La viña y la perdiz

La caza, además de un noble deporte, puede ser una gran pasión para muchos de sus practicantes. Los caminos para decidir ser cazador son muy variados, sobre todo para el urbanita. El relato que viene a continuación, y que parece un cuento, es un hecho rea


Hace apenas unas semanas que un amigo, al que encontré espléndido de forma física y psicológica, me contó su trayectoria vital de los últimos años. Éste trabaja en Madrid para una empresa multinacional, hace tiempo tuvo dolores de cabeza, dormía mal y por consiguiente estaba muy nervioso.

Felizmente casado con su esposa, manchega ella, un buen día decidieron ir de vacaciones al pueblo de La Mancha, ya que hacía mucho tiempo que no iban. Allí tomó contacto con cazadores y pensó que ¿por qué no salir también él de caza? Esta pregunta, de ¿por qué no hacerlo?, se presenta muy a menudo, y aunque su respuesta puede acarrear algún sinsabor personal, las más de las veces la contestación afirmativa nos da felicidad.

Así que volvió a cazar, lo que no había hecho desde su juventud.

Compró una acción de un modesto coto, su plan técnico autoriza dos perdices rojas por cazador y jornada y también tres conejos, comenzó a perseguir perdices, que es lo que más le gusta, y un gran día con viento helado de diciembre se sintió triunfador, pues había conseguido el cupo.

En el pueblo de La Mancha tomó contacto con labradores que se llamaban a sí mismos viticultores pobres, como estos vivían la producción de vino —denominación de origen Manchuela— con la misma pasión que él vivía la caza, volvió a plantearse el ¿por qué no?, y compró una tierra de unas tres hectáreas que tenía una parte de viñedo, el resto de la superficie se había dedicado a cereal pero él no pensaba cultivarla.

Y se olvidó de las vacaciones de ejecutivos y cada vez que disponía de tiempo libre lo dedicaba a La viña y a la perdiz.

A mediados de marzo, cuando ya quedaba la temporada de caza menor algo lejana, nuestro hombre visitaba la viña que había comprado dos años antes, su viñedo está situado en medio del coto donde cazaba.

Después de examinar los sarmientos de cada cepa, pensando en la próxima poda, daba unos paseos largos para ver las perdices que estaban emparejadas para criar. Si veía alguna pareja regresaba contento a casa.

Y me cuenta como el ciclo vital del campo ha influido tan positivamente en él. La preparación de las vides y los noviazgos de las perdices, la siguiente poda en verde de junio y la puesta de huevos en el nido. El cuidado de julio y la eclosión de las polladas, el envero de la uva y los bandos de pollos ya medias perdices… y la recolección de la uva en octubre a la par que el inicio de la nueva temporada.

En una visita a su viña en el mes de mayo, en la parte que ésta limita con la tierra no cultivada, le saltó una perdiz que él creyó herida, naturalmente era el engaño con que la patirroja aleja del nido a los predadores. Una vez descubierto el nido, este hombre no permitió que alguien se acercara al ribazo donde estaba situado hasta que nacieran los pollos. Con íntima satisfacción pudo comprobar en julio que los huevos habían eclosionado. Y me cuenta que va a sembrar de cereal de ciclo largo el terreno baldío, para así proteger algún nido si lo hubiera. Me dijo que la temporada pasada no se salió a cazar en el acotado hasta avanzado el mes de noviembre, ya que los socios quisieron que las perdices alcancen el máximo grado de bravura, justo cuando aparecía el vino nuevo.

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