Carbonero Común
Las aves de España

Carbonero Común


Los Carboneros Comunes siempre son activos, tanto si se trata de buscar comida en invierno, como de descubrir, a partir de febrero, una cavidad para construir el nido. En la mala estación vagan en pequeños grupos ruidosos, a los que se unen otros pájaros, como Trepadores, Agateadores, Reyezuelos e incluso, a veces, un Pico Carpintero. Se distinguen por su vivo plumaje, en el que se mezclan amarillo brillante, blanco puro, negro lustroso y verde oliva. En los huertos, los jardines y los bosques de frondosas el Carbonero Común suele ser el que más abunda y en otoño migra ante la escasez de alimento; bandos de Carboneros se desplazan entonces hacia el sur. A finales de invierno el macho visita los agujeros de los árboles y los muros, así como las cajas anideras, y trata de atraer a la hembra, a la que alimenta con presas escogidas. La construcción del nido y la defensa del territorio absorben pronto las energías de los Carboneros Comunes, que, a menudo, crían dos polladas antes del verano, época en la que mudan sus plumas.

Familia:Páridas
Nombre cientifico:Parus major
Orden:Passeriformes
Caza:Especie Protegida
Longitud:14
Habitat:Parques y jardines
Identificación:Cabeza y cuello negro brillante; mejillas blancas; con una banda negra que desciende por el pecho amarillo; dorso verde; sexos iguales.
Nidificación:A menudo cría en agujeros de árboles o de muros, pero frecuentemente utiliza cajas anideras; ambos sexos aportan el material para el nido, especialmente musgos, con pelo o plumón como revestimiento; la puesta tiene lugar en abril-mayo; de 8 a 12 huevos blancos manchados de pardo rojizo; incubación, sólo por la hembra, de 13 a 14 días; los pollos son cebados por los dos progenitores y vuelan después de unos 20 días.
Alimentación:Principalmente insectos, incluyendo orugas, pulgones, cóccidos; algunas yemas, frutos y semillas.

El Carbonero común, Parus major, es el más abundante de los páridos que viven en la Península Ibérica. También es el de mayor tamaño y actitudes más agresivas y vivaces. Fácil de identificar, llama en seguida la atención el negro lustroso de la cabeza con un tono ligeramente azulado que se extiende por la nuca y hacia adelante formando un collar. El mentón y la garganta son de intenso color negro, extendiéndose por el centro del pecho y vientre. Los carrillos son blancos y las partes inferiores amarillas. La espalda es verdosa y antes de alcanzar la nuca hay una ligera mancha amarillenta. También en las puntas de las plumas del dorso hay matices gris-azulados. El obispillo es grisáceo y las alas tienen las primarias y secundarias negras, pero con bordes azules. En las alas se aprecia bien una franja blanca formada por las puntas de las cobertoras, que son gris azuladas. La cola es azulada y negruzca, teniendo la pareja exterior de rectrices los bordes blancos y una mancha blanca la penúltima.

Las hembras poseen una distribución general del color igual que los machos, pero su tonalidad es más apagada. La cabeza es negra, pero no tan brillante ni azulada, más bien negro humo, y lo mismo sucede con la franja que corre a lo largo del cuerpo desde la garganta al vientre que es, además, más estrecha y con bordes peor definidos, no extendiéndose tanto como en los machos ni llegando a los muslos. Este rasgo es el mejor para la identificación y se aprecia bien mientras se observa al Carbonero moviéndose por entre las ramas de los árboles. Algunos machos tienen extraordinariamente extendido el color negro de las partes inferiores, lo mismo en la garganta que en el pecho y vientre, y la separación de las hembras es muy fácil. Los jóvenes se parecen mucho a las hembras adultas, con el negro de la cabeza sin brillo y algo grisáceo, teniendo en la nuca una apreciable mancha amarillenta. La espalda es pardusca y la línea ventral negra muy estrecha. Los carrillos y lados del cuello son amarillentos y la garganta y el mentón grises.

El Carbonero común vive en plena campiña, pero es también pájaro de bosques de hoja caduca. Las grandes plantaciones de frutales son quizá su hábitat favorito y es una especie popular en parques, jardines, espesuras, setos y arboledas, incluso en el interior de las ciudades y pueblos.

