Este jabalí había entrado antes que apareciera otro más grande que cacé pocos días antes, apodado ‘el hacha’. Pero se ve que lo echó de la zona y no volvió más. Una vez quité el grande, volvió a aparecer enseguida.
Pero estuvo unos días sin dar la cara, hasta que vi que entró dos noches seguidas. Una a las 3 de la madrugada y, la siguiente, ya a las 22 horas. Entonces decidí jugármela, ya que, por esa regla de tres, estos cochinos suelen volver a entrar
Así entró el jabalí
Y acerté. Cuando ya lo oía entrar, encendí la cámara y preparé todo. Pero cuando fui a enganchar el disparador al loop de la cuerda, no lo metí bien, y lo pellizqué, haciendo que saltaran las pincas del disparador y picaran entre ellas.
Ese pequeño click hizo que se marchara, pero al poco tiempo volvió a entrar. Aunque ya no estaba tranquilo. Había algo que no le gustaba. Las dos noches anteriores comió y se revolcó en la baña natural de barro.
Así que, como lo tenía de frente a mí y no les tiro nunca así, decidí esperar a que comiese tranquilamente y tirarle cuando se metiera en la baña, para así, a la vez, disfrutar más del lance. Pero algo salió mal.
Algo no va bien
De repente, dejó de comer y se dio media vuelta para volver sobre sus pasos, dándome el culo. Así que decidí abrir el arco y apuntar por si antes de meterse en la maleza me daba una oportunidad de tiro. Y así fue.
Una única oportunidad de disparo
Justo antes de meterse en el monte, se giró y me brindó ese momento tan esperado. Solté la flecha y vi cómo el luminoso le impactaba en la zona del corazón. El guarro salió tropezándose, con el pecho prácticamente en el suelo, y se metió en la maleza rompiendo todo lo que encontraba en su camino. Señal de que iba muy tocado.
Miré la zona del tiro y no vi sangre. Sí que vi la flecha 10 metros más adelante, con el luminoso encendido. La partió y se llevó la punta clavada. Así que decidí volver de día a mirar todo tranquilamente. Esas noches se hacen eternas y no pega uno ojo.
El pisteo
Ya de día me acerqué a la zona del tiro y no veía nada de sangre. Así que decidí meterme en la línea que llevaba el guarro cuando se metió en la maleza. Recorridos unos 30 metros, empecé a ver mucha sangre y me dio una alegría tremenda.
Sabía que ya no podía estar muy lejos, y enseguida di con él. Estaba a unos 100 metros de la zona del tiro.