El sabio mudo

Todo lo que rodea el mundo del lobo suscita una serie de consideraciones que posiblemente no se den en animal alguno. Quizás por ese sentimiento de admiración, misterio y respeto que este poderoso cánido, gran corredor y mejor estratega, denota desde los albores de la historia como principal competidor del hombre.


Considerado en la actualidad como ‘especie de fauna protegida’ al amparo del Convenio de Berna, tal concepto se entiende legalmente como fauna silvestre que se regulará de tal forma que las poblaciones se mantengan fuera de peligro. La legislación estatal lo contempla como especie de caza si se autoriza expresamente por las distintas comunidades autónomas que excepcionalmente pueden permitir su caza controlada si acontecen determinadas circunstancias como daños o un incremento considerable de sus poblaciones. Bien, aclarado detalladamente este importante requisito legal, conviene puntualizar que a la vista de la progresión que están experimentando sus poblaciones en algunos territorios, se están produciendo daños en el ganado, motivo por el que se autoriza controlada y esporádicamente su caza. Faceta nunca fácil por las especiales circunstancias que concurren en esta joya biológica de la Naturaleza, dotado de una inteligencia muy superior a cualquier animal de la fauna ibérica. De ahí que cazarlo a rececho o a la espera sea terriblemente complejo. No en vano es un animal que no pasa dos veces por el mismo sitio y los lugares obligados los cruza con extrema precaución. Difícilmente entran a una res que ellos no han matado y excepcionalmente lo hacen, adoptando todos los medios inimaginables de precaución, en época de penuria cuando la nieve cubre durante muchos días el monte. De tal forma que el cazador que pretenda esperarlo evitará tocar el cebo, vestirse con ropa recién lavada y no cargarse de aire. Si tiene que acercarse a la res deberá no rozar la vegetación, forrar el calzado con una piel de cordero recién muerto para no dejar rastro humano. El ojeo, si se hace bien, es sin lugar a dudas el procedimiento más eficaz para hacerse con este gran cazador dotado de unas defensas ópticas, auditivas y olfativas muy superiores a su hermano el perro. De ahí que todas las medidas de precaución que se adopte en el puesto serán pocas. La mancha a batir debe cerrarse sigilosamente, mucho antes que los batidores empiecen a dar voces ya que se vacían al menor estornudo o ante el leve ruido que produce el cierre de un cerrojo. Para controlarlo todo no rompen corriendo, sino al paso; cuando más al trote corto, parando y observando, sin miedo, hasta buscar el lugar adecuado para escapar entre dos puestos sin ser visto. Por eso las distintas reses que haya en la mancha a batir ventean el rastro del lobo para escapar del cerco. Ante todo este cumulo de artimañas suele dar buen resultado colocar en la retranca dos o tres puestos con el fin de sorprenderle cuando se supone que ha bajado la guardia. Hablar del lobo en el medio rural es mentar la cuerda en la casa del ahorcado. Sin embargo, entre los urbanitas el protagonista de las fábulas de Samaniego y Caperucita Roja es toda una bandera, un referente de poder y libertad. Qué difícil es llegar a un consenso desde el convencimiento, máxime cuando solo unos soportan los daños del sabio mudo.
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