiento, alegrías, amigos, respeto, frustración, superación, gestión, y muchos más valores que están muy por encima de una percha abultada o una pared llena de trofeos magníficos. Qué iluso era cuando no sabía leer esa sonrisa complaciente que me ponían y que remataban con esas palabras: «muy bien chaval, pero aún no sabes lo que es cazar».
A día de hoy tampoco creo que sea un magnífico cazador, ni lo pretendo, pero sí puedo decir que disfruto tanto o más indultando una pieza como abatiéndola, regresando a casa con las manos vacías sabiendo que me ganó la partida el cochino y que mañana podré regresar a buscarlo.
Investigar nuevas formas de cocinar las piezas abatidas buscando la esencia y, sobre todo, de poder disfrutarlo con amigos y clientes. Sí, definitivamente creo que me hago mayor.
Os dejo una pequeña receta para rememorar en vuestra memoria el lance que os dio esa pieza.
Para estos calores debemos de consumir productos frescos y con gran aporte de líquidos que nos permita hidratar nuestro organismo. Una deliciosa forma puede ser una ensalada de lechugas variadas, con unas tiras de lomo de jabalí escabechado y tomates.
Cortamos nuestro lomo de jabalí en medallones de 2-3 centímetros de ancho para después volver a cortarlo en forma de tiras de la misma medida. Los saltamos en aceite de oliva hasta que estén dorados junto a unos dientes de ajo y unas hojas de laurel. Cuando esté dorado, añadimos una zanahoria, una cebolla, un puerro cortado en juliana y dejamos pochar a fuego lento.
Cuando la verdura está blandita, y antes de empezar a tomar color dorado, añadimos por cada vaso de vinagre tres de agua, hasta cubrir por completo la carne. Dejamos cocer a fuego lento hasta que nuestra carne esté blandita. Sobra decir que podemos poner unos granos de pimienta y sal a gusto. Una vez tenemos el escabeche, conservamos en frío y yo recomiendo tomarlo a partir de las 48 horas en la ensalada.
¡Buen apetito!