Galicia bosque animado

El magnífico Wenceslao Fernández Flórez parió de su magín, allá por los cuarenta, una novela fantástica donde en un mágico trozo del mundo llamado Cecebre, los árboles tomaron criterio y opinión, que vida ya la tenían.


Las aguas exteriorizaban un alma que todos intuimos que tienen. Porque si no fuese así, no serían capaces, como realmente lo son, a repartir vida. Hasta los topos, seres de soterrada faena, tenían su opinión y se erigían en protagonistas de los acontecimientos. Hoy, la fraga de Cecebre resiste como una hermosa miniatura impresionista de lo que fue en tiempos de D. Wenceslao. Un bosque mágico era capaz de hacer conversar a sus habitantes en tertulias inútiles sin que supiesen ver que aquel poste de largos hilos metálicos, que los hombres habían plantado en medio del bosque, iba a ser la primera piedra de su destrucción. La vida siempre se abre paso. Hoy Cecebre tiene vida aun diezmado y rodeado de humanidad, en el sentido más inhumano del término. Un embalse, vías públicas y las típicas viviendas dispersas han circunscrito su magia a una sombra de lo que fue. Pero su magia perdura, como perdura en grandes zonas de la costa gallega encerrada entre selvas de extraños eucaliptales. Permanece latente en los muros tapizados de musgo que serpentean entre abandonados sotos, hoy faltos de jóvenes y blancas manos que recojan, con amor, sus frutos. La velocidad con que la naturaleza gallega es capaz a regenerase después de un desastre, no se explica sin considerar que esa magia de druidas celtas perdura entre la bruma.
Cuando la naturaleza de Galicia sea la triste sombra de un recuerdo, aún en ese momento, al igual que la fraga de Cecebre seguirá guardando, entre sus piedras, la magia que unos queremos ver, o el germen de la vida que dirán los más pragmáticos. El destrozo hoy en mi tierra no viene de la mano de taladores de árboles, hoy cada vez los bosques avanzan más; ciertamente llega del atentado a la razón que significa que nuestros gobernantes se dediquen a practicar políticas populistas, destruyendo cualquier atisbo de gestión sostenible de la caza mayor. Lo hacen tan sólo para crear placebos que dirijan las iras de los agricultores dañados por el jabalí contra los cazadores, quienes en realidad son los únicos que realmente les pueden ayudar. Y los cazadores de bien, se sienten solos, despreciados, utilizados como matarifes baratos en época de cría.
En nombre de la naturaleza hay muchas bocas humanas que se alimentan, de los políticos y sus decisiones ya he hablado, cada palo que aguante su vela. ¡Menudo sinsentido! Otros, como los ecologistas de ADEGA, piden que se ponga en libertad a los asesinos de ecosistemas que liberaron miles de alóctonos visones; destruyendo, con una irreversibilidad mayor nuestro medio que aquel ponzoñoso barco de infausto recuerdo. ¡Que fácilmente se retratan los proxenetas de la tierra! Los libadores de subvenciones que tanto cacarean su amor por la Madre Naturaleza, y a la primera de cambio defienden a quienes la destruyen, siempre que sean de su cuerda política, evidentemente. Pobre Cecebre, fiel retrato de mis amados y mágicos bosques donde, oculta en las piedras seguirá, a pesar de tanta mediocridad, viva la magia de milenarios druidas, solo tapada por el musgo y por la sinrazón. Ya todo Galicia es Cecebre, reducto inasequible, o zozobra moral de quienes dicen proteger la vida de sus criaturas que ya no hablan en un bosque animado. Ahora callan. Por vergüenza ajena, evidentemente.
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