Cuando la luz mata

El peligro de los faros para las aves migradoras ha sido siempre un tema que raramente ha transcendido a la opinión pública. Quizás por aquello de que su labor de guía para los navegantes supone más ventajas que perjuicios o bien por ese absurdo afán de ocultar todo lo que no sume puntos en el casillero de la administración.


La luz de los faros en noches oscuras o lluviosas durante la época migradora produce en las aves como un cierto bienestar que les encanta, les retiene y es cómplice de su muerte. Algunos de estos faros disponen de un sistema de espejos cóncavos que proyectan las radiaciones luminosas en forma de espiral, atrayendo a las aves desde gran distancia. Estos rayos fascinadores hacen que se agrupen las aves a su alrededor y empiecen a dar vueltas hasta lanzarse sobre el poderoso reflector en intervalos más o menos espaciados, cayendo muertas al pie del fatídico señuelo. En un principio se sospechaba que la muerte de estas aves acontecía por choque inicial contra las paredes de la cúpula. Sin embargo se ha podido demostrar que en ciertas aves de vuelo rápido como las anátidas es así pero en el resto las bajas se producían por agotamiento de las fuerzas derivado de su vuelo constante alrededor de los haces deslumbradores. A pesar de todo entiendo que los faros aportan una ayuda insustituible a las pequeñas embarcaciones carentes de GPS o piloto automático, razón que junto a otras que desconozco hacen que deban seguir en activo. Pero igualmente sería prudente evitar en lo posible las múltiples muertes que se producen y que, de conocer su funesto balance, harían estremecerse a esos que solo ven la paja en el ojo de los cazadores. La forma más efectiva de evitar estos desastres ecológicos es iluminar todo el exterior y suelo próximo al faro de forma que las aves se orienten y puedan posarse fácilmente. Como en todos los colectivos cuecen habas también en el nuestro tenemos algún que otro sacamantecas sin remilgo alguno para rematar la faena y apuntarse la proeza. Para proeza la que realizó José Miguel Fernández de Pinedo, que dio la vida por su padre al salvarle de las llamas que arrasaron su vivienda. Un acto propio de un hombre ejemplar, y cazador para más señas. José Miguel era querido y respetado por los cazadores de Tuesta (Valdegobia), donde ejercía de Presidente de las Sociedades de Cazadores. Se ha ido uno de nuestros mejores y con él una forma ejemplar de entender la vida. Gracias por todo, gracias por tanto, compañero.
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