Noche de lobos

Avanza una tarde fría de invierno en un cortijo de cualquier sierrucha de nuestra piel de toro. Una niebla espesa y meona apaga los ruidos y esconde las almas. El pastor y su señora se van a descansar sobre su colchón de lana, con una pila de mantas para


El rebaño de merinas está en el redil una loma más allá. Apiñadas e inmóviles, apenas se siente algún estornudo o alguna cencerra. Cuatro buenos mastines y un carea lo custodian. Empapados y con caras tristes se resignan a la dura intemperie. Buscan refugio en cualquier hueco que se les brinda; un viejo bidón, el neumático de un tractor o el tronco caído de la encina que desgajó el rayo. Entrada la noche, una mirada de fuego vigila la escena sin que sus actores sean conscientes. Una vez estudiada la situación, se pone con el aire de culo y deja que su tufo lobuno llegue a los perros. La vieja mastina toma los vientos, da un profundo gruñido que rearma su entumecido cuerpo y con los demás canes, se lanza a perseguir a la fiera con ronco latido. Este huye, pero no se emplea en la carrera, se deja ver y templa el ritmo, para que no se desalienten sus perseguidores. Tras unos kilómetros de persecución van a alcanzarlo en un portillo. Dos de los cachorros y el carea no han seguido corriendo. El lobo toma un estrecho paso, ahora los lleva casi pegados al rabo. Todo es una estrategia, los domésticos, menos resistentes en la carrera, están agotados y allí está la manada entera, son más de siete. Cercan a los perseguidores y los hacen jirones en pocos segundos. Otro día será mucho más fácil, no tendrán muchas dificultades para entrar en el aprisco y matar una treintena de ovejas, solo se llevarán cuatro o cinco para comer. Los cadáveres del resto de sus víctimas yacerán desgarrados. El ganadero llama a Medio Ambiente, ellos determinan si, en efecto, han sido lobos y no perros, los autores de la fechoría. Para cobrar la subvención el pastor deberá tener un seguro obligatorio, y aun así, no cobra el valor de mercado de los animales y tardará meses en recuperarlo. Es una víctima, que paradójicamente subvenciona a su propio agresor… Vuelve así, otra vez, vuelve la lucha de poderes entre el lobo y el hombre. El lobo tiene a favor su astucia, su instinto de supervivencia y su gran capacidad de adaptación. Pero con el hombre no hay quien pueda. Sin embargo, tenemos la obligación de conservar este bien de la manera más conveniente, con férreo control de poblaciones, sabiendo que la biodiversidad es un valor importante, que bien gestionado da riqueza. Por supuesto a la cabeza debe estar la administración. Ningún particular debería tener la obligación de soportar un bien común. En principio a la caza no le produce grandes daños, excepto en los corzos, pues parece que el número de bajas que produce en el jabalí o el venado son pocas y selectivas, mejorando así la salud de las poblaciones. También es bueno para la perdiz o el conejo, pues elimina de sus áreas de campeo a los raposos, que por ser más numerosos hacen más daños. Tampoco parece justo que de un animal que no se puede cazar al sur del Duero, sean responsables los titulares de los cotos en caso de daños, en accidentes de circulación. O pertenecen a los cotos o no pertenecen. En fin, que no podemos quedarnos de brazos cruzados con una especie tan prolífica, sin enemigos naturales y con tantos problemas que ya ocasiona e irán incrementándose, si no se van tomando medidas.
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