Verde humo

Que lo ‘verde’ está de moda, en estos tiempos que corren, salta a la vista… sobre todo a la hora de hacer caja y obtener pingües beneficios aprovechando el río revuelto y que al personal, si le cuentas una de Spilberg, se emociona y ‘se conciencia’ sobremanera y entra al trapo como un miura.


Los genios de la mercadotecnia —eso a lo que tanto nos gusta referirnos como marketing— saben muy bien de qué va la vaina, y aprovechan para vendernos ‘ecología de salón’ hasta en la sopa de sobre, cosa a la que nosotros, agradecidos mortales, correspondemos con creces, contribuyendo, felices, a incrementar sus cuentas de resultados. ¡Qué buenos son los ‘verdes ecológicos’, qué buenos son, que nos llevan de excursión! Aquí, en el suelo patrio, las grandes industrias, antaño modelos de productividad con enormes chimeneas emisoras de CO2, se han apuntado al carro de vendernos humo ‘verde’ emitido por las mismas chimeneas. ¿Han conseguido, por ejemplo, algunas de las famosas eléctricas, que con tan magníficas campañas nos camelan en la TV, cerrar una sola central térmica, por muchos molinos ‘humanos’ que nos muestren en los telediarios? Es más, Ibertrola, que tan ‘humana’ se ha vuelto y «…quiere ser como el viento», se gasta ingentes cantidades de parné en mostrarnos como cuida del medio ambiente cuando —y pruebas tenemos en los varios reportajes que hemos publicado en los distintos medios de este sector— no ha sido capaz de instalar quince kilómetros de miserable valla cinegética para que no se ahoguen unos cuantos cientos de corzos, y algunas otras especies, incluidos los pastores, en sus instalaciones de producción eléctrica en el río Carrión. ¿A quién le importan cuatro corzos de mierda? Si extrapolamos la verdemanía a nivel mundial las actuaciones alcanzan una cierta similitud con los chistes de Eugenio, que en paz descanse. Entre Exxon, Chevron, Shell o BP, suelen alcanzar unos beneficios netos anuales, en época de crisis, superiores a los cien mil millones de euros. Y BP, a la que le deben corresponder unos veinticinco mil millones del ala, va y la lía parda. La que se ha montado en el Golfo de México va a superar, y mucho, a una de las grandes catástrofes ecológicas de la historia, la del Exxon Valdez en Alaska. Hasta aquí todo ‘normal’. Éste es el tributo que tenemos que pagar por nuestro ‘estado del bienestar’. Pero lo que no pueden hacer estos magnicidas ecológicos —ni debemos permitir que nos la cuelen los ecologetas verdes— es hacernos comulgar con rodajas de aceña —ruedas de molino en castellano—. Estos redentores de lo irredento, profetas de sus cuentas corrientes, nos venden la moto ecológica amparados en los prelados de la subvención, esos salvapatrias catastrofistas que, en aras de limosnear las migajas —vivir del cuento sin pegar un palo al agua— avalan las actuaciones de los monstruos de la contaminación, como por ejemplo la BP. ¿Que por qué me atrevo a ser un talibán a este respecto? «BP Oil España SA es una empresa consciente de su responsabilidad para conseguir un desarrollo sostenible y al mismo tiempo colaborar en el control del deterioro ambiental…». Así reza el folleto en el que la Fundación Global Nature nos vende la burra de que la empresa causante del mayor desastre ecológico hasta la fecha les suelta la pasta gansa para sus ‘campañas del lince’. Y en las memorias de 2002 y el 2003 de la Estación Biológica de Doñana, avaladas por el CSIC, la susodicha empresa ‘verde’ también se retrata para salvar al ‘lindo gatito’. La avaricia sólo tiene un color… Editorial del mes de junio de la revista Caza y Safaris.
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