Cordura, por favor

Llevaba ya un tiempo dejándolo correr a ver si se me enfriaba la mente caldeada por estas temperaturas del mes de agosto en esta sartén española en la que me encuentro, pero, como las circunstancias esta vez se vuelven a tornar insoportables, no me queda más remedio que soltarlo.


Comienza el asunto con el principio del verano y la llegada del calor, el campo, ese lugar en el que realizamos nuestra bendita afición, ese local, ese solar, ese recinto en el cual se desarrollan nuestros sueños, nuestros anhelos, es también el lugar donde viven nuestras especies cinegéticas, donde como decían en la escuela, nacen, crecen, se reproducen y finalmente mueren. Vamos, como si dijésemos, su casa. Esa casa que nosotros, los cazadores, nos encargamos de cuidar, cimentar sus muros para que no les robe nadie, de abastecer la despensa para que no les falte de nada y de proporcionarles abrigo para que se puedan defender. Bien, pues es a principios de verano cuando comienza el riesgo, el riesgo de incendio, el riesgo a esa política extendida en los pueblos del todo es mío, y si no lo puede ser el verano es muy largo. El riesgo de que algún descerebrado inconsciente le pegue un mecherazo al borde de una cuneta, deje caer una colilla por la ventana o encienda una barbacoa en un lugar indebido y todo, todo por lo que hemos luchado toda una vida, se vaya al garete en tan solo unas horas. Miremos hacia Alicante, el espectáculo fue dantesco, más de 50000 hectáreas arrasadas, se dice pronto, todo un señor término municipal calcinado, con más de una treintena de heridos y lo peor de todo, con pérdidas humanas. Al igual que ha ocurrido en Torremanzanas hace tan solo unos días. Hablaba con un compañero aguardista de Valencia hace unos días, me comentaba emocionado cómo había perdido la totalidad de su acotado, cómo el bosque en el que se había criado, en el que había aprendido todo lo poco que conocía de caza y de campo, había quedado reducido a cenizas en tan solo unas horas, me intentaba retratar entre sollozos el paisaje desolador que vislumbraban sus ojos y se despedía de mí con el deseo de que jamás conozca algo igual. El campo, nuestro campo, lo aguanta todo, tal vez tardará treinta, tal vez cuarenta años en volver a estar como estaba, aunque se recuperará, pero, ¿quién les va a devolver a esas familias la pérdida de esas personas por el acto inconsciente o no de algún insensato descerebrado?, ¿quién paliará ese intenso dolor, esa cama vacía? Son consecuencias, son los resultados de un acto que no debería quedar impune, que debería ser castigado severamente y repudiado por todos nosotros, un acto que con solo pensarlo se me erizan los pelos como a nuestros serranos macarenos. Un acto que al contemplarlo tan solo te queda una sensación entremezclada de rabia, odio e impotencia, algo más de esto último y un deseo imposible de que todo vuelva a ser como antes, de que todo haya sido un mal sueño, una pesadilla de la que poder despertar sudando, sudando del calor de unas llamas que arrasaron todo. Por favor, no juguemos con el fuego, porque una vez liberado no sabemos cómo puede terminar, tomemos precauciones, intentemos no encender fogatas en lugares donde exista el riesgo de incendio, usemos los ceniceros de nuestros vehículos y por supuesto, no tomemos la justicia por nuestra mano, hay muchas otras formas legales e ilegales de emprenderlas contra el vecino, pero el fuego ARRASA todo a su antojo sin discriminación alguna.
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