De la perestroika cinegética a hoy

El pasado mes de septiembre se celebró el primer Congreso de Caza y Turismo en Ciudad Real organizado por el Gobierno regional y por la Concejalía de Turismo del Ayuntamiento de Ciudad Real. Lo mollar del congreso, lo magro, la sustancia, es precisamente como siempre lo que no se ve, lo que trasluce detrás del escenario, entre bambalinas, en los camerinos y en los fogones donde se ha cocinado este encuentro: un reconocimiento expreso a la caza en Castilla-La Mancha, y por añadido en toda España.


No hay que olvidar que María Dolores de Cospedal es la Secretaria General del Partido Popular y que el reconocimiento a la caza del gobierno que preside lo es para todo el país. Más claro agua. Además la Presidente fue nítida, y apoyó de forma expresa la actividad que realizan centenares de miles de españoles. Se trata, resumió, de cambiar de mentalidad. Con más o menos público, con un programa mejor o peor, la celebración de un Congreso sobre caza no deja de ser un gesto público y expreso al colectivo. Yo he conocido tres épocas en la Administración: la primera, de negación y mirar para otro lado. La edad de las puertas cerradas; la segunda, la de la perestroika cinegética, la apertura de las administraciones a los cazadores, provocada en parte por la propia reconversión del colectivo y la pérdida de complejos; la tercera, en la que las administraciones ven la caza como una actividad social y económica, capaz de contribuir a generar empleo, desestacionalizar rentas en el campo y, cómo no, fuente de ingresos. En el marco del I Foro Andaluz de la Caza, decía mi estimado Antonio Pérez Henares, Chani Cooper como le llamó Raúl del Pozo hace años, que la caza tiene discurso. Y ese argumentario, esas razones, las han aporijado las administraciones en los últimos años, que ven como además los cazadores son una tribu numerosa y, en otros tiempos, incluso organizada. No hay que dejar de agradecer y felicitar a los organizadores por el foro, pero también hay que recordar que los congresos, las ruedas de prensa, las declaraciones, deben materializarse en obras y sobre todo en soluciones y libertad para desarrollar esta actividad. No es comprensible que a un mes de la temporada de caza, organizadores, rehaleros, propietarios de fincas, titulares de cotos y cazadores todavía estuvieran sin saber a qué deberán atenerse en materia de Seguridad Social. Nadie puede trabajar con miedo. Nadie puede ejercer una actividad legal, libre, necesaria sin el necesario respaldo legal y sin que claridad en las reglas del juego. Nadie, ni siquiera Hacienda o la Inspección de Trabajo puede cambiar las normas a mitad del partido. El cisco que se ha montado con las inspecciones de trabajo es el ejemplo claro de cómo sumir en la penumbra a un sector que funciona sin subvenciones. Desde otra perspectiva, el tema de la licencia de caza común es cierto que ha avanzado pero a paso de tortuga y a parches. La iniciativa de varias autonomías de una licencia común es un paso que hay que aplaudir, o incluso una victoria. Pero, como el libro de Pedro J. Ramírez, esta es una Amarga victoria desde el momento en que cinco años después de la dimisión de Bermejo, seguimos sin una solución global al problema: «ni se muere padre ni cenamos». ¿Tan difícil es hacer lo necesario? A mi juicio mejorar la caza y beneficiar al sector pasa por repensar el modelo con la ayuda, por ejemplo, de estos congresos. El estado autonómico recuerda a veces a un telón de acero infranqueable en muchos aspectos y que nos ha llevado, en lo cinegético, a una situación dantesca, en la que mientras que lo que vale en Villarriba no vale en Villabajo, y viceversa. En treinta años, España se ha convertido en un país con demasiadas fronteras cinegéticas y medioambientales, a pesar de vivir en un mundo en el que las distancias se acortan día a día, y en el que la globalización es un hecho… menos en lo cinegético. Cazar en Francia es más sencillo que en Galicia o en Asturias. A cuento de esta historia de las autonomanías, llevamos paso de ser uno de los países con más leyes, órdenes, reglamentos, decretos… que no son más que una tela de araña para el ciudadano y el contribuyente. No hay una actividad tan reglamentada, tan fiscalizada y con sanciones tan despropocionadas como la caza. Por si lleváramos pocos papeles con los nuestros, los del perro, el coche, el remolque… ahora además hay que llevar los del hurón y dentro de poco —al tiempo— los reclamos. ¡Vivan las caenas!
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