No se fomenta la caza natural

Hace unos años escribí un artículo en la revista de la Asociación de Cazadores y Pescadores Vascos (Adecap) titulado «No nos quieren en el monte». En él venía a decir que cada día era más evidente que a la Administración, a los grupos ecologistas, y por ende a la sociedad en general, les gustaba menos nuestra presencia en el monte, en el campo.


Pero no en «cualquier monte», había un matiz: esa aversión era directamente proporcional con el estado de conservación que tuviese ese terreno y al salvajismo de las especies que lo habitaban. Es decir, que un cazador destripando terrones en medio de una concentración parcelaria y pegándole tiros a perdices de granja recién soltadas no parecía molestar tanto como que ese mismo cazador estuviese haciendo lo mismo en medio de un paisaje paradisíaco con caza salvaje. Conclusión: que la caza más auténtica y apasionante, la de verdad, practicada en lugares virginales y sobre especies salvajes, no dejaba de sufrir recortes y complicaciones, haciendo dura y penosa la acción del gestor, mientras que la caza intensiva contaba cada día con más bendiciones. Dicho de otra forma: la sociedad quiere que nos bajemos del monte más genuino que nos queda, dejemos en paz a los animales salvajes que viven en él y nos entretengamos con los animales de granja que nos suelten en cualquier erial o bosquete bien delimitado. El decreto que prepara la Junta de Castilla y León sobre la caza intensiva es un ejemplo más que confirma lo que escribí hace años y lo que cada día parece más evidente. El decreto pretende que en cualquier coto de caza se pueda hacer, además, caza intensiva, soltar especies de granja y «cazarlas». No estoy en absoluto en contra de la caza intensiva, y hasta me parece bien siempre que se cumplan de verdad dos contrapartidas: que se fomente de igual modo, o más si cabe, la gestión natural de los cotos, y que se controle de verdad la sanidad y la genética de todo lo que se va a soltar, cosa que nunca se ha hecho por mucho que lo pregonen las distintas leyes autonómicas. Fomento de la gestión natural permitiendo un efectivo y valiente control de predadores, incluso protegidos si se comprueba que son demasiados para el ecosistema; permitiendo desbroces selectivos y otras mejoras de hábitats; estableciendo ayudas agroambientales que frenen prácticas agrícolas y ganaderas agresivas y, en definitiva, premiando la gestión cinegética natural con ayudas, descuentos fiscales o el simple reconocimiento público. Esto por un lado. Por otro, que lo que se suelte tenga instinto salvaje, no esté enfermo y no sea un híbrido. Sé que la Real Federación Española de Caza cuenta con un estudio sobre la genética de las perdices que tenemos en nuestros campos que pone de manifiesto una alta hibridación de perdiz roja con chúkar, perdices posiblemente de procedencia francesa. No dudo que la caza intensiva sea mucho más rentable para más gente, de que genere quizá más puestos de trabajo y sea un oportuno sucedáneo en determinados momentos. En definitiva, que pueda ser un estupendo motor para el desarrollo rural. No lo dudo y como tal debe fomentarse, pero controlando de verdad a los animales que se vayan a soltar y, por supuesto, que la caza intensiva no termine asfixiando a la caza natural, que es la genuina, también da riqueza y ayuda bastante a conservar la naturaleza que nos queda.
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