José Luis Garrido y la situación de la perdiz roja en España

Recientemente se ha publicado, al menos en Internet, el trabajo ‘El declive de la perdiz roja en España’. Y, según me cuentan, es de lo más tuiteado, comentado y leído últimamente.


Su autor es José Luis Garrido, un vallisoletano con el que he tenido la oportunidad (y el privilegio) de trabajar durante varios años. El asunto tiene pan y con qué engañarlo y pone al descubierto muchos de los males de la patirroja. Algo así como Crónica de una muerte anunciada, de Raúl J. Sender, en un campo envenenado, como dice Antonio Pérez Henares. Y es que a la perdiz roja salvaje le crecen los enanos, y le va comiendo terreno la granja y el silencio. Le pasa como al perro flaco. Garrido, Romero, Sarasqueta, Coca Vita, Delibes y otros cuantos veteranos llevan muchos años como un San Simón predicando en el desierto, sin que nadie le ponga el cascabel al gato de esta hecatombe de la venatoria. José Luis es hombre más de paleta y ladrillo que de hacha, almaena o motosierra. Un lañador a su manera y un castellano que hace de la prosa diaria endecasílabos. Garrido es una una abeja obrera, una hormiga con bigote, maletín y datos; un martillo pilón al que no se le oscurece nada y al que le he oído decir en alguna ocasión que no tiene edad de aguantar impertinencias. Me pueden más sus virtudes que sus defectos. Es el hombre del quiero y el puedo, un lustrador de lo que toca, que ha enjalbegado cualquier paredón de adobe y miseria que se ha encontrado desde que salió de su pueblo. Hijo de herrero y ferroviario, este hombre enjuto, que ha toreado al cáncer con una media verónica y jarabe de trabajo y constancia, es además un autodidacta. Un tipo made himself (carácter es destino) y un personaje al que el prestigio, la ejemplaridad y el sentido de justicia le han hecho acreedor, pese a nuestras pendencias dialécticas y discrepancias lógicas, de mi cariño y este medio panegírico. A Garrido, como hombre de bien que es, le gustan los borricos en las lindes y citar a Machado. Saborea el trabajo metódico y meditado, y como Machado desdeña las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. Como a los Machado, como a los Unamuno y otra gente de bien, le duele esta España bárbara que lucha por huir de sí misma, de su propia miseria moral que es capaz de zanjar conflictos cinegéticos a golpe de motosierra y hacha; una España que se ahoga en su propio vómito y en sus propias miserias y heces. El año pasado recibió en las jornadas de Portas que muñe entre bambalinas Manuel Martínez Casal, el Coello de Oro. Nunca un premio fue tan merecido en una era en la que los galardones se dan como en la feria a cualquier folklórico que pasaba por allí, o en función del rédito político, financiero o incluso cinegético. Treinta años dedicado a hacer federación, treinta años dedicado a construir y a hacer apostolado cinegético y federativo. Garrido —ingeniero técnico industrial especializado en Química— se ha ganado el reconocimiento del respetable, incluso el de los del tendido siete. Le ha puesto a su trabajo por la caza y en interés de los cazadores españoles, empeño de labrador y, a veces, la constancia y la terquería de una yunta de mulas. Y todo ello, a costa de quitarle horas a su familia.
Comparte este artículo

Publicidad