Predador de oficio

No está del todo satisfecho el tornillero de Berriz (Bizkaia), la media veda ha sido mala y la temporada de perdices peor, a pesar de la ayuda a pie de campo que le presta un cazador de postín como Pedro Tellitu, ‘El lince de Landako’, algo así como Gary Cooper pero sin caballo.


Ciertamente forman una pareja inigualable, sobre todo a la hora de darle al tarro después de una jornada de caza. Juanito poco menos que ha vivido de su vista y la firmeza de su pulso y Pedro ni les cuento, todo un lince, capaz de detectar la presencia de una liebre encamada más rápido que Uka la perra que Iñaki Elorriaga le regalo a Juanito. Porque el tornillero, espléndido donde lo haya, eso de pagar por algo que iba a prestigiar con su uso a Iñaki no le parecía correcto, por mucho que éste haya alcanzado con sus perros los premios más importantes a nivel internacional, ¡faltaría más!, al rey lo que es del rey y al César lo que es del César. Pero no todo ha sido un camino de rosas para este avezado cazador. Sin ir más lejos, este año se encontraba cazando de extranjis en el acotado de Quintanilla San García (Burgos), cuando a eso del medio día y después de haber pateado los rastrojos, se durmió profundamente junto a Pedro, no sin antes haberse metido entre pecho y espalda un bocata de palmo y medio, generosamente regado con clarete burgalés. Juanito, aunque roncaba como un jabalí herido, tuvo un sueño muy especial… Había fallecido y se dirigía en volandas hacia un palacio que lo deslumbraba con sus puertas de diamante. Era el Paraíso. Una vez en una de sus puertas dio un fuerte aldabonazo. Le abrió San Pedro, le llevó ante el Padre Eterno y en presencia de la corte celestial exclamó: «Aquí tenemos al Sr. Juanito, el mayor depredador del mundo según dicen. ¿Qué hacemos con él?» El Padre Eterno movió sus labios entre sus aborracadas barbas blancas y contestó: «¡Soltadle a sus victimas!». Y sin saber cómo ni de dónde, he aquí a Juanito en medio de todos los animales que había aniquilado: becadas, perdices, liebres, conejos… hasta un jabalí que mató poco menos que de infarto al quinto tiro. Y todos sin ningún temor lo hostigaban y martirizaban. Juanito no se enteraba de nada porque un corzo que siempre dijo que lo abatió al cumbrear un portillo —lo cierto es que lo cogieron los perros— le embistió con su cuerna y le echó por encima del muro del Paraíso. Cayó Juanito por el vacío dando voces hasta dar con sus huesos en la tierra. Pedro, que observaba extrañado los movimientos violentos de su compañero, empezó a despertarle consciente de que se encontraba ilegal dentro de un acotado. «¡Vamos Juanito!», le decía una y otra vez, estirándole de los brazos. «¿Qué pasa? ¿Dónde estoy? ¡No veo nada!…». «¡Venga, muévete!», insistía Pedro, «que nos van a echar mano». «¿Quiénes, los animales?», preguntó Juanito. «¿Qué animales? ¡Restriégate los ojos y espabila! ¿Ves ahora algo, Juanito?». «¡Sí, si veo!» «¿No serán esos animales?» «No, veo al guarda…». Los dos predadores de oficio terminaron en el cuartelillo de Briviesca a la espera de que Iñaki Sagasti, Juanjo Alea y compañía les echaran un capote para salir del maco. Por cierto, me llegan noticias de Burgos con visos de veracidad que Juanito ostenta una puntería de tal entidad que el guarda de Quintanilla San García exige sine qua non un plus de peligrosidad. No en vano el tornillero cuenta en su haber con un doblete de perro y conejo, alcanzando con los perdigones sobrantes a Pedro. Ahí es nada. ZORIONAK.
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