‘Forestales’

Transcurriría el año 1978. La verdad es que no lo recordaba, pero cuando uno se va haciendo mayor valora las fotos de la época de niño. Y máxime si éstas guardan el que, probablemente, es mi primer recuerdo cinegético.


Eran Los Quintos de Mora, finca emblemática de Los Montes de Toledo, propiedad pública del Estado y que durante décadas se convirtió en modelo, referencia, aprendizaje de cazadores y centro de visitas para todo tipo de personas que amaran la naturaleza. Todavía recuerdo quedar embobado varios minutos ante una cierva blanca disecada. Qué pena que todo aquello se cambiara por centro de reuniones del más alto secreto, donde, imagino yo, los más importantes políticos del mundo mundial se tumbarían en sillones con los pies encima de la mesa. Al caso. En ese baúl de los recuerdos, encontré una fotografía de la primera montería a la que mi padre me llevó. En la misma, aparezco con uno de mis hermanos y con el hijo de un perrero portando éste un rayón vivo. De pronto reviví cada minuto de ese día. Estábamos cerca de la suelta y aquello me produjo una sensación solamente comprensible por quienes hayan sido inoculados por este virus que los cazadores tenemos. Seguramente el paso del tiempo, sólo detenido por el maldito periodo de la pubertad, no fue capaz de encontrar antivirus a tan bella enfermedad. Además de las emociones cinegéticas, con aquél guarro que se nos coló, con las carreras de las rehalas tras los venaos, con el silencio obligado por el Sr. Clodo y con el buen taco que La Sagrario nos preparaba, recuerdo como si fuera hoy mismo la visita del forestal, del gran Mere, al finalizar la montería. Mucho más allá de la amistad familiar que nos unía a él, mi padre siempre nos inculcó la necesidad de respetarles, por ser toda una autoridad. Respeto bien ganado por su experiencia, sus conocimientos camperos, y porque eran agentes colaboradores de cazadores y de propietarios. En su sitio, pero colaboradores. Año 2010. Comarca de Oropesa, un poco más arriba de los Montes Toledanos. Finca de Caza Mayor. Septiembre, mes de berrea. Sitúense por favor. Un helicóptero sobrevuela prácticamente toda la comarca a tal altura, que incluso creo que llegan a cosechar algún trigal dejao pa las reses. Año 2011, en la misma comarca, tres agentes entran, sin avisar a nadie, en una finca saltándose la valla y recorriendo cada metro cuadrado buscando una coscoja cortá, un camino repasao sin permiso, una jara roturá o no sé qué diantres. Qué paradoja. Treinta años más tarde de aquél, mi primer recuerdo, a los forestales, reconvertidos en Agentes Medioambientales, se les dota de una figura legal que ya ostentaban en reconocimiento: agentes de la autoridad. Además del daño a cazadores y, sobre todo a propietarios y titulares de cotos, existen dos razones por las que estas injusticias deben ser paradas por el gobierno de turno: la primera los cientos y cientos de agentes que hoy aún son absolutamente profesionales y que pagan los excesos de las nuevas generaciones. La segunda, que los excesos de celo no producen sino el efecto contrario en el contribuyente. Tome nota Sra. Cospedal, coja el toro por los cuernos incluso antes de que llegue a eral, no le pase lo mismo que a su antigua compañera, Esperanza Aguirre. Pregúntele, pregúntele.
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