Alcohol y caza

Decía Juan Delibes en uno de los últimos números de Trofeo que es partidario de los controles de alcoholemia en monterías y jornadas de caza. Con matices, pero la esencia creo que era esa. No le falta razón y me sumo a esta opinión, que es por otro lado la mía. Lo escribí en 1999 en Caza y Pesca cuando la llevaban Cesáreo Martín y Adolfo Sanz. Ellos dos veteranos periodistas, yo un recién licenciado en Derecho que garabateaba cosas de caza.


Mucho han cambiado los hábitos, la ropa, la situación de las especies, los coches y hasta nuestra forma de cazar. Del cuatro latas hemos pasado al Ranger sin darnos cuenta. De la escopeta y las postas, al express. Del jersey raído y el loden a la ropa técnica y al camuflaje más sofisticado. Sin embargo, ese hábito de la copa de anís, el coñac… sigue en algunos lugares y foros de cazadores demasiado arraigado. Es cierto que muchos cazadores no huelen siquiera el alcohol, pero donde concurren rifles, jabalíes y cientos de disparos, la costumbre social de tomar una copa (o dos) debería cuando menos ser susceptible de ser controlada por los agentes de la autoridad. En la carretera lo es, y conducción y caza comparten el rasgo común de ser una actividad de riesgo. La prueba es que ambas requieren de un seguro obligatorio y que cada año tenemos decenas de muertos, mutilados y miles de heridos de diversa consideración.

La seguridad en la caza, especialmente en las monterías, exige el esfuerzo de todos. Una actividad de riesgo debería requerir cuando menos un mínimo de diligencia en el monte, un básico de escuela, y desde luego el adiós para siempre del doblar o triplar puesto. Hace dos años, a pesar de la prohibición de doblar puesto en Castilla-La Mancha, tuve que compartir cacería con vecinos que doblaban o triplaban sus posturas. Desde luego, la costumbre de la copa tampoco fomenta la seguridad, cuando menos la reduce y desde luego debería controlarse sin que nadie se pueda rasgar las vestiduras porque algunos cazadores exijamos compartir batida con gente que esté en condiciones y sin tener sus facultades mermadas por el anís, el vino o el sol y sombra.

La fragmentación de las leyes de caza en diecisiete estados cinegéticos no abona el terreno de una obligación armonizada y común en este sentido. La prohibición de fumar en los bares nos parecía algo imposible. A la postre a resultado un beneficio para todos. Reducir o limitar el consumo de alcohol antes de una acción en la que intervienen armas debería ser una cosa de todos, y en su caso, de una forma proporcional y ponderada controlada por las administraciones públicas. Después, en la comida, cada uno que haga lo quiera.

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