Languidece la berrea

Sin apenas darnos cuenta, y como si un salto fugaz en el tiempo hubiera sucedido, nos encontramos en la antesala de la apertura de la veda general. Atrás han quedado los eternos fines de semana de inactividad campera, lo rigurosos calores de verano o las gratificantes vacaciones.


Son etapas del pasado los escarceos corceros, las esperas veraniegas y como no, alguna que otra tirada de palomas o búsqueda de codornices en la media veda. Así, a falta de los últimos días para el inicio de monterías y recechos de la mayoría de las especies de caza mayor españolas, entramos en uno de los periodos más bucólicos de la venatoria nacional, la berrea. Con la incipiente llegada del otoño, que se deja notar con la aparición de las primeras lluvias, la disminución de las horas de luz y un descenso medio de las temperaturas, los ciervos sufren un desaforado ardor que los lleva a salir de los recónditos refugios donde, avergonzados al perder sus codiciados atributos, se cobijaron para pasar la época estival. Con su masculinidad renovada en forma de relucientes y perladas astas, aún algo descoloridas y con restos de correal en los candiles, los viejos machos se dejan observar campeando por las zonas abiertas del monte. Poco a poco tomarán posiciones para establecer su cuartel general, donde formarán su preciado harén y lo defenderán de la intrusión de cualquier atrevido galán. Durante la berrea, las voces roncas estremecerán la tranquilidad montuna, y cual toque de corneta, la batalla comenzará para establecer jerarquías y rangos que regirán el resto del año. Los machos competirán entre sí por hacerse dueños de los grupos de hembras, que lentamente van apartando para formar sus pequeños serrallos. Estas contiendas tienen como fin la inducción de procesos de selección para transmitir las mejores características genéticas a la prole, contribuyendo a la conservación de los ejemplares más destacados de la especie. Pero saltando de los matices biológicos a los más puros aspectos cinegéticos, la berrea representa uno de los más hermosos cuadros venatorios para cualquier aficionado, aunque cada vez son menos los cazadores que practican esta modalidad. Esto se debe, en algunos casos, a la buena gestión de muchos acotados y en otras a la aparición de determinadas monterías celebradas en pequeños cercados atestados de enormes venados de dudosa procedencia, lo que ha facilitado en ambas coyunturas la obtención de excelentes trofeos, empresa harta complicada en tiempos pasados. No hace muchos años, cuando las puertas del campo aún estaban abiertas de par en par, esta modalidad presentaba alguna pequeña garantía para hacerse con ese soñado trofeo, o al menos, servía para poder seleccionar un determinado animal, no sin antes haber padecido enormes madrugones o sufrido grandes caminatas. Ahora, en cambio, estos sacrificios e incertidumbres han quedado obsoletos, excluyendo las duras jornadas de caza de las cordilleras del Norte peninsular o algunos abruptos acotados serreños exentos de alambradas en Castilla La Mancha o Andalucía. En cualquier caso, ya sea en el Norte o en el Sur de este país, uno de los espectáculos más fabulosos que ofrece la naturalaza es contemplar el amanecer desde una elevada y escarpada cuerda escuchando el ronquido y gallardo sonido de la berrea de fondo. ¡Disfrútenla!
Comparte este artículo

Publicidad