Entre tanto, debo de señalar esa larga época de transición que ha sido en nuestra sociedad europea la Edad Media, donde de una parte encontrábamos el cazador que completaba el sustento de su familia con el aporte de carnes montaraces y de otra… al privilegiado, al
noble. Al señoríto que disfruta de esta actividad de forma lúdica, defendiendo sus cotos de caza de la acción de aquellos, sus humildes vasallos que cazaban para comer, incluso con la pena de muerte.
Estas referencias del medievo, que nos pueden sonar tan lejanas, se siguen replicando en nuestros días, con el agravante de que…
los señoritos de hoy no cazan en sus tierras, sino que lo hacen en las nuestras, en las tuyas, en las mías, en las del panadero, en las del médico… hasta en las del señor de la ferretería, y si el abuso os parece poco, aun hay más, porque para mayor escarnio, no solamente lo hacen gratis, sino que cobran de los mismos dueños del terreno, es decir… nosotros.
¿Que de qué terreno hablo?… Pues de algunos parques nacionales… ¡leche!, donde nos prohíben el control de especies a los que pagaríamos impuestos de buen grado, y tenemos que ver como se nos deprecia e impide la caza en lo que son terrenos públicos, en tanto una
casta privilegiada de funcionarios no sólo practica una afición que tiene derecho a ejercerla como el que más, pero rascándose su bolsillo como lo hacemos todo hijo de vecina.
No sólo nos quitan la
novia, sino que además nos chulean nuestros impuestos, cobrando dietas, kilometrajes, e incluso comprándose los mejores rifles y visores con nuestros impuestos, si bien es cierto que cuando se jubilen ya devolverán el maravilloso Blaser, o el fantástico Swarosky disfrutado gracias al sudor de
nuestra frente.
Pasan los gobiernos, pues saben que están de prestado y con fecha de caducidad… ¡Pero lo que siempre permanece es el pueblo! y perversamente se creen nuestros gobernantes que los dineros públicos son suyos, esos que nosotros les
prestamos para que ellos nos gestionen con honradez y sentido común… —como lo haría un buen padre de familia—. Mientras unos se divierten a la par que cobran, a los administrados el
poder establecido, junto con los guardianes de la nueva moral, esos fascistas de nuevo cuño disfrazados de ecologistas, nos quieren negar el derecho a la caza sostenible, tanto en predios privados como en públicos.
Conozco algún caso donde uno de estos funcionarios, al finalizar una montería, hacía pública ostentación de que cumplía sus caprichos venatorios por toda España además de meterse una
pasta gansa en el bolsillo y, llegado a este punto, los presentes que quisieron increpar la actitud de este
buen señor, recibieron por respuesta…
«¡Yo sí que puedo hacerlo y tú no, porque para eso llevo grafiado un MMA en la matricula…!».
Hasta cuando seguirá el Estado permitiendo que en España sigan existiendo estos privilegios
feudales y este grupo de funcionarios —que no son todos… evidentemente— dejen de
servirse de nosotros y de nuestros dineros, para pasar a ser lo que deberían ser realmente: ¡Servidores del pueblo!
Atrás quedan sucesos como los ocurridos en Cabañeros o en los Picos de Europa, o más recientemente en Monfragüe, que han probado sobradamente el complemento a la gestión que en parques nacionales significa la caza. Ésta, estando al alcance de los cazadores de a pie, podría haber incidido favorablemente en el estado sanitario de las
cabañas y en la economía de la zona… lejos de
derechos de pernada y privilegios neofeudales.