Con sus patas de color azul plomo se sujeta fuertemente a las ramas y en la corteza de los árboles, levantando ésta con el sólido pico cónico y negro y atenazando con fuerza los innumerables insectos y larvas que allí se ocultan. Como el Herrerillo, también adopta posturas acrobáticas colgándose de las ramas, hojas e incluso de los frutos. Se posa muy a menudo en el suelo, donde se mueve con agilidad saltando entre la hierba. Su vuelo es normalmente corto, de uno a otro árbol, y haciéndolo como a sacudidas, sensación que nos da la curiosa forma de cerrar y abrir las alas con gran rapidez e intercalando intervalos de cierre total. En vuelo largo se aprecian bien las marcadas ondulaciones. Las alas le ayudan mucho cuando picotea entre las hojas de los árboles, agitándolas con frecuencia y revoloteando de forma ocasional y rápida tras un insecto que se le escapa. Fuera de la época de la cría es gregario, formando grupos de 5-12 individuos que vagan por la campiña, pero manteniendo entre sí una determinada distancia y nunca apelotonándose en un lugar. En los bosques se le ve mucho en el suelo levantando la hojarasca seca a la búsqueda de insectos y larvas. También come semillas y frutos secos por dura que tengan la cáscara. En ella abre un agujero y por él extrae fácilmente la pulpa. Los hayedos le atraen en el otoño por la gran cantidad de semillas que extrae del fruto de estos árboles. En las plantaciones de frutales desprende mucha flor, pues, al igual que el Herrerillo, al tratar de capturar los insectos que se ocultan entre los pétalos los desprende. También picotea y come la corola, pero sus daños se equilibran con la gran cantidad de insectos que atrapa. Es muy agresivo y no es infrecuente que ataque otros nidos capturando pollos recién nacidos. A veces se ha visto extrayendo por un agujero de un nido uno de los pollos de un Herrerillo o Agateador. También se citan casos de carboneros matando a picotazos a herrerillos. Durante la noche duerme en grupos dentro de grietas, agujeros de árboles y muros y es muy aficionado a ocupar las numerosas cajas nido que ahora proliferan en los bosques de toda Europa. A partir del otoño se ven siempre numerosos carboneros que se acurrucan juntos en el interior de las cajas de madera. La especie está en aumento y no hay duda que esta protección artificial debe contribuir mucho a su supervivencia.

Las voces que el Carbonero común lanza continuamente son tan variadas que resulta difícil aquí realizar un resumen lo suficientemente completo para que nos demos una idea somera de ellas. El canto, que empieza a escucharse en enero con mucha fuerza y ocasionalmente ya en diciembre, es una repetición de cinco a siete veces de una frase que se entiende como ¡¡ti-ti-chu!! muy clara, metálica y en tono tan alto y agradable que inmediatamente llama la atención y se escucha a considerable distancia. Todos los sonidos y notas son fuertes y agudos. Gompertz (1961) escribe, con razón, que nadie puede estar observando a los carboneros por mucho tiempo sin apreciar en seguida la imposibilidad de que alguno de ellos, sobre todo los machos, se mantengan en completo silencio. Nota insistente de alarma, sobre todo al acercarnos al nido, es un nasal ¡¡tcherrr-tcherrr...!! El vuelo de un ave de presa sobre ellos les impulsa inmediatamente a lanzar un agudo chillido de alarma ¡¡tsii-ii-ii-ii!! Otra estrofa que lanza muy a menudo, ¿quizá también de alarma?, es un duro y sonoro ¡¡tink, tink, tink!!, que recuerda la misma del Pinzón vulgar, Fringilla coelebs. Una llamada corrientemente escuchada a los machos, es un rápido y sonoro ¡¡ pi-tink-tink !!, repetido no menos de 3-6 veces. Normalmente el Carbonero canta mientras se mueve entre el ramaje, pero también permanece inmóvil cuando llama con fuerza. Fuera de los meses de invierno y primavera, canta mucho menos y escucharlo en julio y agosto es poco probable. Algo más en septiembre y primera semana de octubre y muy raro o excepcional desde la mitad de octubre hasta Navidades.

Ya se ha mencionado algo sobre alimentación. La dieta es variada y no existe duda de que los insectos y sus larvas forman más del 80 por ciento de ella. En especial en la primavera. Son muchas las orugas que captura en las hojas de árboles y plantas de huerta, cochinillas de la humedad, minúsculos insectos, arañas y sus huevos, pupas de mariposas, abejas, abejorros, avispas, etc. En los pinares próximos a Zumaya (Guipúzcoa) atacados por la Procesionaria se posan sobre los algodonosos nidos de éstas y los destruyen, buscando las pupas en su interior. Cuando las orugas nacen, también las atacan. Newstead, citado por Jourdain, estima que una pareja de carboneros puede destruir mientras ceba a los pollos no menos de 7-8.000 insectos, sobre todo orugas. Si esto hace en tres semanas, es fácil comprender la utilidad e importancia de estos pájaros en las plantaciones de frutales y en los viveros forestales. Por otro lado, la fruta comida no representa más que una parte insignificante en el total de la dieta. Aún más. El Carbonero común, al igual que el Herrerillo, pican sobre el fruto excesivamente maduro y muchas veces ya dañado, buscando precisamente el gusano que se ha introducido allí o los huevos que las moscas han puesto. También come semillas y frutos silvestres y con extraordinaria facilidad es capaz de abrir un agujero en la dura cáscara de muchos frutos.

