Estos años atrás hemos visto cómo la búsqueda de un perdigón que supliese al de plomo, en principio condenado a desaparecer, según algunos, iniciaba una guerra con escaramuzas entre distintos protagonistas por posicionarse como los mejores colocados, y si bien es posible que alguno se retirase sin llegar a sacar tajada, lo que sí empezó a quedar claro desde el inicio fue quiénes iban a ser seguro los perdedores. Y saben a quién me refiero, ¿no?
Con el tiempo, distintos cambios de planes, de bandos y de opiniones varias, unos que van y otros que vienen, algunos que al parecer ya sí empiezan a consolidar esas tajadas, ese llenar su cazo en lugar de cuidar la caza y otros, los mismos, que continúan con su cruz de perder en todas las batallas sin recibir explicación alguna. Sufridos cazadores.
Y al final, tras años, un desenlace inesperado que todavía alguno se empeña en negar cuando le están dando con el producto en los morros desde aquellas armerías donde ya se puede adquirir, provocando las carcajadas de unos, mientras otros llorones que ahora se arrepienten de haberse bajado del carro pretenden hipócritamente pedir su parte del hipotético botín, alegando su participación inicial en el proyecto, los políticos que ven abiertas las puertas para contentar a una sociedad que, reflejada en los ecologistas, se frota las manos, mientras los resignados cazadores rezan por la que se les viene encima. Pues eso, sufridos y sufridores cazadores.
Desde una perspectiva racional cuesta entender cómo se ha llegado a esta situación de total contrasentido, seguramente amparada por la falta de esfuerzo de los mismos cazadores en plantearse algunas preguntas esenciales, presionando a quienes corresponda en busca de respuestas. ¿Es realmente tóxico el perdigón de plomo? Y si así fuera, ¿quién o qué estudio lo demuestra?, ¿quién asume el coste de dichos estudios?, ¿qué argumentos aportan el sector, industria y responsables político-sociales relacionados con la caza?, ¿qué gana la caza o los cazadores con la prohibición del plomo?, ¿qué aporta realmente el perdigón libre de plomo sobre el tradicional?, ¿compensa el esfuerzo el coste asumido? Y la pregunta clave: ¿hay o ha habido demanda e intención real por el colectivo de cazadores y la sociedad para lograr productos amigables con el medio ambiente aunque les supongan un coste económico adicional?
Antes de contestar, habría que dejar clara la poca toxicidad del plomo en su estado sólido, que es como se presenta el perdigón. Siendo ciertamente contaminante en su forma gaseosa o de emanación, para que se entienda, como ocurre con las gasolinas. Increíble que los únicos estudios oficializados sobre el tema vengan de grupos ecologistas, mientras el sector cinegético, tristemente, además de patalear, únicamente cuenta como mayor logro la organización hace ya años de una gran manifestación en contra de dicha prohibición, pero no habiendo presentado nunca un estudio serio, documentado, ni oficial, avalando la supuesta toxicidad o no del plomo.
Partiendo de esta base, ni los cazadores, ni el campo, ni las especies ganan especialmente con el perdigón libre de plomo. Igualmente debemos reconocer que tampoco hay una demanda real del colectivo hacia los productos o materiales respetuosos con el medio ambiente. El perdigón no es el único componente que puede ser nocivo para la naturaleza, un cartucho contiene partes metálicas y de plástico cuya recuperación y retirada del campo serían igualmente muy deseables para su conservación. Aún se pueden encontrar en el campo vainas y sobre todo tacos, que nunca se retiran, con décadas de antigüedad. ¿Sabían que existen hace años cartuchos que incorporan tacos fotodegradables sin incremento de precio en el producto y simplemente no se venden? ¿Desconocimiento o pasotismo ecológico en realidad?
Un puro contrasentido el de un sector que permite que sus dirigentes sean quienes pongan en bandeja la prohibición de algo cuyo colectivo no demanda, que la administración tenía paralizado y contra lo que anteriormente se había manifestado.
¿Masoquistas o pasotas? Como si no tuviéramos ya bastantes dificultades para practicar la caza, licencias regionales, permisos de armas, limitaciones a la compra-venta de cartuchos en términos documentales o burocráticos, junto al desinteresado interés de nuestra querida Benemérita, o el estigma social que sufrimos los cazadores por el simple hecho de serlo. ¿No tenemos suficientes problemas reales a los que dedicar nuestros esfuerzos, para que nosotros mismos pongamos en marcha nuevos problemas para el sector, buscando hipotéticas soluciones a problemas que no existían?
Por tanto, ¿quiénes son los culpables? Pues… los cazadores. Esos que no se han parado a pensar cómo se han permitido tener unos responsables tan increíblemente irresponsables, o espabilados, que han puesto en marcha un proyecto que a ellos les permitirá continuar viviendo del cuento, que a los políticos les dejará vía libre para prohibir definitivamente el plomo, aunque la medida sea la más absurda de las absurdas, que hará que la sociedad reflejada en el ecologismo barato engorde de satisfacción, como lo harán las cuentas de resultados de las empresas y organizaciones, esas que, no lo olvidemos, han estado todas metidas en el ajo, y en algunos casos también tuvieron alguna representación inicial en el proyecto y que, tras bajarse en su momento del carro, ahora están tan preocupadas
«por demandar alternativas positivas, tanto balística como socialmente, que no perjudiquen a la caza y el tiro», manda huevos. Para las empresas cargadoras es sencillo, se limitarán a cambiar de proveedor de perdigón, repercutiendo el coste del cambio entre sus clientes, ustedes cazadores, que pasarán conmigo a engrosar el grupo de tontos útiles, paganinis de las maravillosas ideas y consecuencias de los listos inútiles que andan por el sector.
Solamente hay un aspecto positivo real detrás de toda esta cruzada tras la gallina de los huevos de oro. Que la codicia de algunos ha impulsado a otros a investigar y lograr alternativas a los materiales tradicionales. Y aún a falta de demostrar no solo su eficacia, sino también su eficiencia, este nuevo perdigón debería entenderse como un éxito. Pero un éxito que debería únicamente servir para ofrecer a cada uno qué opción prefiere en sus cartuchos, y que cada cual elija. Pero, por favor, dejen de fomentar las prohibiciones.