Experiencia, la base de la sabiduría

En la caza, como en todos los órdenes de la vida, el cazador, desde que inicia en su juventud el arte venatorio y a medida de que transcurren los años, va sufriendo una metamorfosis en la forma de entender y desarrollar sus instintos cinegéticos.


Sus primeros pasos irán casi siempre encaminados a conseguir grandes logros sin pararse a reflexionar ni en el cómo ni en el porqué. Una vez que se considere un cazador aceptable y entienda que ha superado el difícil arte del manejo de las armas, intentará situarse en el grupo de los escogidos. Será entonces cuando sufra las mayores decepciones y, paradójicamente, alegrías irrepetibles. Curtido ya el veterano cazador en el arte venatorio, vivir la siempre sabia Naturaleza a medida que va perdiendo energía muscular aportará a la mente una juventud tardía fruto de los conocimientos aportados por la experiencia. Es entonces cuando los lances y vivencias se ven desde un prisma completamente restringido a esta edad madura. Las puestas de sol, los amaneceres, las experiencias con los jóvenes cazadores, momentos gratos que antes no alcanzaban a percibir en toda su intensidad. La experiencia, producto genérico de la práctica en todas las cosas de la vida, le servirá para simplificarlo y desarrollarlo cada vez con más arte, a la vez que irá acumulando en la mente la suma de los hechos y circunstancias que concurrieron en la realización. Estos constituyen la base de la sabiduría, nunca perfecta, porque en la caza donde el número y naturaleza de factores de acción directa y relación es incalculable. En el curso de la vida cada edad tiene sus privilegios. El hombre no puede sustraerse a la pérdida de su primitiva virilidad a medida que transcurre el tiempo, siendo inútil que se esfuerce en querer saber anticipadamente todo lo que la experiencia puede enseñarle después de muchos años. El arte de la caza no sólo deja de ser una excepción, sino que es de lo más complicado, buena prueba de ello es cuando se caza las bravas e incomparables perdices, sin ayuda de nadie, para conseguir el mayor éxito con el mínimo esfuerzo. Este privilegio que ahorra energía física y mental es patrimonio exclusivo de los veteranos. Aunque a los jóvenes, que hacen certeros disparos, les parezca que lo saben todo, no siendo más que la sugestión de la fuerza, que indudablemente conduce muchas veces a las mayores decepciones. Muchos han dudado en sus comienzos de la experiencia de los cazadores mayores, al creer que habiendo hecho el aprendizaje con cazadores notables, nada tenían que aprender. Pero normalmente reconocen su error cuando tienen que poner en juego sus propias iniciativas tácticas. La prisa de matar desde el primer momento, sostenida por el acicate de la fuerza o resistencia, restringe la toma de decisiones inteligentes. Esta puntualización se manifiesta con más intensidad en la época de invierno y de bajas temperaturas, cuando el número de piezas tiradas no corresponde con el número de piezas cobradas y trabajo empleado.
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