La reproducción comienza en la segunda quincena de abril y esos días ya hay puestas completas, pero la construcción de los nidos se inicia antes. En 54 nidos controlados en Asturias durante tres años (1971, 1972, 1973), 17 tenían las puestas completas en abril, 24 en mayo, 12 en junio y uno en julio. Había solamente uno cuya construcción empezó el 25 de marzo y se completó el 2 de abril, terminando la puesta de ocho huevos el 10 de abril. Es, pues, excepcional encontrar puestas en marzo y escasos los nidos ya en construcción. Algunos de los anotados para mayo eran repeticiones por depredación o inundación de los primeros. Esto lógicamente falsea las cifras y los resultados y no hay que entender que mayo contemple más nidos concluidos que abril. Algunas puestas de junio son ya las segundas de parejas que crían dos veces, en especial algunos años. Una sola puesta en julio es, sin duda, también segunda cría. Hay que admitir que en otras zonas peninsulares puede haber ligeras variaciones en las fechas. La construcción del nido corre a cargo de la hembra. Acompaña, eso sí, a su pareja y a menudo entra en el interior del agujero o hueco. No se puede decir que durante estos días el macho del Carbonero represente ante la hembra un cortejo especialmente espectacular. Todo se reduce a erizar las plumas del píleo y abombar el pecho, inflando el plumaje de manera que el intenso color negro de la garganta se pone aún más de manifiesto.

La mayoría de los nidos están en agujeros de árboles, huecos y grietas de muros de piedra, agujeros en taludes terrosos, huecos en rocas, etc. A falta de sitios naturales no tiene inconveniente en introducirse en lámparas, macetas abandonadas, latas y sobre todo en las cajas nido preparadas por el hombre para atraerle. En todos estos lugares acumula una gran cantidad de material, en especial musgo, lana y pelos. Ocasionalmente alguna pluma. Cada vez que sale del nido antes de terminar la puesta tapa los huevos, aunque no quedan tan ocultos como los del Herrerillo común. Las puestas normales son de seis-ocho huevos. Algunas hay de nueve-diez y raras las de once y doce. A menudo encontramos también puestas de cuatro y cinco huevos, la mayoría en el mes de junio. Son de color blanco con punteado rojizo disperso por toda la superficie. En algunos se concentra en el extremo más ancho o forma una especie de corona. Las alturas de los nidos al suelo varían desde el más bajo nivel hasta los siete metros. En este caso en un agujero donde había anidado el año anterior un Pito real, Picus viridis. Un 85 por 100 de los nidos estudiados están entre uno y dos y medio metros. En determinadas zonas la densidad es grande y, el Carbonero común no defiende territorio alguno, hay nidos a pocos metros unos de otros. Incluso en el tronco de un cerezo con dos agujeros distantes entre sí un metro y abiertos ambos por el Pito real, dos hembras incubaban sendas puestas en la misma fecha sin que los machos que acudían lucharan entre sí. Quedó por observar si eran capaces durante la alimentación de los pollos de acertar a cuál de ellos correspondía cada nido. No he comprobado nunca, por lo tanto, que exista una verdadera territorialidad en Parus mayor. En muchos lugares los nidos están tan cerca entre sí que las parejas de hecho se confunden con frecuencia y algunas hembras ponen sus huevos en los nidos de otras. Sin embargo, los adultos capturaban las presas para cebar a sus pollos, que habían nacido casi simultáneamente en todos los nidos, volando lejos hasta distancias de 500 metros. Cien huevos colectados en Gran Bretaña por Jourdain dieron un promedio de 17,98 x 13,62 mm., con un máximo de 20,5 x 13,4 mm. y un mínimo de 16 x 12,6 mm. D'Almeida da para el norte de Portugal una media de 17,5 x 13,6 mm., con extremos de 16,2 a 18,6 x 12,7 a 14,8 mm. en 27 colectados. Diez de Asturias dan un promedio de 17,81 x 13,24 mm., con un máximo de 18,2 x 13,9 mm. y un mínimo de 16,9 x 13,5 mm. Solamente la hembra incuba y es tan fiel a su trabajo que se la puede coger en el nido y levantarla para controlar la marcha de la incubación, dejándola allí nuevamente sin que se asuste ni lo abandone. El macho la ceba en el nido y de él sale muy pocas veces al día. A los trece-dieciséis días nacen los pollos que tienen un plumón gris humo bastante largo en la cabeza y espalda. El interior de la boca es anaranjado y no hay puntos oscuros en la lengua; las comisuras son amarillo pálido. Ambos adultos los alimentan con orugas sobre todo. Se desarrollan con bastante lentitud y en ello puede influir considerablemente el tiempo frío y lluvioso, no infrecuente en muchas primaveras. Hasta los ocho-nueve días no abren completamente los ojos y rara vez salen del nido antes de cumplir los dieciocho días. Ocasionalmente algunos lo dejan a los dieciséis y otros permanecen allí hasta veinticuatro días. Un promedio estaría entre dieciocho y veinte días. Todavía fuera del nido son alimentados durante quince-veinticinco días más por los adultos.

