Atalayarse

Para salir de la zanja, lo primero que hay que hacer es dejar de cavar, escribe uno de los colaboradores de esta revista. Yo añado que para pensar con luminosidad, con miras, con profundidad y vivir en consecuencia, hay que atalayarse, subirse a las alturas, encaramarse, elevarse a los tejados y dejarse llevar.


Si además, es un día airado y el viento nos mece, mucho mejor. Es lo que he hecho hace unas semanas, poniendo tierra de por medio entre la actualidad que me rodea, las noticias, las crisis, la vida ordinaria y un servidor. La provincia de Ciudad Real, con sus grandes contrastes, tiene en el Campo de Calatrava, y en Calzada, uno de sus paisajes con mayúsculas. A mitad de camino entre La Mancha y el paso a Andalucía por la junta de los ríos Jándula y Ojailén, el ‘Castillo de Calatrava La Nueva’, está literalmente colgado de lo alto de las peñas. Acceder hasta el recinto amurallado y su torreón del siglo XIII es traspasar los lienzos del tiempo y regresar a la época de la reconquista y de los monjes soldado que lo erigieron. El Castillo es una gran atalaya, apenas a unos pasos, la abadía que Umberto Eco describió e inmortalizó en ‘El nombre de la rosa’, y que dio lugar a la película del mismo nombre. El recinto es un homenaje al silencio, la naturaleza, las rocas y la espiritualidad. Un malecón entre el pasado y la vida diaria. ¡Cuánto cabe! Un cóctel de pedruscos, ladrillo, roca volcánica, asperones, lentiscos e historia. Roca viva, pasado reciente hilado de historias de monjes, inquisiciones, moros, conversos y asedios: historia encendida de España. En la caza, las atalayas las define Juan Mateos (‘Origen y dignidad de la caza, siglo XVIII’) «por los cerros altos y acomodados, desde allí se pueden ver las querencias de la caza». Mi primer encuentro con esta palabra fue sin embargo en ‘Veinte años de caza mayor’, del Conde de Yebes, cuando tenía quince años, que define las atalayas como «el observatorio natural desde el cual se trata de descubrir la caza mayor, especialmente en la madrugada». También Corvasí se atalayaba para otear desde los cerros los encames de las reses. La Real Academia de la lengua Española establece que entre otras acepciones, atalaya es el «estado o posición desde la que se aprecia bien una verdad». Nada más cierto. Desde una zanja es imposible tener una visión global y amplia de las cosas. Atalayarse pues, es elevarse, coger distancia, derramar y poner tiempo, espacio y voluntad para apreciar bien algo. Ando yo en esto de la caza en época de atalayarme, de mirar desde otra perspectiva la actividad cinegética y lo que se hace con ella, de pensar que no todo vale y que no tiene cabida dentro de este cajón de sastre que es el sector y la caza. Parto de una premisa clara: para vivir y cazar con dignidad, hay que hacerlo desde lugares prominentes, von valores. Vamos, que en esto de la caza he decidido abuhardillarme.
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