Querida Cristina: ¡Un respeto!

En el nombre de todos mis ancestros, en el nombre de todos los que de sol a sol han grabado en su frente, en sus arrugas, los sagrados surcos de la tierra, en el nombre de todos los que ostentamos, con orgullo, el noble título de paletos… te pedimos, Cristina, te exigimos, un respeto.


El abuelo Julián era segaor. Murió, casi de hambre, bajo un manchego sol de auténtica justicia, empuñando una hoz. Fue ballestero, pajaritero y cazador de conejo y liebre sin galgo, corriendo a pelo. Vendía su hambre y sus pajaritos en las tabernas, a siete perrasgordas la media hocena, para llevarle a mi abuela, la Juana, la Marota, algún kilo de patatas, tomates y alguna cebolla (como la de la Nana). Murió rugosa y negra ?reseca de segar, coger lentejas, trillar y aventar la parva, con los huesos encorvados de la humedad de la vendimia?, como un garbanzo torrao en el mismo silo (¿sabes lo que es, Cristina?) en el que había nacido. El tío Benegildo, su hermano, fue pastor de cinco u ocho ovejas a las que defendió del lobo a golpe de cayado. Lo mismo que mis tíos hasta que, en nombre del progreso, tuvieron que malvenderlas y venirse de albañiles a la Capital. También pusieron ballestas y lazos, cazaron con liga en las aljibes del Manzano o Santa Catalina o corrieron las perdices a peón. Mi madre subía a por leña, a cuestas, a la sierra del Coscojo, para curarme, con calor, una tosferina. También a por agua. Segó, cogió lentejas y garbanzos hasta que dejó de ser moza y me parió. Mi padre nació en el Monte Lillo debajo de una hojarasca (por eso le han llamado toda su vida el Montelillero. Como a nosotros). Desde su más tierna infancia arrancó la saldiguera a las entrañas de la laguna de Tirez (la Atarez romana), Luego fue peón, unció mulas mil veces en las galeras, pasó su vida al raso de quintería y arañó de una tierra reseca, como su nombre, todos los frutos que ella quiso otorgarle por un jornal: veinte duros y un pan. Con él nos dio de comer a mí y mis cincos hermanos. También fue galguero. De los de ley. De esos que no pegan ojo cuando a su galga del alma se le arrancan las uñas en el terruño. Aró con las yuntas, desbarbó, rastrilló, sacó cepas y podó, esfollonó, segó, trilló y aventó, vareó, esparpujó, vendimió… Con cuatro perras compró una gorrina y al final, con dos… tuvo una pequeña granja. Ama tanto a los animales que, aun con el cuarto de resuello que le queda, no puede pasar ni un solo día, todos los del año, sin ir a echar de comer. Y se le rompe al alma cuando ve a uno maltratado. Y sigue siendo, en su mente y en su corazón… un cacero, que decimos por mi tierra, un cazador. Mis hermanos han mamado de las pámpanas y saben lo que son los sabañones de la aceituna. Y, salvo alguno… son cazadores. De los buenos, como mis sobrinos… Todos ellos, todos sin excepción, en ausencia o en presencia, estaban ayer en La Castellana. Todos ellos, los cientos de miles de mis hermanos, padres, tíos, abuelos… estaban allí, con sus rostros curtidos y arrugados, con sus manos callosas y sus pies de terruño que el asfalto daña, estaban allí, hombro con hombro, mano con mano, defendiendo su tierra, defendiendo su pan, defendiendo su raigambre, su cultura, su sangre… y, qué curioso, Cristina, ninguno llevaba sombrero de pluma. ¿Dónde los viste tú? ¿Cómo los contaste? ¿Sabes, Cristina? La gente del campo, los cazadores, conocen muy bien un dicho que dice que el que siembra recoge. Y tú, Cristina, has sembrado. Y estás recogiendo. Has sembrado cardos, barrillas, zaragüeyes, grama, tobas, zarzas, espinos… y vas ha recoger su fruto: el olvido. Por todos ellos, por todos los que durante siglos, abandonados, olvidados y hasta explotados, han mantenido las raíces vivas de la tierra, han extraído con sudor y sangre sus frutos, han hecho de la caza su modo de vida y su sustento, por todos ellos, Cristina, yo te pido, te exijo, solo una cosa: ¡Respeto! (¡Ah! Y no vengas con el cuento de que ahora no se caza para comer. Ahora, si la caza desaparece, como pretendéis, cientos de miles de familias del medio rural, sí, Cristina, cientos de miles de familias, no tendrán para comer). P.S.: Buscando por estos mundos de la red las distintas noticias sobre la manifestación de ayer, me he encontrado con una autentica joya: la opinión que le merecemos todos los que estábamos ayer en La Castellana a doña Pilar Rahola. Os adjunto la dirección. Por favor, perded un minuto en leer y en contestar como se merece. ¡Dios santo! ¡En manos de esta gente está o ha estado nuestro país! lavanguardia.es/lv24h/20080302/53441543695.htm
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