Año codornicero

El próximo viernes día 15, al despuntar el alba, miles de cazadores con el perro por delante revisarán páramos y valles en busca de las codornices para hacerse cuando menos con una docena de ellas. Y lo harán, como siempre, con ilusión y esperanza, máxime este año en el que todo apunta a que va a ser un año aceptable tirando a bueno, tanto de codornices como de perdices.


Así y todo a más de uno se le va a plantear la disyuntiva de caza o playa, aunque casi siempre la primera opción es la acertada. Y es que siete meses de veda con la escopeta enfundada y el perro sin pisar el campo con intensidad es mucho sacrificio para un cazador que se preste. Lógico es respetar este espacio de tiempo impuesto por las biológicas razones de la reproducción de las especies, sin embargo no debe servir de excusa para olvidarnos de la preparación de nuestro fiel compañero. Recogerán sus frutos holgadamente aquellos que se molestaron en campear a sus perros al gozar de una práctica escuela de aprendices y puesta a punto de veteranos. El cazador cumple con elegir el cazadero y tirar decentemente y al perro le incumbe buscarlas, ponerlas y cobrarlas. Tarea nada fácil, por cierto, cuando el calor aprieta y el rastrojo al paso del animal hace que éste sufra por partida doble. Casi todas las razas de perros de muestra, si están picados y entrenados, aportan buenos resultados. En general las más utilizadas suelen ser los pointers, setters y epagneuls. El pointer aguantará bien el calor, arriesgará cazando y cortará bien el terreno con la cabeza bien alta. El setter, al tener el pelo largo, sufre más si Lorenzo aprieta, aunque es un animal voluntarioso y muy efectivo en cualquier modalidad, y en cuanto al epagneuls, todo lo que tiene de pequeño lo suple con voluntad, carácter y bien hacer. En definitiva, todas son suficientes, así que dejaremos a cada maestrillo la elección de su librillo, porque todos los animales van a poner en juego todo lo que tienen y saben. De modo que hay que corresponderles con la misma moneda. Cuidemos pues sus patas, tratándolas antes y después de cazar con el milenario remedio de la sal y el vinagre desleídos en agua con ajos machacados. Nunca le debe faltar el agua y el descanso correspondiente a la sombra de la chopera cuando el sol apriete. Se lo agradecerá sobradamente cuando esté recuperado.
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