Corzos asturianos en Grandas de Salime

Llevábamos mucho tiempo hablando y organizando este viaje, pero nunca veíamos la oportunidad de realizarlo, por compromisos y trabajo siempre lo íbamos posponiendo. Hasta que el día de Reyes llegó ‘Baltasar’ a casa con un grato regalo: un rececho de corzo en Asturias. ¡Podéis imaginar mi cara de felicidad!


Ya había visitado en dos ocasiones Asturias con mi familia, pero regresar era una idea que me fascinaba. Cazar un corzo en ese entorno majestuoso que tanto me enamoró la primera vez que visité acentuaba más mis ganas por volver.

Esta vez mi destino era Grandas de Salime, un pueblecito muy conocido por ser el último tramo asturiano de la Ruta Jacobea Primitiva antes de adentrarse en Galicia a través del Puerto del Acebo.

Para llegar a mi destino tuve que atravesar media España. El viaje desde Sevilla a Grandas se hizo largo, pero la ilusión por cazar en aquellas tierras era más poderosa. Mi llegada al hotel rural San Julián me pareció un milagro, reventada después de tantas horas, pero no por ello dejé de apreciar el precioso sitio en el que me encontraba. Esa misma noche dejé todo preparado para el día siguiente que empezaba mi jornada corcera.

Antes de amanecer ya estaba preparada con todos mis bártulos y esperando a que llegara el guía de caza, Jose María. Mientras tanto, Antonio me daba pequeños consejos para tener una cacería exitosa. Él es un experimentado recechista, y todos sus consejos son valiosos para mis jornadas venatorias.

El primer día, a pesar de recorrer distintos valles y prados querenciosos, el duende no quiso hacernos gala de su presencia. Una jornada desde el amanecer hasta anochecer sin gloria alguna.

En la mañana del segundo día, al recogernos Jose María, comentó que visitaríamos un amplio pastizal de montaña en el que, ocasionalmente, habían visto un corzo muy bueno. El acceso al prado era complicado, pues la pendiente aguda de la ladera nos complicaba su visión. Teníamos que entrar desde abajo, pues la parte superior daba contra una maraña de monte impenetrable.

La estrategia estaba clara, pero era tremendamente difícil, pues si se hallaba el corzo en el prado, dada su posición elevada y ventajosa, nos vería antes que nosotros a él.

Con cauteloso cuidado, paso a paso, nos fuimos acercando hasta que de repente Antonio me abrió el trípode y me indicó la posición del cérvido que buscábamos. El animal, como era de prever, había delatado nuestra aproximación, y con unos ágiles saltos emprendió su huida.

Gracias a dos roncos ladridos, imitando el sonido gutural de los corzos que lanzó Antonio, fueron suficientes para atraer la atención del animal y pararlo antes de entrar en el monte.

A través de mi visor, y a unos 180 metros, pude ver cómo el hermoso corzo nos miraba.

Mis nervios estaban a flor de piel y me jugaron una mala pasada, fallando el primer corzo que avistábamos esta temporada.

¡Una lástima, porque fue todo perfecto, excepto mi disparo!

Última salida en Grandas de Salime, antes de viajar a por otro corzo a Cangas de Onís.

Ya sí que sí era mi última oportunidad, y tenía fe en que pudiéramos toparnos con algún corcito.

Como siempre, dejamos el coche a una distancia prudencial para no ahuyentar los posibles corzos de la zona. Iniciamos la subida a una ladera con bastante pendiente y muy despejada. Teníamos que ser muy cautelosos, ya que estos animales el sentido del oído y del olfato lo tienen muy desarrollado, pero de vista tampoco andan mal y al aproximarnos a una zona tan despejada y sin nada para resguardarnos podíamos delatar nuestra posición.

Al llegar a la cresta pudimos contemplar, además de las preciosas vistas que tiene esta tierra, un corzo que estaba tranquilamente pastando en el siguiente prado. Con mucho sigilo me preparé y con paciencia esperé, ya que lentamente venía hacia nosotros disfrutando del pastizal. En cuestión de segundos se cruzó frente a mí y levantó su cabeza, supe que ese era el momento de acariciar el gatillo y, de un tiro certero, quedó seco. No me lo podía creer, por fin el duende se mostró ante mí.

Y por último y no menos importante, mis agradecimientos a mi guía Jose María, por su paciencia, dedicación y preocupación por que todo saliera genial. Mi alegría de poder llevarme un bonito lance, un bonito recuerdo y un corzo precioso a casa, no hubiera sido posible sin él y sin mi regalo de Reyes.

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