¡Furtivos! Vida y muerte en Zakouma

En otro espacio de esta misma página de inicio, que tan amablemente nos cede Club de Caza a las revistas del sector para que podamos colocar los contenidos del mes, en el enlace con la revista Caza y Safaris del mes de septiembre —imploro sus disculpas por este ‘asalto’ tan propagandístico como necesario— hay colocado un pequeño avance de un reportaje con título idéntico al de esta humilde columna.


Si me atrevo a dar esta explicación, no es sino por la necesidad perentoria que tengo de hablar de algo que, desde el mismo instante en el que recibí las primeras fotos, ha provocado en mí un tremendo aluvión de sensaciones, contradictorias en muchos casos, bastante desoladoras, lacerantes, desgarradas, muy tristes… y alguna que otra lágrima furtiva. Por ponerles en antecedentes, les diré que a raíz de conocer, casi por casualidad, una noticia —publicada en la sección de internacional de esta misma página el pasado 22 de junio bajo el título Tremendo mazazo a los elefantes— sobre un lugar remoto, pero conocido, de África, llamado Zakouma —en la tan hermosísima como desolada República del Chad—, me quedé bastante impresionado y me propuse, en la medida de mis limitadas posibilidades, dar a conocer, mediante un reportaje, la realidad cotidiana de muchos, la mayoría por desgracia, de los rincones de esa bendita tierra africana.
Intentamos, sin éxito, desde Caza y Safaris, ponernos en contacto con Luis Arranz, antiguo director del Parque Nacional de Zakouma —y motor de la recuperación del parque durante su gestión— y hoy director del Parque Nacional de Garamba en la República Democrática del Congo. No fue posible, como ya he comentado, contactar con él, pero, por el camino, se cruzó con nosotros David Santiago, un fotógrafo de los grandes —colaborador habitual de National Geographic— que nos envío unas fotos de Zakouma como… para quitar el sueño. Una infinita belleza, cruel y descarnada a un tiempo, ponía ante nosotros la cruda realidad de África. Y nos llegaba directamente al corazón. David nos puso en contacto con Manuel Merino, periodista que ha sufrido en sus propias carnes, con Arranz y la guardería del parque, la experiencia de los furtivos, y que, sin dudarlo, se comprometió a describirnos la realidad de Zakouma. Faltaba… la tercera pata del banco, las pruebas fehacientes de lo que allí sucede cada día y sus dramáticos resultados. Fue Manuel el que nos acercó hasta Nuria Ortega, otra de las grandes del obturador —también del Geographic— que estuvo con Arranz en Zakouma y que, en la actualidad, trabaja con él en Garamba como coordinadora de marketing y relaciones públicas en el proyecto The African Parks Network. Nuria nos proporcionó esas pruebas gráficas. Y con ellas completamos el puzle, el citado reportaje. Las fotos de Nuria… duelen. Como duele la cruda realidad de África. Las fotos de Nuria, como el rótulo que se colocaba hasta no hace mucho en algunas películas, «…Pueden herir la sensibilidad del espectador…». Pueden herir nuestra timorata conciencia occidental poco acostumbrada, porque siempre mira hacia otro lado, a ver la realidad, la cruda realidad de una muerte que, de puro cotidiana, asusta. Como ya digo, respecto al reportaje ¡Furtivos! Vida y muerte en Zakouma, en el editorial de la revista, hay otros furtivos. Hay otros furtivos muy distintos, completamente distintos, a nuestras habituales alimañas nocturnas fareadoras con todoterreno de lujo, que solo busca el avaricioso lucro y la absurda soberbia de mostrar más cuernos en una pared. Hay otros furtivos que, por unas libras de carne de elefante, para engañar al hambre, que es muy libre, son capaces, cada día, de matar, no solo a los elefantes —a los que han esquilmado hasta dejar apenas unos seiscientos de los miles que había conseguido recuperar Luis Arranz, y su equipo, tras un duro trabajo— sino a todo aquel que se les ponga por delante para evitar sus desaguisados. Y enfrente, al alcance de las balas de sus viejos Kaláshnikov —conseguidos, a cambio del maldito marfil, a través de los señores de la guerra, que venden su mortal mercancía por todos los rincones de África o de los propios soldados del ejército chadiano, por el mismo precio—, están los miembros de la guardería del parque, unos hombres que, por una miserable soldada, menos de cien dólares mensuales, exponen, y la pierden, su vida por defender su tierra, su cultura y el sustento de sus hijos. Unos hombres que saben que cada vez les quedan menos recursos —los muchos que proporciona la exuberante naturaleza africana solo sirven para lucrar a los dictadores de turno y a las multinacionales— y que, si es necesario, dan la vida por los pocos que les quedan: sus elefantes. La vida, humana por llamarla de alguna forma, solo vale, en Zakouma, y en casi todos los rincones de África… unas libras de carne de elefante. Por eso… nos duele África. Nos duele su atávica belleza, cruel y desgarrada, que nos hace, cuando nos mira de frente, mirar para otro lado. La deuda ancestral de nuestra occidental conciencia, hacia la tierra madre que nos vio nacer, es infinita. Pero nosotros, que no nos duelen prendas para esquilmar sus recursos, que la tenemos presente día a día cuando organizamos nuestros lúdicos safaris y cacerías, volvemos la vista cuando se trata, en justicia, de saldar, de una vez por todas, esa deuda ancestral con el hambre de sus hijos. Y ya no es cuestión de inútiles lástimas ni de dulces caridades. Por eso, en el corazón… nos duele África.
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