La Blaqui (I)
La Blaqui se murió de golpe una fría tarde de enero. Mi padre me contó que a las siete y media —a esa hora ya es de noche— se la encontró muerta en la perrera, como dormida, aún caliente pero muerta.
La perra la hallé en internet. Román, de Madrid, puso el anuncio y me dijo que la madre era una setter cruzada con labrador —una garabita fina, vamos— y que el padre era el pointer del vecino, que una tarde se saltó la valla y ya se pueden imaginar. Y pese a todo, cuando me tropezaba a otro en el campo, me decía: «Hombre, Seba, qué braca más bonita te has buscado. Cuando críe quiero uno, ¿eh?». Y yo, de vez en cuando, harto de explicar que no, que el padre es pointer pero que la madre era una garabita fina y tal y tal, acababa respondiendo: «Sí, hombre; braca legítima». Y allá que se iba el amigo soñando con el cachorro que algún día llegaría. Como era negra, y en homenaje al cocker de una familia irlandesa con la que conviví dos veranos, le puse Blaqui, al castellano modo. La primera vez que la saqué al campo, en un buen verano de conejos, se me cayeron los palos del sombrajo, como se dice, cuando la perra se echaba al suelo y empezaba a tiritar cada vez que sonaba un tiro. «Esta perra es del Corte Inglés», bromeaba Antonio. Y servidor, que es cabezón de diámetro y profundidad, se empeñó en que la Blaqui fuera cazadora. El verano siguiente, en una de esas tardes de campeo para coger fuerzas de cara a la media veda, la Blaqui se quedó de piedra y arrancó su primer conejo. El miedo a los tiros se esfumó el primer día de cacería y la Blaqui comenzó a pararlo todo, conejos, liebres, perdices… y a cobrarlo todo. «Vaya con la perra del Corte Inglés», me dijo Antonio sorprendido. «Si vas a que te devuelvan el dinero, los arruinas». Continuará…
NOTA: La de la foto no es la Blaqui, sino una braca (legítima, jejeje) en tierras de La Colilla (Ávila).