El ave de cara alargada

Entraron muchas becadas en noviembre y aguantaron en el norte, donde los montes ofrecían por esas fechas el mejor hábitat peninsular, el más asequible a sus condiciones de vida, humedad en la tierra, vital para que haya gusanos y poder alimentarse. Sin embargo esto, que tiene todos los visos de ser realidad, son meras conjeturas con cierta lógica.


Pero lo verdaderamente cierto es que nunca sabremos con exactitud el comportamiento enigmático y caprichoso de esta emblemática alada. Sabemos que la patria de esta ave, como todas las migradoras, es el país donde anidan y crían. En consecuencia, la suya se extiende desde el norte de Europa y Asia hasta Islandia y la península de Kamtschatka. En invierno bajan al sur de Europa y muchas pasan a África, extendiéndose por todos los países cálidos. De movimientos rápidos, tanto al apeonar como en el vuelo, este último más regular, sin hacer el zig-zag y a igual altura, excepto en tiempo de celo o cuando salen de la espesura hacia los pastizales. Vuelan mal contra el viento, sin embargo la naturaleza les ha dotado de unos sentidos muy finos. No sabríamos decir cual es el más desarrollado, pero el tacto y los vientos son excelentes, sin que podamos atribuir a los demás peores condiciones. Perciben las lombrices, que les sirven de alimento, cuando están debajo de la tierra, y las buscan introduciendo el pico en ella. Curiosamente son muy apocadas y tímidas, y no se lanzan al vuelo para librarse de sus enemigos. Por el contrario, se agachan en el suelo, encogiéndose y tirando el pico hacia adelante. Si no se les descubre por el brillo de sus grandes ojos, es muy difícil verlas, aun cuando el perro esté de muestra, porque se mimetizan con el color de la tierra y el de la hojarasca. Si arrancan, evitan con frecuencia el disparo apeonando un buen trozo de terreno, ocultándose entre las plantas menudas o los arbustos. Por las tardes y mañana de primavera, cuando están de paso, emiten un sonido particular, pero nunca en otoño. Son extremadamente sensibles al plomo de los cartuchos, perdigones finos que a otras aves del mismo tamaño no serían normalmente mortales. Verifican la emigración durante la horas nocturnas y preferentemente en aquellas en que la luna se refleja en nuestro planeta, aprovechando normalmente los vientos norte y noreste. No se detienen más tiempo en cada comarca que el suficiente para descansar. Cuanto mejor tiempo hace durante la emigración, tanto más cortas son las jornadas, pues su gordura por esta época les produce pesadez y exige frecuente reposo, pero con tiempo frío sus etapas son mayores. Si ha reposado durante el día cuando empieza a echarse la noche se elevan, revolotean un rato y vuelven a posarse en tierra buscando algun alimento para fortalecerse y emprende vuelo de nuevo. Es muy raro que las becadas invernen en países fríos y donde nieve mucho. La que esto haga es indudable que está enferma o herida por cualquier circunstancia. Cuanto más templadas sean las noches y la luna sea más brillante y la primavera se retrase, tanto más corta es la duración del paso hacia sus lugares de nidificación.
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