«¡Fuenteovejuna, señor!»

Se olisquean vientos de borrasca en estos primeros días de un año que, pese a su corta edad, ya va presentando sus credenciales. Pálpase, en este ambiente de posparto añero, aún casi resacoso, un cierto resabio, un tufillo sospechoso, procedente de las emanaciones y efluvios que produjo su ya enterrado predecesor a vueltas de remover una y otra vez el estiércol de la era. Y es que, como tantas y tantas veces aseveró mi abuela: «¡Tanta paz le dé Dios, como descanso nos deja!» ¿O no?


Hay que reconocer que el pobrecillo difunto tuvo unos meses finales que fueron pura agonía. Creo que a nadie es necesario repetir cada uno de los sinsabores que nos fue regalando según se iba extinguiendo. Sinsabores que, de una u otra forma, nos iban lloviendo como piedras en sequía llenándonos el colodrillo de chichones y descalabros. A punto estábamos algunos (y otros lo siguen pensando) de tirar la zamarra y mandar este barullo a tomar… viento fresco, que dirían los más cursis. Pero héteme aquí que en un determinado momento un cierto vientecillo, casi brisa, llegó como agua de mayo, en pleno noviembre, a decirnos que no todo estaba perdido, que aún había posibilidades de abrir el paraguas a ver si, con un poco de suerte, las piedras rebotaban y achichonaban el colodrillo de otros. ¡Qué ya está bien de que nos ‘corten’ el pelo a cantazos! Por una vez, y casi sin honrosos precedentes, la respuesta a la más que famosa pregunta que un día se hiciera el Fénix de los Ingenios —más conocido como Félix Lope de Vega y Carpio— sobre «¿Quién mató al gobernador?», ha sido bastante unánime: «¡Fuenteovejuna, señor!». Esto, que no deja de ser un hito en los anales de nuestra cinegética historia, está levantando los citados vientos de borrasca entre los augures de turno por un ¡quítame allá esas pajas… políticas! Quien quiera ver muertos debajo de la cama, no tiene más que mirar y, si se empeña, seguro que se encuentra un camposanto enterito, con sus lápidas de mármol. Pero, insisto en que si, por una maldita vez, y aún con la bendita suerte de que pueda servir de precedente, miramos más allá de nuestro colodrillo descalabrado y la respuesta a la siguiente pregunta de Lope «Y ¿quién es Fuenteovejuna?», la respondemos con el grito unánime de «¡Todos a una!», otro gallo nos va cantar en el futuro. Si no respondemos con este grito, es que nos merecemos la venda que tape nuestros chichones… y nuestros ojos. Como unas antojeras.
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