El Carbonero común tiene una amplia distribución en Europa, llegando hasta el norte de Escandinavia, donde puede ser local en el extremo más septentrional. Falta en Islandia. Su densidad es alta en todas partes y más en países meridionales, donde supera al Herrerillo común, situación que no se produce, por ejemplo, en las Islas Británicas. En la Península Ibérica es común y numeroso en bosques y campiña arbolada. Localmente es muy abundante y hay, sin embargo, extensas lagunas en zonas de rala vegetación o en llanuras desforestadas. Se reproduce en Mallorca y Menorca, donde no es escaso, pero quizá falte en Ibiza. En el otoño e invierno es errático y parece ser que muchas hembras jóvenes están sujetas a movimientos dispersos de mayor radio que los machos. Estos permanecen en el lugar de nacimiento todo el año y a lo más se mueven muy poco. El anillamiento y las recuperaciones en el mismo lugar en días y meses consecutivos afirman esto. Los que viven en bosques de montaña a altos niveles bajan y se agrupan, vagando por la campiña arbolada, pero no rehuyendo también zonas de monte bajo y marismas. Son gregarios en esta época del año y con frecuencia vuelan én compañía de otros páridos.

Muchos carboneros extrapirenaicos invernan aquí. La entrada por ambos extremos de los Pirineos se nota bien, pero mucho menos la salida. A partir de finales de septiembre llegan los migrantes que permanecen en Iberia hasta febrero y marzo. Característica acusada en esta especie son las irrupciones que algunos años afectan a las poblaciones más septentrionales. Esto es debido (Ulfstrand, 1962) a la escasez de alimento. Sobre todo en los países Escandinavos, donde Parus mayor se alimenta en el otoño e invierno fundamentalmente de las semillas de hayuco. El Haya Fagus sylvatica sufre en estos países nórdicos una acusada vecería y la producción de fruto oscila mucho de un año a otro. Los años en que la escasez es muy grande, los carboneros se adentran en Europa continental, llegando hasta las puertas del Mediterráneo. Se ha podido comprobar que estos movimientos masivos no se deben a un aumento de población provocado por una buena temporada de cría, sino a la forzosa búsqueda de alimento.

Vaurie (1959) distingue para Iberia una aproximación de la subespecie típica Parus major major de Europa a la que vive en el norte de Africa clasificada como major excelsus. Esta tiene el color amarillo de las partes inferiores mucho más vivo y el blanco del borde interior de las rectrices externas es más reducido. Realmente las diferencias son mínimas y de ninguna manera apreciables, a no ser en un minucioso examen del plumaje.

El Carbonero común es uno de los pájaros que sufre más pérdidas en la población juvenil en el otoño e invierno. Perrins (1966) estima que como promedio solamente la mitad de los adultos que crían un año sobreviven para el siguiente. Como sólo un joven de cada pareja reproductora llega a la siguiente primavera para criar, reemplazando así al adulto muerto, la población se mantiene estable año tras año. Sorprenden, sin embargo, las conclusiones de Perrins. Que de una pareja de adultos que crían entre cinco y nueve pollos, solamente sobreviva uno, más un adulto, es un peligroso equilibrio que pudiera ser roto en cualquier momento por cambios de clima en primavera, depredación, incendio de bosques, etc. Hay algo en estos cálculos del meticuloso ornitólogo inglés que no casa bien con la realidad. Para él la mayor mortalidad ocurre en julio entre los jóvenes. Si esto es así, su causa no sería la escasez de alimento y sí más bien las deficientes condiciones de vuelo y defensa de los carboneros jóvenes frente a depredadores. En los nidos estudiados en el norte, pocas veces se pudo comprobar la salida de más de cuatro pollos, a pesar de que en la mayoría de las puestas eclosionaban todos los huevos. En muchos nidos quedan uno o dos pollos muertos, probablemente por inanición o aplastamiento, y algunos desaparecían antes de ser capaces de volar. Indudablemente la creciente protección a esta especie con nidos y comederos artificiales colocados en bosques, parques y jardines, se nota en un aumento de la población ibérica de Parus major, pero todavía se puede hacer más.

Comparte este artículo
Autor: 
  
417 0

Publicidad