Gracias por hacerme cazador

Ya lo dice el refrán: «Es de bien nacidos, ser agradecidos», y desde estas líneas quiero expresar mi agradecimiento a todas aquellas personas que con su experiencia, paciencia y saber me han inculcado la noble afición de la caza.


He tenido la fortuna de haber nacido en una tierra de gran tradición cinegética, concretamente en la antesala del fértil Valle de Alcudia y la agreste Sierra Morena, donde ambos accidentes geográficos proporcionan comida y cobijo a innumerables reses montunas. Esta abundancia no se debe a la expansión de la caza por toda España, sino que ya en épocas pasadas eran reductos del extraño cervuno, del invisible corzo, del montaraz jabalí y del casi extinto macho montés. A pesar de la costumbre cinegética de la zona, el factor más importante ha sido la tradición familiar, transmitida por mi padre, al igual que a él le fue transmitida cuando era niño. Él me enseñó a admirar la naturaleza y el campo, a manejar las armas de forma segura, a saber dejar pasar una res sin poner en riesgo a monteros, rehaleros o perros… Éstas son muchas de las buenas lecciones recibidas desde que a mi temprana edad de ocho años empecé a acompañarle en sus aventuras camperas.
No muy lejos quedan aquellos días de subir angostas pedrizas, escarpadas sierras, recónditas veredas de las cuerdas, donde más de una vez he dormido al raso acompañando a mi tío Resti. Durante estas magníficas ocasiones pudo explicarme como leer las estrellas en aquellas noches claras de verano, diferenciar la vegetación autóctona, sus frutos, observar la cantidad de aves que viven en los roquedales de las sierras manchegas e infinidad de detalles que sólo en la tranquilidad y soledad de estos montes se pueden apreciar. Recuerdo también los buenos consejos que con atención escuchaba de Santos y Félix, grandes maestros de sierra y excepcionales rehaleros, pero aún mejor personas. Ambos son conocedores de todos los rincones de Sierra Morena y de las querencias de los animales. Ellos inculcaron en mí el saber ser paciente en la caza, situarme en la mejor posición y el dejar cumplir las reses. Y como no solo matar es la opción de un cazador, también me confesaron los secretos del campo: diferenciar las huellas, señales y rastros de cualquiera de las especies, pistear reses heridas, no dejar nunca una res en el campo, y por supuesto, saber aviarlas. Todos estos conocimientos he de agradecérselos a amigos y compañeros (Teo, Miguel, Vicente… y otros muchos más), que me han tratado como a un hijo, transmitiéndole las lecciones monteras desde la infancia. Por supuesto, he podido contar con el beneplácito de mi madre, a quien agradezco que me educara en la caza como en la vida cotidiana, siendo tolerante con todo lo que rodea a este ancestral arte, precavido con las armas, respetuoso con los animales y transigente con mis compañeros. Por educarme como persona e instruirme como cazador, gracias a todos.
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