Perros de caza jubilados: una vejez feliz y con los mejores cuidados

A pesar de los ataques animalistas que criminalizan a los cazadores asegurando que se deshacen de sus perros cuando estos son mayores, aquí traemos diez casos representativos de los cientos de miles que demuestran a diario que les proporcionan la mejor atención y se preocupan por ellos hasta el último de sus días.


 Perros de caza jubilados
Perros de caza jubilados

 Perros de caza jubilados
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 Perros de caza jubilados
 Perros de caza jubilados

Porque el cazador cuida de sus compañeros desde el primer hasta el último día. Porque el cazador quiere a sus perros, les considera de su familia.

Vivo con tres perros jubilados

Paco Raso es de Guadalajara, tiene 64 años y es cazador desde los 19. Tiene seis perros, tres de ellos jubilados. «Tengo una teckel que lleva 14 años en casa. Ahora tiene artrosis, y tengo claro que yo nunca mataría a un perro porque no valga, es algo que no hice jamás y que tampoco haré», explica Paco, que también cuida a un setter de 15 años, «le llevo comida especial, tiene artrosis en las patas y aun así intenta venir conmigo, pero no puede. Ella lo que quiere es estar a mi lado siempre», cuenta este cazador de Guadalajara, que defiende tajantemente que sus perros forman parte de su familia.

Además, Paco tiene dos podencos. Uno está en activo y el otro tiene 11 años y sufrió una rotura del ligamento cruzado, «prefiero cuidarlo», explica este hombre, que no repara en invertir, mimar y cuidar a sus perros al máximo para «que no les falte de nada».

Criadora y cazadora

Carmen Jul es una criadora lucense de bracos de Weimar que se dedica profesionalmente a esta actividad. Sin embargo, se asegura de cuidar al máximo de sus huéspedes más mayores ya que, como tantas personas relacionadas con la actividad cinegética, se esfuerza en cuerpo y alma para que sus perros vivan en las mejores condiciones posibles. «Los más mayores se quedan aquí y yo los cuido, porque es lo que hay que hacer», explica Carmen.

Mi perra de 16 años siempre se lleva la última caricia del día

Eduardo Hernández tiene 59 años y es de Navarra. Este cazador es un gran amante de los animales y tiene 21 perros, 20 bracos alemanes y una border collie. Su perra Anka ya está jubilada con más de 16 años. «Es la primera que come y la última caricia del día va para ella», explica este cazador, que define a braca como «la jefa, la abuela y la que ha mandado en el corral, muy inteligente».

Eduardo, que muchos conocerán por el afijo Labardena, habla de Anka como la niña de sus ojos, compañera también de sus hijas desde que eran pequeñas y una muy buena cazadora. «A mí me ha enseñado y he aprendido de ella», cuenta emocionado este cazador de Navarra. Ahora, Anka lleva un año sin cazar porque le falta movilidad y le fallan las patas. «Era una perra autónoma, se iba, traía conejos, y se volvía a ir. Ella sola cazaba, atrapaba y traía mientras yo atendía a los demás perros», explica Eduardo Hernández, que no escatima en esfuerzo y cariño para este ejemplar tan especial para él.

Un perro de caza que no cazó, pero vive feliz

Alba Rodríguez es de Lugo y su compañero perruno es un setter inglés que tiene diez años. «Cuando todavía era un cachorro mi hermano lo trajo para casa, lo llevó a cazar y vio que no valía, así que lo dejó en casa de mi abuela», explica la cazadora, que también narra cómo su abuela se encariñó rápidamente con el animal: «En dos días ya quería más al perro que a nosotros», cuenta entre risas.

El de este setter, Rui, fue un caso difícil, ya que el animal no se dejaba tocar. Ahora, Alba se encarga de proporcionarle a este perro los mejores cuidados. «Puede que no sea el perro más cariñoso, pero sé que es feliz. Cuando llego de trabajar viene corriendo a saludarme, aunque no deja que le toque», explica esta cazadora lucense, que también cuenta que el suyo «es un perro de caza que no caza» y que está viviendo una vejez feliz, de la mano de su dueña, cazadora y gran amante de los animales.

Un galgo, como ejemplo de tantos

Jesús Téllez tiene una galga de siete años. «La perra Laberinto es muy buena, ha criado dos veces, pero hubo problemas en el último parto». Está en el campo, pero el animal ya no va de cacería desde hace dos años y, según su dueño, se porta muy bien. «Aunque no sea temporada de caza también los saco al campo, por la mañana y por la tarde, son 24 horas con mis perros porque no me despego de ellos», explica Jesús, un ejemplo de que la actividad cinegética requiere constancia, esfuerzo y mucho amor por los animales. Este hombre caza desde los 13 años y, actualmente, es un ejemplo que demuestra que aún quedan jóvenes apasionados por la caza, ya que Jesús tiene 26 años.

