Satao, el último gran elefante

El pasado mes de mayo se cumplió un año de la desaparición del que quizás fuese el elefante más carismático del continente africano. Satao, como así bautizaron al protagonista de este relato, era un paquidermo que vivió en el parque nacional Tsavo, una de las mayores reservas de fauna silvestre del mundo, que destaca por su gran población de elefantes y leones.


Esta maravilla de la naturaleza, nacida en los primeros años de la década de los 70, se calcula que pesaba unas 5 toneladas y portaba unas 200£ de marfil en forma de poderosas defensas de más de dos metros de longitud, encumbrándolo como el tusker de Kenia, como así llaman a los grandes machos de esta especie cuyos colmillos son tan largos que prácticamente tocan el suelo. Esta circunstancia lo convertía en un animal todopoderoso contra los depredadores de la sabana, con los que convivía plácidamente, pero a su vez, lo hacía el más vulnerable contra la codicia del ser humano. Debido al gran valor de sus colmillos en el mercado negro, calculado en torno a los 100.000 €, Satao tenía que soportar un estricto y constante estado de vigilancia por el Kenya Wildlife Service (KWS), quienes con desvelo seguían sus pasos para evitar cualquier acción furtiva contra él. Era habitual de un área del parque en la que había fijado su territorio, pero empezó a frecuentar otras zonas, ampliando su radio de acción a unas 390 millas cuadradas (1.000 km2). Este amplio deambular le llevaba en ocasiones a adentrarse en zonas peligrosas, donde la espesa vegetación favorecía las acciones furtivas impulsadas por milicias organizadas. Tan soberbia criatura no pasaba desapercibida fácilmente y más de un desalmado fijó la vista en sus poderosas defensas, pensando el buen puñado de dólares que conseguiría con ellas. Así, en marzo del pasado año, el servicio de vigilancia de Tsavo encontró a Satao con dos heridas de flechas envenenadas en uno de sus flancos. Rápidamente se trasladó a un equipo veterinario para poder tratar al elefante de las lesiones. Estos expertos en cuidados animales aconsejaron no tratar a tan ilustre paciente, pues observaron que las heridas eran superficiales y sanarían sin problemas, como así sucedió. Por desgracia esta primera tentativa fallida por parte de los miserables delincuentes, no hizo más que aumentar sus ansias de apoderarse del marfil de Satao, y por segunda vez, un par de meses más tarde, volvieron a actuar. Esta vez el resultado fue letal. Tras varios días sin tener noticias ni avistamientos del gran macho, saltaron las alarmas entre el servicio de vigilancia del KWS y desplegaron un dispositivo especial para encontrar al insigne elefante. Satao fue visto por última vez con vida el 19 de mayo, y el 2 de junio Richard Moller, conservador jefe de Tsavo Trust (una ONG sin ánimo de lucro que lucha contra la caza furtiva), encontró un enorme esqueleto de elefante junto a un pantano cerca del límite Éste del parque nacional. Un su costado izquierdo se encontró una flecha profundamente clavada y bien surtida de ponzoña, lo que sesgó la vida del último gran elefante. Sus colmillos fueron arrancados a hachazos, y su cuerpo quedó abandonado, ahora sí, al antojo de depredadores y carroñeros. Esta es la triste historia de un elefante que se convirtió en el emblema de un país, en la bandera de lucha contra el furtivismo de todo un continente, y que como hemos visto, acabó de la misma forma que los miles de paquidermos que cada año son asesinados para traficar con sus apéndices. Elefantes anónimos, que pasan desapercibidos para el resto del mundo, que no son fotografiados en ningún parque o reserva de fauna, pero que igualmente son una joya de la naturaleza, y que la crueldad e ingenuidad humana están poniendo en peligro.
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