También existen

No quisiera guardarme tan sólo en recuerdos algo que, para mí, es muy importante y que son mis perros para el trabajo. Considero que un perro de trabajo es aquel que se gana un sueldo y que se mantiene por utilidad o por necesidad, no por hobby (como era el caso de mis perros de rehala).


Nunca he hablado, y por eso digo que no quiero olvidarme de ello, de esos perros que trabajan para la empresa, que no salen para pasar el rato, que no los sacamos para matar unos conejos, en fin, por desgracia, que no los cazamos para disfrutar de ellos. Son animales que se utilizan para la caza del zorro, para la recuperación de piezas heridas o muertas en las fincas que llevamos o para el cobro de perdices allí donde nos reclaman. Son unos perros de los que, literalmente, no vivimos, pero que sí nos dan la vida. Añadidos a estos perros, y bastante menos importantes que éstos, van las personas que nos acompañan y que son propietarios de muchos de ellos, como Goro y Gonzalo, que son los artífices de que este invento funcione y de que en más de doscientos días de caza a los zorros en los últimos tres años nos hayamos venido de bolos tan sólo en seis ocasiones. Menos importantes que los perros, pero más que Goro y Gonzalo, son sus respectivos hijos, Rosa y Raúl, que recogen canes y los encuentran allí donde se acaba el mundo, y a quienes, con el pavo recién puesto, les obligamos a acompañarnos esos fines de semana tan importantes en la adolescencia. Volviendo a los perros, repito, me duele que siempre hayamos hablado de Bruco, Quito, Marina, Zara… aquellos perros que, a cambio de un inmenso trabajo en las perreras, nos invitaban a cazar los fines de semana. La montería, modalidad estrella, quedó atrás, aquéllos se fueron y aquí se quedaron Currito, Estrella, Cuca, Antoñete, Milagritos, Piraña y un largo etcétera, hasta treinta y cinco ejemplares, a los que miramos con los ojos del compañero de empresa, no del perrito mimado que llevamos a lucir. Comen como atletas, viven como marajás, pero muchas veces me dicen que echan de menos ese cariño y esa ilusión que los humanos ponemos en otro tipo de perros. Quede aquí ese cariño y reconocimiento para estos animalitos que no han sido ni serán nunca estrellas, de los que no se puede contar epopeyas en los bares, y de sus humanos acompañantes, que ya llevan cuatro años haciendo este trabajo mío mucho más útil, y llevadero. ¡También os quiero, cabrones!
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