Le conocimos después de que publicara un post en sus redes sociales lamentando que había tenido que pasar la noche en urgencias veterinarias junto a su galga, demostrando que no duda en hacer lo que haga falta para el bienestar de su compañera.

Esto no suele publicarse en ningún medio de comunicación, pues rompe la mentira y difamación que animalistas radicales y algunos refugios tienen montado en torno al galgo.

Cazadores que salvan animales abandonados

Javier Fernández es un cazador de Cádiz de 43 años. Desde los 11 demuestra su pasión y dotes cazadoras en el campo. La suya es una historia apasionada, con varias generaciones de cazadores a la espalda. «Mi padre fue mi maestro, me mostró cómo comportarme en el campo», explica este gaditano. Ahora mismo tiene dos perros de once años y medio: un podenco cruzado que sigue en activo, «el mejor que he tenido», explica Javier. El otro, un bretón que adoptó con cuatro años y medio y que tiene displasia de cadera. Su enfermedad se acentuó con el tiempo, pero Javier se encarga de proporcionarle descanso, comida y cariño a este perro jubilado.

«Me robaron un perro hace cuatro años en una montería, estuve cuatro días buscándolo, no podía ni entrar en el patio de mi casa porque me echaba a llorar», cuenta emocionado este cazador, que pidió días libres en el trabajo, ofreció una recompensa y lo buscó sin descanso hasta que apareció y se pudo volver a reunir con su compañero.

«Un perro para un cazador es un compañero de fatiga, de lance, de momentos y de experiencias. Nadie sabe lo que es, solo el mismo cazador», afirma convencido Javier Fernández, que asegura que los animales dan la vida por sus cazadores y merecen una vejez digna y morir al lado de quien los ha criado.

Javier también encabeza la lucha de muchos cazadores junto con su familia. Su padre tiene un maneto de año y medio al que le han diagnosticado una malformación vertebral que lo ha dejado paralítico y para lo que le han administrado una medicación. No podrá cazar, pero la familia de este hombre se encargará de proporcionarle una vida llena de cuidados. Un ejemplo extrapolable a muchos otros que demuestran que los cazadores forman parte de la solución ante el abandono de animales ayudando, en muchas ocasiones, a que los perros tengan una segunda oportunidad a su lado.

Este cazador de Cádiz demuestra a diario su pasión y respeto por los animales y encabeza una labor de rescate con decenas de perros recogidos en las carreteras. «Fui a entregar un perro abandonado y, en la puerta de la perrera, decidí quedarme con él», explica Javier Fernández, un claro ejemplo a seguir.

11 años cuidando a un bretón que no vale para cazar

Manuel, de Chiclana, es un claro ejemplo de que el cazador valora al perro por encima de todo. En su casa cuida de Gordo, un bretón de 11 años que desde el primer día supo que no era cazador. Un raro caso dentro de la raza. Nos cuenta que «es hijo de una perra que murió hace años. Me quedé con 3 de sus cachorros. Dos de ellos salieron muy buenos en el campo, pero Gordo no cazaba. Este nos acompaña, se aleja, vuelve a saludarnos, pero la caza no es su fuerte. Nos lo quedamos porque es nuestro. Es muy tranquilo, se lleva bien con los demás, es cariñoso. 11 años después, sigue siendo una excepcional compañía».

Manuel nos cuenta que tiene otra bretona con 10 años. «Se llama Niebla, y caza muy bien. No para, incluso con esta edad. No hay quien la haga sombra cobrando».

Niebla y Gordo, dos casos antagónicos que sirven de claro ejemplo de que este cazador valora a sus perros como merecen, ya sea en la caza o en casa.

Un podenco de 13 años con una pata amputada

Antonio es un cazador que disfruta de sus perros tras los conejos. Su caso es muy significativo, pues su podenco sufrió un grave accidente cuando era muy joven que le llevó a perder una pata: «Cantimplora lleva conmigo desde los 4 meses. Desde el primer día demostró ser un gran cazador. Pero con 10 meses, sufrió un accidente. Iba detrás de un conejo y se enganchó una pata en una malla cinegética. Le escuchaba gritar, me acercaba y callaba. No lo encontraba. Le busqué como loco, pero no lo localizaba. Decidí ir a casa a por otro perro que me ayudara a dar con él. Así llegué hasta Cantimplora. Cuando al fin lo encontré, lo llevé al veterinario y no pudieron salvarle la pata.

»El veterinario me dijo que, si el perro era bueno, tener una pata menos no le iba a frenar. Y así fue. De cualquier forma, no dudé en que iba a quedarse conmigo. Lo llevé a casa, lo curaba a diario y, cuando estuvo recuperado, comencé a llevarlo con los otros perros al monte. Desde el principio demostró que caza tanto o mejor que los demás.

