Caza extrema en el extremo de La Tierra

Cazar en Galicia es hacerlo entre gentes entrañables. Si en España hay un lugar donde se rompe el mito por el cual se dice que la caza mayor es para millonarios, ese lugar es Galicia; una caza de iguales, participativa, rústica, apegada a la tierra y a un cierto entendimiento irmandiño que articula las relaciones dentro del grupo de caza.


Caza salvaje y en un clima extremo que muchas veces hace sospechar al cazador foráneo si el gallego llega, o no, a poseer algún tipo de apéndice branquial que le haga soportar tantas horas bajo la fría lluvia del Finisterre, unas veces bajo el orballo, las más bajo el diluvio. Son otros los problemas que se ciernen sobre lo montaraz de nuestros recursos cinegéticos, no los problemas y dificultades meteorológicas. Temo la posible hibridación del jabalí, la excesiva explotación del corzo, la falta de visión y método que pueda garantizar un futuro equilibrado para el lobo, lejos por fin del inmerecido odio que se le tiene y del buenismo urbano que tanto lo mata realmente. Cazar en condiciones extremas es algo que, como en muchos órdenes de nuestra sociedad cómoda y poltronera, se hace cada vez menos. De la misma forma que muchos ya no están dispuestos a mancharse las uñas cambiando una rueda, para eso está el seguro, otros no están dispuestos a mojarse, a pasar frío o a aguantar en su puesto en tanto el rehalero no salga del monte. La caza mayor, sobre todo la montería, quizás en menor grado la batida, está cayendo en esa impostura pusilánime que nos lleva a entender el hecho cinegético como un momento de relajación placentero que va más allá de lo atávicamente tedioso de nuestro día a día laboral. La caza mayor requiere realmente de una cierta capacidad de sacrificio, de disciplina y de alguna educación incluso. Como acto social y colectivo que es, esto último es muy pertinente. La necesaria templanza es ineludible en jornadas de frío, lluvia, incluso con nieve. En estas circunstancias ha de ser el montero en su puesto un disciplinado legionario que con su actualizado pilum esperará órdenes en su inamovible puesto contra viento y marea.

Final de temporada

Cuando el final de la temporada se ventea entre las nuevas hojas del calendario, es el momento de hacer cómputo y valoración; Jabalí en aumento, hemos tenido constancia, tanto en Galicia como en toda la España verde de su aumento. Para muestra un botón, pues han sido muchos los que desde un puesto montero fueron testigos del deambular de camadas de rayones en diciembre.
Es natural, después de un año con tanta cantidad de bellota y abundancia de alimento, las hembras han desarrollado al máximo su capacidad reproductora. La sensación es que están criando todo el año. El clima ha ayudado sobremanera; el primer temporal de nieve llegó ya cercano a las navidades. No fue así el año anterior donde, desde octubre, la nieve se había asentado como un ocupa del territorio para no irse hasta primavera. Aquello sí fue un invierno duro, este que estamos ya rebasando, sólo nos ha enseñado su gélido aliento cuando incluso camadas tardías, como las que nos hemos encontrado en diciembre, ya tenían posibilidades ciertas de supervivencia. Se han dado resultados en alguna modesta batida en Galicia digna de colocarse entre la orla de las monterías cochineras de bien.

Peligro de hibridación en Galicia

Que lo ecológico está de moda es evidente. Que las carnes de producción ecológica son un negocio con un futuro floreciente, también. La puesta en producción y recuperación de las razas autóctonas como la morucha salmantina, la cachena ourensana, e incluso la de variedades porcinas que hasta hace muy poco se habían dado por perdidas es muy interesante, tanto culturalmente como económica y ecológicamente. Los dos primeros ejemplos invocados son vacuno, teniendo en cuenta que el uro ha dejado de ser especie cinegética desde hace unos miles de años, no nos debería preocupar su hibridación, pero no pasa lo mismo con el jabalí. La existencia de hibridación de jabalí con cerdo ibérico es evidente, está documentado y buena cuenta tienen de ello los ganaderos del porcino bellotero. Cuando desgraciadamente una hembra pare una camada de rayones, sus dueños saben que han perdido unos buenos dineros. El caso contrario también ocurre, aunque es menos habitual; es más fácil que el jabalí macho salga triunfante de la competencia de amores con un cerdo doméstico, que al revés. De unos años a esta parte, sin que nadie, o quizás pocos, lo hayan previsto, puede estar comenzando un proceso similar en Galicia. Con la recuperación de la raza del cerdo celta no solamente se ha abierto un futuro de prosperidad económica para las zonas del rural, donde se está criando en semi-libertad, también se ha abierto una puerta a la hibridación.
Cuando se realiza una actuación sobre el medio natural, en la mayor parte de los casos, se exige un estudio de impacto ambiental. Desde la administración autonómica se ha visto, y se ve, con buenos ojos este tipo de explotación ganadera. No seré yo el que diga algo en contra. No caeré en la moda urbanita de decirles a las buenas gentes del abandonado campo español cómo deben de vivir. Pero un punto intermedio será posible, pues después de tanto ejercer y cacarear la caza social y salvaje, que por estas latitudes se practica, no puedo ser cómplice, con mi silencio, del desastre genético que significaría la hibridación del salvaje y montaraz jabalí gallego. Por poner un ejemplo, pensemos que, si nuestros abuelos hubiesen sido conscientes del problema ecológico que se nos venía encima con la plantación del eucalipto, quizás se lo hubiesen pensado dos veces antes de plantar los primeros cepellones. Creo que la suelta y cría sin las debidas precauciones, a modo de cercas efectivas, puede constituir en un futuro más o menos cercano un auténtico problema ecológico.

