Jabalí, no guarro

En algunos lugares existe la mala costumbre entre cazadores de llamar guarros a los jabalíes. Yo sé que no es más que una forma de hablar sin ánimo despectivo, pero suena tan mal que parece que hablamos de cerdos, no de un animal listo, valiente y limpio donde los haya.


Por mucho que se bañe en el barro no es sinónimo de suciedad, sino todo lo contrario. El barro lo utiliza a modo de jabón para desparasitarse y limpiarse. Así que como decía aquel castizo, «un respeto, que si alguno sabe vender cara su muerte es el jabalí». Y si no que lo constaten en esos ganchos de veinte o más cazadores que no logran abatir pieza alguna en dos o tres salidas. A pesar de su bravura y poderío el jabalí huye casi siempre del hombre, jamás le busca ni espera para dañarle, aunque por ello no se le debe perder el respeto, ya que en determinadas situaciones, sobre todo cuando se siente acorralado o herido, puede volverse muy peligroso. Está dotado de órganos de sensación y de sentidos receptores muy superiores a los del hombre, así como una noción exacta de las posibilidades de peligro y medios de evitarlo. Un mundo hostil ejerce sobre ellos una influencia importante, modificando su modo de ser y haciéndoles más intuitivos y esquivos. El hombre es su peor enemigo, le niega el derecho a los frutos de sus propiedades y trata de reducirle en lo más frondoso del bosque, donde en ciertas épocas del año no encuentra nada que comer. A pesar de todo el cazador sabe que un jabalí adulto no es presa fácil, solamente podrá vencerle en determinados casos de indefensión, cuando el número de oponentes sea grande. No en vano sus colmillos son terribles y es capaz de pelear con gran fiereza. Además, por si fuera poco, conoce palmo a palmo la región donde vive en cada estación y puede moverse en grupo o en solitario según convenga. Por eso procurará no pisar dos veces las mismas huellas para no caer en ninguna espera. No escatimará tampoco esfuerzos en explorar grandes territorios surcando cualquier macizo montañoso. Como digo no es fácil hacerse con un gran macareno. Si viene apretado por los perros, posiblemente romperá a los puestos mucho más fácil que cuando no le persiguen muy encima. Pero cuando se ha levantado a consecuencia del más mínimo ruido y se mueve sin prisas y con extrema cautela es fácil que se vacíe por donde posiblemente no le espere nadie. Ahora bien, cuando envejece y no es capaz de buscar el sustento no molesta a nadie, se aísla en su encame y muere dignamente de inanición, como corresponde a un animal símbolo de fuerza, independencia y bravura. Todo un Sr. Jabalí, al que no han llegado a meterle mano muchos cazadores en todo su periplo cinegético. En cuanto a los guarros, a esos por San Martín con el gancho y sin el rifle, pero es otra historia, quizás más suculenta pero totalmente ajena a sus antepasados jabalíes.
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