Instinto

Últimamente, nuestro instinto cazador se está viendo transformado en instinto de supervivencia. Hay que extremar el cuidado, aún más si cabe, con los disparos, porque los duendes de la desgracia se están cebando con este colectivo. Algo pasa, exceso de confianza, estupidez o ineptitud de quien ubica los puestos… El caso es que ya son demasiados accidentes mortales.


De todos modos, me atreví, con ciertas reticencias, a llevar a mi hija a una montería que preparábamos nosotros, por lo que podía colocarme en una zona sin peligro, aún a riesgo de que no pudiésemos ver nada. Nos colocamos en una garganta, fuera de la mancha, donde podríamos ver algunos animales que saliesen de ella ilesos, ya que era un buen escape y retranqueábamos a un puesto que, con sus disparos, nos avisaría de las carreras con suficiente antelación. La niña soportó bien el madrugón y, aunque es de poco comer, se arrancó en las migas con los torreznos y no protestó ni molestó ni hizo nada de lo que cupiese esperar de una personita de seis años. Durante el lento proceso de la colocación de los puestos tampoco protestó ni dio sensación de tedio, cansancio o hastío, a pesar de que muchos de los mayores, sobre todo en las monterías, protestamos por todo. Fuese por lo que fuese, mis esperanzas de un futuro venatorio junto a mi hija iban acrecentándose, emulando así a mi admirado Paco Basarán que ha hecho de su prole femenina un ramillete de Señoras de la caza. Covadonga nos siguió por los trochiles como si ello fuese consustancial con su naturaleza, se sentó en una piedra detrás de mí y no se movió nada más que cuando yo demandé su atención sobre unas ciervas que nos pasaron. El apogeo de mis ilusiones llegó cuando aparecieron los perros y me pidió irse con Goro y con ellos. Ahí sí que se dispararon todos mis sueños ya, tras aquella petición, me veía disfrutando de los lances monteros de mi bebé gigante. Me comentó que había unos árboles que estaban feos, apunte: «Podar las higueras de la vega». Me dijo que había muchos baches en el camino, apunte: «Pasar la máquina por el camino de los enebros». Me preguntó el motivo por el que se veían menos perros por un lado que por el otro, apunte: «Reforzar las rehalas de la mano alta». Y así seguimos, ella en sus aptitudes innatas y yo resubiendo babas hasta el cénit de la felicidad, que fue cuando me dijo que ya nos podíamos ir, que aquello ya se había acabado. Ante tanta precocidad venatoria de mi hija ya no tuve más remedio que preguntar: «Hija, ¿por qué sabes que ya se ha acabado?» A lo que ella me contestó tajante: «Porque se me ha agotado la pila de la Nintendo».
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