Una investigación concluye que la plaga de topillos se extinguió de forma natural

Investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) han participado en un estudio que concluye que la plaga de topillos que asoló Castilla y León durante 2006 y 2007 desapareció de forma natural y no por los tratamientos con rodenticida llevados a cabo. Además, los científicos señalan que los venenos aplicados afectaron a otras especies y que su impacto sobre la biodiversidad, aunque sin evaluar aún en profundidad, ha podido ser «importante».


Dado la característica cíclica del fenómeno, los investigadores apuntan que la próxima plaga podría producirse en 2010 o 2011
El estudio, en el que también participan investigadores de la IE Universidad, la Universidad de León y la Universidad Autónoma de Madrid, aparece en el último número de la revista Environmental Conservation. A través de la captura de mamíferos mediante un sistema de trampeo especializado, los investigadores han podido constatar que la desaparición de los topillos ocurrió de manera simultánea tanto en las zonas tratadas con veneno como en las que no. «La aplicación de rodenticida fue innecesaria por algo que ya se sabe desde hace décadas en otros países: el veneno no acaba con la plaga, sino que ésta se colapsa de forma natural», afirma el investigador Javier Viñuela, del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (centro mixto del CSIC, la Universidad de Castilla-La Mancha y la Junta de Castilla-La Mancha). Para el control de la plaga de topillos, la Junta de Castilla y León llevó a cabo tres campañas de envenenamiento con dos rodenticidas distintos, clorofacinona en las dos primeras y bromadiolona en la tercera. El estudio señala que, además de los topillos, varias especies han sido afectadas por estos rodenticidas. «Las necropsias de los ejemplares encontrados muertos en el campo mostraron restos de clorofacinona en el hígado del 98% de las palomas domésticas analizadas y en el 38% de las liebres», explica Viñuela. También se encontraron restos de clorofacinona en el hígado de calandrias (29% de los casos analizados) y de busardo ratonero (un caso de tres), ambas especies amenazadas. Aunque el número de necropsias realizadas no es muy alto, ya que se realizaron a los animales muertos que cazadores, guardas y naturalistas enviaron al Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (CSIC), los investigadores consideran que los resultados son suficientemente significativos. Más aún, en la provincia de León las poblaciones de ratón de campo han podido verse afectadas por el tratamiento, ya que en las áreas tratadas con clorofacinona crecieron menos que en áreas no tratadas. Esta especie —que no causa plaga— sirve de alimento a depredadores como cernícalos, busardos ratoneros o comadrejas. En cuanto a la fumigación con bromadiolona, cuyo efecto aún está por evaluar en profundidad, los investigadores consideran que su impacto ha podido ser importante, ya que existen varios estudios realizados en otros países, como Francia, que han demostrado el envenenamiento secundario por bromadiolona en varias especies. El estudio afirma además que el área tratada con rodenticidas incluye cinco Zonas de Especial Protección para Aves (ZEPAS), por lo que el principio de precaución debería haberse aplicado, especialmente cuando existe una alta incertidumbre sobre el efecto potencial directo e indirecto que la liberación masiva de rodenticidas anticoagulantes tiene en el ecosistema agrario. La evidencia señala, además, que la mayoría de los topillos había desaparecido antes del inicio de la tercera campaña de envenenamiento.

Las consecuencias económicas, no tan graves

Por otro lado, los investigadores señalan que no hay evidencia de que la plaga afectara dramáticamente a la producción agrícola. De hecho en 2007, el año de la plaga, la producción de cereal, patatas y viñas fue la más alta registrada en los últimos diez años, aunque la segunda y tercera campaña de control de topillos empezaron después de la cosecha de 2007. El coste de la campaña de control, 24 millones de euros, fue más alto que los pagos compensatorios por daño a cultivos, que ascendieron a 5,5 millones de euros. Los investigadores advierten también de que en función del patrón casi cíclico que han presentado las plagas de topillos en Castilla y León desde los años ‘80, la próxima plaga podría producirse en torno a 2010 ó 2011. Los investigadores esperan que para entonces exista una mayor planificación, para lo que es necesaria la colaboración entre políticos, gestores, agricultores y científicos. El estudio recuerda que el manejo de plagas debe estar basado en la evidencia científica, una gestión sostenible y ecológica, un balance coste/beneficio bien informado y la cooperación y supervisión de las autoridades locales e internacionales cuando, como ha sido el caso, enormes cantidades de veneno son aplicadas al medio ambiente. «La aplicación de estas medidas debería llevar a decisiones de gestión mejor informadas que controlen la plaga a la vez que minimizan el impacto de los efectos colaterales ecológicos no deseados», concluyen los investigadores.
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