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La espera del jabalí, nueva sección fija en Club de Caza de la mano de David Lunático

Club de Caza incorpora entre sus colaboradores habituales a un experimentado esperista granadino, David Lunático, que cada semana en su blog personal ‘David Lunático’ narrará sus experiencias y aguardos nocturnos además de compartir sus conocimientos con todos aquellos cazadores que pretendan iniciarse en esta apasionante modalidad de caza.



David nos cuenta sus inicios en la caza en espera hace ya 25 años y algunos de sus lances vividos, en los que ha logrado abatir jabalíes de impresionantes bocas en abierto.

David Lunático, «el esperista»

Os presentamos a David Albarrán, cazador granadino vecino de la localidad de Dilar, situada en la parte meridional de la Vega de Granada, a los pies de Sierra Nevada. De tan sólo 33 años, atesora 25 años de experiencia en la caza en espera, ya que comenzó a acompañar a su tío Luis cuando contaba con 8 años. Luis fue su mentor en la caza, ya que su padre Amador, silvestrista y apasionado de la caza menor, falleció muy joven. Desde que vivió su primera espera, quedó prendado del embrujo de la noche en el campo. Así nos lo cuenta él mismo:

 David Lunático, nuevo bloguero de Club de Caza. David Lunático, nuevo bloguero de Club de Caza.

«La espera del jabalí, mi vida, mi pasión»

Con tan solo 8 años mi tío me llevó una noche de espera a los marranos… tan solo me bastó escuchar los grillos, una rama partir y ver la luna relucir para que mi corazón empezara a latir, y desde entonces me enemoré de la espera del jabalí. Estar esperando a un cochino en el silencio de la noche, bajo la luz de la luna o sin ella, a la orilla de una charca o una siembra… y de fondo escuchar el sonido de los grillos, el cuco, el ruiseñor, el zorro… es una paz que no se puede explicar con palabras, hay que vivirlo para sentirlo. Ese corazón que se acelera al troncharse una rama, eso que sientes por dentro, adrenalina, nerviosismo, inquietud, boca seca, temblor, excitación o como queramos llamarlo, ese momento no se cambia por nada del mundo. Es allí donde se olvidan las penas, donde desconectas y te encuentras contigo mismo, y donde los problemas de la vida cotidiana se empequeñecen ante la grandeza del espectáculo, el atardecer y la noche.

Comienzos y aprendizaje

Obtuvo el permiso de armas a los 14 años, pero los yerros se sucedían a la hora de efectuar los disparos cuando su tío le permitía disparar a algún cochino. Como nos dice David, las poblaciones de jabalíes eran mucho menores hace dos décadas y las oportunidades escaseaban. No fue hasta que cumplió los 17 años cuando logró abatir su primer jabalí.

Un adelanto de su blog

David nos anticipa uno de esos lances que permanecerán por siempre en su memoria y que se publicarán cada semana en su blog personal en Club de Caza.

Su captura fue como jugar una partida de ajedrez con un experimentado rival, ya que, después de varias semanas tras sus huellas, pude abatir al astuto y viejo solitario. Una noche de mayo me dirigí, acompañado de mi amigo José Luís, al lugar que había elegido, un claro en el monte de encinas, pinos y monte bajo cercano a los cultivos, para ubicar un cebadero e intentar dar caza al macareno que estaba ocasionando graves daños en las siembras de la finca.

Después de varias infructuosas esperas, algo me decía que esa noche acudiría a la cita que teníamos pendiente. El viento era el adecuado, ya que el aire venía de cara. Pese a mi experiencia después de más de 25 años asistiendo a esperas, cometí un fallo de principiante a la hora de intentar abatir un gran jabalí. Me acerqué al comedero para observar las huellas antes de subirme en las ramas del pino donde estaba ubicado el apostadero. Eso jamás se debe hacer, pero no tuve más remedio, ya no pude ir por la mañana al comedero por motivos laborales.

A las 10 de la noche pude ver cómo entró el cochino al claro y empezó a comer. Muy despacio me encaré el rifle para poder observarlo con el visor, pero el astuto animal detectó mi silueta, iluminada con la luz luna, y desapareció en la espesura. No se marchó del lugar, ya que podía oír sus gruñidos en la maleza, mostrando su enfado al haber detectado algo extraño en el comedero.

El animal, al no haber podido identificar qué era aquello que había podido ver en el árbol, empezó a dar vueltas alrededor del claro de monte, y yo podía oír perfectamente sus pisadas en la hojarasca. El viejo macareno, curtido en mil batallas, detectó el rastro que había dejado al aproximarme al comedero y lo siguió hasta situarse bajo el pino donde yo estaba subido. Pero, debido a que yo tenía el viento favorable, pasó de largo. Pensé en un momento que el astuto jabalí esa noche iba a ganar la batalla, pero jamás pierdo la esperanza y permanecí en el apostadero, ya que no había logrado detectar mi olor.

Me quedé quieto esperando. No quería ni pestañear y al cabo 90 minutos regresó en busca del grano. Se aproximó al claro sin hacer ruido alguno, como si se tratase de un felino. Volví a encararme el rifle, de la marca Winchester, un XPR del calibre .300, muy despacio, y cuando ya lo tenía centrado en la cruz del visor volvió a coger el rastro que yo había dejado para dirigirse de nuevo hacia mi puesto. Pensé «madre mía, ¿qué hago ahora? Otra vez no».

Mientras se aproximaba con el hocico pegado al suelo siguiendo mi rastro, me incorporé muy despacio para ponerme prácticamente de pie en lo alto de la rama del pino. Él andaba y yo me sentaba, él se paraba y yo me incorporaba. Pasados unos minutos se situó a unos escasos 20 metros, instante que aproveché, iluminado con la luz de la luna, para efectuar un único disparo que sesgó la vida del macareno. Desde la rama del pino sabía que se trataba de un gran jabalí, pero no estaba seguro de si era el animal de las grandes huellas.

Cuando bajé del árbol y me acerqué a él eché las manos a la cabeza y dije «Dios, madre mía, qué pedazo de bicho he cazado». La emociones se desbordaron y se me saltaron hasta las lágrimas mientras mi compañero no dejaba de dar saltos de alegría.

La importante boca no ha sido homologada, al igual que el resto de la de los grandes navajeros que ha cazado David a lo largo de su vida. Para el esperista, lo importante es el lance y la dificultad de abatir al animal, no el tamaño del trofeo. La noche en la que capturó al solitario se vio inmerso en una insólita a la par que tensa situación cuando estuvo a punto de embestirles una cochina que se encontraron junto a sus crías mientras arrastraban al jabalí hasta el vehículo. Por suerte, no tuvo que disparar a la jabalina. Para repeler el ataque bastaron sus gritos para hacer desistir al animal de su belicosa actitud.

A David Albarrán lo podéis encontrar también en su canal temático de YouTube dedicado a la caza en espera David Lunático.

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