«Y ¿quién es Fuente Ovejuna?»

En pleno diciembre, cuando el relente cristalizaba gramas y correhuelas en un sinfín de espejuelos destellando con el levante, la fortuna de Artemisa –nuestra Diana Cazadora– me concedió la ventura de montear en Las Guadalerzas. Trazar en cuatro renglones los pormenores de esta pericia, es tarea innecesaria para versados y profanos en el arte venatorio, como lo son la generalidad de los que a estas cuartillas acuden.


Pero sí quiero sustraer a tan ilustre concurrencia apenas un rato y medio contándoles mis sentires. Dejando un tanto de lado la floritura poética que, digno es reconocerlo, me entusiasma tanto como pueda llegar a aburrir al más pintado, recordar, ahora, esos momentos, me sigue erizando el bozo. Las peripecias de Cesáreo en la helada carretera (siete grados bajo cero); los reconfortantes churros en Orgaz; el campo, camino de la finca, blanco y puro como el mismo aire que respirábamos; los pies crujiendo en la hierba con una cuarta de hielo; los abrazos cuando llegamos; el reencuentro con los viejos amigos, algunos de la escuela –Julián, Jesús el Pajes, Paco el Médico, el General, Jose, Prudencio–; las preguntas por la salud y los achaques; los cotilleos del pueblo; la copilla de aguardiente con rosquillas fritas; las migas, en este caso sin huevo; la salve (de la Virgen de las Guadalerzas); el sorteo… ¿El resultado de la montería? Ni lo sé ni me acuerdo. Pero no podré olvidar la partida, con el sol dorado sobre la cuerda de poniente, y el nudo en la garganta que, traidor él, ahora se repite al evocarlo. ¿Que por qué les cuento todo esto? Es muy fácil. Independientemente de los lances, los trofeos y demás avatares (muy dignos, por otra parte), nosotros somos un colectivo que vive de las sensaciones, de los recuerdos… de contar nuestras historias y vivirlas a tope, sin tapujos, sin medias tintas, sin trampa ni cartón. Y eso, nuestros sentimientos, no nos lo puede quitar nadie porque es la más pura esencia de nuestra cultura, es nuestra forma de vida y el legado que podemos y debemos transferir a nuestros hijos. ¿Alguien cree que esto se puede borrar con cuatro leyes? Aun a riesgo de autoplagiarme –porque creo que esto ya lo tengo escrito por algún rincón de esta Web– voy a recurrir a la manida pregunta que siglos atrás se hiciera el Fénix de los Ingenios (Félix Lope de Vega y Carpio): «Y ¿quién es Fuente Ovejuna?». Tenemos, a güevo que diría un castizo, una oportunidad única de, primero y por encima de todo, defender esos sentimientos y esa forma de vida. Tenemos una oportunidad única de mostrarnos, ante la sociedad, ante España entera –y en esto también me repito– tal y como somos. Tenemos una oportunidad única de lanzar, de una forma clara, a los cuatro vientos, nuestros deseos, nuestras propuestas para conseguir un medio rural mejor conservado y, sobre todo, más justo. Se pueden poner, y se pondrán, las excusas que se quieran. Se puede recurrir, y se está recurriendo, a la argucia política como pretexto. Razones, tal vez, no faltan. Pero, por encima de todas ellas, debe pervivir la convicción, única, de defender una idea, ancestral, una sensación, un sentimiento, una forma de ser... y estar. Y el que así no lo entienda... Tenemos, insisto, una oportunidad única de responder, con un grito, a la mentada pregunta de Lope: «¡Todos a una!». Si no lo hacemos…
Comparte este artículo

Publicidad