Solución a un problema que nadie ve

Los amenazados por el terrorismo tienen que ir con un escolta por la calle, y no es culpa suya, es del terrorista. De la misma forma no se deberían dar licencias para criaderos de visón si no existen medidas de seguridad efectivas, y no es culpa de los granjeros, lo es de los terroristas ambientales. Análogamente a estas dos situaciones citadas, para la cría de cerdo celta en semi-libertad la administración debería garantizar que el vallado que se utilice impida la posibilidad de hibridación de los cerdos domésticos con los salvajes, no ya solamente por garantizar la pureza genética de ambos, sino que también la salubridad de unas carnes de producción ecológica que están empezando a introducirse en el mercado con el nombre de porco celta, y que el consumidor sabrá valorar positivamente. La sostenibilidad consiste precisamente en eso, en hacer del beneficio económico, de los valores culturales y de los ecológicos un ejercicio viable de progreso.

El corzo al final de la temporada

Hablar del final de la temporada del corzo no es situarse en febrero, a estas alturas convendría analizar ya su inmediato rececho. En febrero, los machos lucen ya sobre sus cabezas la promesa de lo que a partir de abril serán sus preciados trofeos. En mi recuerdo quedan ya lejanos los últimos lances, esta vez en modalidad de batida, que a finales de octubre he vivido tras el tragabalas, así llamamos aquí al capreolus.
Uno participa en esta caza colectiva allí donde cree que se están haciendo las cosas bien, mediante la adecuada gestión se abaten el número preciso de trofeos y selectivos en los recechos de primavera. Discrepo, al igual que lo hace más de un especialista corcero, de que las fechas en las que se desarrollan las batidas de descaste de hembras sean las adecuadas. Se deberían de trocar las que actualmente impone la administración, esto es, a principios de la temporada de mayor, por las de enero o febrero. La cuestión es muy simple, en esas fechas que propongo las corzas que deban ser abatidas ya no se encontrarán amamantando ningún corcino, por el contrario, durante los días que propone la orden de vedas es altamente probable que se esté privando, en más de una ocasión, al corcino de su protección materna. Por otra parte, me disgusta profundamente que la administración autonómica incurra en dejación de funciones al permitir que los aprovechamientos corceros se estén haciendo en algunos cotos, solamente mediante batidas. Pecan unos por acción, los cotos, y los otros por omisión, la administración, en el ejercicio de sus respectivas responsabilidades. Ambos omiten el ético deber de selección y mejora de la especie que se ejerce en el rececho. Muchos cotos usan y abusan de las batidas, cazando corzos como si de conejos se tratase, esto sumado a la nula vigilancia de ejemplares precintados en carretera, y la excesiva presión de zorros y lobos, ha provocado que el número de ejemplares haya descendido en algunas zonas, como Ancares o puntos concretos de A Ribeira Sacra, a niveles de quince años atrás. La sensación que tengo es que a la administración gallega los recechos le originan papeleo e incomodidad, mientras que con las batidas sólo es un parte por cada cinco o seis piezas. Cada vez nos complican más los recechos con extrañas directrices como puede ser la obligación de notificar con quince días de antelación la zona donde se recechará. Eso no lo puede prever ni Roberto Brasero. Es una burla a los cazadores y al sentido común. Una cosa es la caza social y sus bondades, y otra cosa es el abuso, que de no ser controlado, se hace de su uso. Cuando la tierra, como aquí en el fin del mundo, es de todos, es decir: de muchos por el minifundio y la que no es comunal. Todo el mundo opina, todo el mundo sabe, todo el mundo impone. Gestionar sociedades de caza en esas circunstancias es muy difícil, su necesaria jerarquización una auténtica tarea de titanes para los bienintencionados presidentes. Sinceramente pienso que la explosión demográfica del corzo ha cogido a muchos con el paso cambiado. Espero que la situación se enderece, porque el corzo, aunque abundante, ha ralentizado su expansión territorial en unos casos y caído en recesión demográfica en otros. Eso algo quiere decir de su uso y de su abuso. Atrículo publicado en Febrero de 2010 en la revista CAZA MAYOR P.D. Cuando ya había redactado este artículo, ha llegado a mí el testimonio documentado de un conocido montero pontevedrés, José Antonio Riveiro, quien en una reciente batida en Campolameiro sufrió el esperpento de tener que capturar con sus perros un cerdito vietnamita, de esos que están tan de moda en las pajarerías y tiendas de animales como mascotas. Si después de esto no se empieza a tomar en serio los problemas ambientales que puede generar la hibridación…¡Que Dios nos pille confesados!
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