Hermanos de leche

Mi, últimamente poco, amigo Jacobo es compadre de Pelayo, a la sazón también amigo mío, al menos hasta hoy.


Es una buena persona pero entraña un peligro sordo: su machacona afición a los perros chicos. Anduvo dando vueltas con los podencos; resoplaba cada vez que comprobaba que sus jagds terriers organizaban algún lío y, como gota remolona, acabó, tras muchas vueltas, cayendo por el embudo de los teckels, como todo hijo de vecino. Bueno, como todos no, porque él, desde el primer momento y para marcar diferencias, los llamaba ‘dackels’, porque en Austria, según él, los llaman así, comprenderán ahora el porqué de su amistad. Y ahí van del bracete, los dos buenos mozos, uno con su método húngaro de censar corzos y el otro con la denominación austriaca de los perros salchicha. Claro, la cosa se complicó cuando Pelayo se dedicó a ganchear cochinos con sus teckels. Coloquialmente se dice que la risa va por barrios, pero entonces se rió todo el pueblo y tal era la obcecación de Pelayo que, cuando alguien le pedía un cachorro, si no lo pensaban utilizar para la caza mayor, él, muy digno, no lo regalaba. La última camada se la comió con patatas, por supuesto. Solamente regaló uno a su amigo Salinero, quien se lo tuvo que devolver porque el cachorro cazaba en el coto de al lado más que en el suyo. Curro ahora es un adulto al que los cochinos abrieron la tripilla el pasado fin de semana. Porque la insana manía de Pelayo de ganchear con los terckels se convirtió en una sana ocupación en la que vuelca todo su tiempo libre, que es mucho. Así, no es raro que con cinco o seis escopetas consigan abatir, en acotados de menor, unos veinte cochinos al año, aparte de una cincuentena de zorros; eso la temporada pasada, porque ésta ya llevan cuatro marranos en tres días. Como buen compadre y casi hermano de leche, sobre todo de mala leche, de Jacobo, Pelayo se ocupa de que en todos los planes técnicos que le pasan por las narices se prepare un epígrafe adyacente donde se registre la posibilidad de cazar zorros con perros de madriguera o cochinos en mano. Lo de los cochinos es caso aparte porque, según su razonamiento, «cuando se rodea un zarzal donde se cree que hay conejos y se introducen seis perros pequeños para que los saquen, se considera caza en mano de conejos. Ergo, cuando se hace con cochinos es caza en mano de jabalí aunque el zarzal tenga quince hectáreas». Y uncidos como una collera de mulas y haciendo concha por esas cuestas de Dios, andan ambos, Pelayo y Jacobo, tras los cochinos, animando a unos perritos a quienes la modernidad relega a estar tumbados al lado de una chimenea, emulando un bodegón cinegético. Pero no; este par de ilusos los llevan de un reguero a otro. Solamente, ése es el secreto, para ver las caras, de condescendencia primero, de asombro, después, y de envidia, por último, de los que les acompañan a cazar por primera vez. ¿Y cómo saben cuándo y dónde hay cochinos en los zarzales? Muy sencillo: por el método húngaro de Jacobo.
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