Las Tablas, la Albufera, Ruidera…

Las lluvias de los últimos tres años nos han devuelto estampas perdidas, casi olvidadas. Tengo cerca de cuarenta años y a las Tablas de Daimiel —hace sólo dos años moribundas, agónicas— el agua del cielo, el Cigüela y el Záncara, les han devuelto su caudal sanguíneo, y las tablas, las válvulas mitrales de ese corazón húmedo manchego a caballo entre Villarubia y Daimiel, han empezado a latir impenitentes, desbocadas, exaltadamente coloridas y llenas de vida.


Este año he tenido además la suerte de contemplar una escena singular: una tarde, en mitad de los carrizos, y entre los patos colorados y las cucharas, apareció un jabalí enorme que cruzó (impasible el ademán) delante de mi familia. Hace un año que tuve el privilegio de cazar patos en la Albufera (¡gracias Juan!). Pura delicia, oigan. Mejor que la cacería, llegar al puesto en medio de la noche callada y constelada a lomos de un barcucho cargado de cartuchos, escopetas, cimbeles y víveres para la tirada. A todo ello se refiere Blasco Ibáñez cuando don Joaquín, el novel cazador que llegado de la ciudad encontró como su único ayudante a un Sangonereta, más preocupado de comerse la merienda de su amo que por indicarle la procedencia de las piezas para que pudiera disparar y recoger el producto de la caza. La Albufera se puede definir como cañas y barro. Yo añadiría bocois, patos, senill, cábilas y collverds. Quien lo conoció, lo sabe. No hace ni unos días que he estado en Ruidera, otro lugar de la Mancha que Cervantes cita y universaliza en la segunda parte del Quijote. Ruidera es, salvando las distancias, la Marbella húmeda de la Mancha. El parque natural de Ruidera, en mitad de las soledades de la Ossa de Montiel, Villahermosa, Carrizosa, Alhambra, La Solana es el Oasis con mayúscula; una sima abierta en el Campo de Montiel que rebosa las aguas de toda la comarca. Este año es el paraíso, un vergel en mitad de un desierto de romeros, rastrojos, en cinas, sabinas y tomillos. La visión edénica de la laguna de Los Leones, la evocación de Sancho y Alonso Quijano, el Caballero de la Triste Figura, en la cueva de Montesinos (apenas a tres kilómetros), lo inalterado de su entorno, y su condición de tierra de caza, me han de llevar a peregrinar por sus nuevas lagunas. He determinado emboscarme en las choperas de La Redondilla, cazar, pescar, y disfrutar de la familia en este entorno húmedo, cercano y accesible.
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