»Su pasión por la caza es inigualable. El monte más duro no le frena. Su valor no tiene límite. Incluso se picó a los jabalíes y nos ha dado algún susto con cochinos grandes.

»Con el pasar de los años, me voy adaptando a su ritmo. Si le tengo que esperar en el campo, le espero. En septiembre cumple 13 años».

Antonio nos cuenta que Cantimplora ha sido un figura toda su vida: «Con tres patas, se escapaba de la perrera para irse de caza o para coger a alguna perra en celo. Le tuve que capar para no tener problemas con los vecinos».

No es el único perro en su edad dorada que cuida Antonio: «Tengo otro podenco con 17 años. Me emociona pensar que le queda poca vida y que tendré que tomar una decisión tarde o temprano. Todas las mañanas le limpio la cama porque se hace sus necesidades en ella, pero a medida que avanza el día, se espabila y le veo bien y feliz».

16 años junto a Nana, su podenca andaluza

José Manuel es un cazador de Algeciras, en Cádiz. Le hemos pedido que recuerde cómo comenzó su camino junto a Nana, una preciosa podenca andaluza. «Era la más pequeña de la camada. La vi junto a sus cinco hermanos, pero a mí me gustó ella. Estaba en una esquinita y parecía la más débil. Siempre que he tenido que elegir un perro de una camada he hecho esto. ¿Por qué? No lo sé, pero siempre me ha salido muy bien».

Este cazador recuerda con alegría cómo era Nana en el campo: «Me ha regalado lances inolvidables. Era muy pequeña de talla, pero eso nunca la detuvo. Cuando el conejo salía, ella no veía por dónde iba, sobre todo el verano, cuando la hierba está alta. Pero ella cazaba dando saltos para seguir al conejo.

»Ha sido un perro muy polivalente. Me ha cobrado innumerables zorzales. En el cobro no he visto nada igual. Los pájaros de ala era otro de sus puntos fuertes».

La podenca siempre ha estado junto a José Manuel, en su casa, durante 16 años, «A los 14 años dejé de cazarla. Le dolían los huesos. Se quejaba, y fue cuando le llegó la jubilación. Han sido unos últimos años en la que ha seguido siendo la reina de la casa».

Han sido 16 años inolvidables. Cuando el veterinario me dijo que era muy posible que cualquier día podría sufrir un infarto, no creí que fuera a suceder. Pero así fue. Sucedió en diciembre», nos cuenta este cazador emocionado.

Una bretrona de 12 y un podenco de 13 años

Cazador de 37 años, Pedro Manuel, de Chiclana, recuerda con añoranza a Tina, una preciosa bretona que murió junto a él con 14 años. El mejor recuerdo que le queda de ella es Lupita, su hija, que ahora suma 12 años.

«Esa perra era muy fuerte cazando, con mucha pasión, y se iba pegando con el monte mientras cazaba» nos confiesa Pedro Manuel. De ahí, que una de las heridas que se hizo un día de caza se complicara y se convirtiera en una berruga. El tratamiento que tuvo que aplicarle, que costó en su día 150 euros, le dejó el ojo como vemos, ciego, pero Lupita sigue cazando: «No sería feliz en casa», reconoce el cazador, «No puedo dejarla e irme a cazar. La perra no sería feliz. Así que me sigue acompañando, y yo cazo en función de su edad. La pasada temporada me hizo un cobro de pato a 40 metros en agua que me dejó maravillado».

Lupita es una perra muy completa. Ha destacado en el cobro de zorzales, en la muestra a la liebre en la campiña… La palabra caza se le queda pequeña.

Pedro es el paradigma del cazador. Quiere a sus perros y los cuida hasta su último día. Además de Tina y Lupita, otro ejemplo es Kiara. Esta podenca tiene ya 13 años. Es descendiente de una casta de perros que se remonta al bisabuelo de Pedro, que nos dice que ha sido muy buena cazando conejos a diente: «En la zarza se desenvolvía como en casa».

«Los perros que no han servido para cazar siguen aquí conmigo. Lo mismo que los perros que ya no pueden soportar una jornada por ser muy mayores. Son parte de la familia, los tengo en casa, en un lugar habilitado para ellos, donde no pasan calor en verano ni frío en invierno. Soy fontanero, y les tengo unos bidones para, cuando volvemos de cazar, se refresquen las almohadillas. Comen pienso de alta energía, vamos regularmente al veterinario, cuentan con todos sus cuidados…».

Pedro nos lo dice como lo más normal del mundo.

Y es que, en realidad, es así. Esta es la realidad del perro de caza en nuestro país.

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