¿Y el poder?

Muchos cazadores. Mucho dinero. Mucha afición. Del orden de 800.000 aficionados en España es una cifra más que respetable. Una aportación al PIB de en torno a 3.000 millones de euros al año es mucho, mucho dinero. Y pasión. Eso que tanto se busca afianzar en las líneas de perros de caza está perfectamente asentado está en la genética del cazador, que es por definición un apasionado de este deporte. Son los ingredientes básicos para el poder. Y todo esto lo tenemos ya los cazadores.


A nadie escapa que con socios, dinero y afición se puede alcanzar una cuota de poder interesante en los ámbitos de decisión. A las grandes empresas les basta con tener dinero y muchos empleados para ser un poder fáctico. Y eso que les falta la afición al trabajo. Los grandes clubes de fútbol explotan al máximo estas tres cualidades para ejercer su poder. La misma Iglesia. En ciertos ámbitos geográficos, también las hermandades, los clubes sociales... las organizaciones ecologistas. Da la impresión de que los cazadores no disfrutan en España de la influencia que, en teoría, les correspondería por número y por capacidad de generar negocio, a pesar de ser un colectivo muy apasionado en la defensa de su actividad. Y quizá sea cierto. La falta de poder se debe a falta de organización. La Federación Española de Caza, que puede representar a una mayoría pero no a todo el colectivo, ejerce esa influencia de manera intermitente y sólo aparece en momentos críticos. Los cazadores españoles carecen de representantes que ejerzan esa influencia que necesita la caza, principalmente, para despojarla de una vez por todas de esa imagen aniquiladora del medio ambiente. Y, llegado el caso, para ser oídos donde se toman las decisiones.
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