La caza social

Viene siendo habitual el oír que la caza social es la única forma de presentar nuestra actividad ante una sociedad cada vez más radicalizada en nuestra contra. Este contenido social es el que será garante de nuestra permanencia en el tiempo, que de otra manera irá corriendo en nuestra contra hasta acabar con esta arcaica dedicación.


La verdad es que desconozco el significado fiable de la expresión “caza social”, porque nadie me lo ha definido con exactitud nunca, pero a tenor de lo que voy percibiendo creo entender que esta forma de caza es la que se practica por grupos o asociaciones de personas que se unen para el fín común de cazar, pero siempre dentro de unos esquemas de gestión y de práctica de la caza, con unas normas que emanarían de las más básicas prácticas democráticas, como en cualquier grupo de intereses comunes. Es decir, totalmente al contrario de otras formas más personalistas e individuales, donde tan sólo aparece una sola persona o un muy reducido grupo de ellas, como beneficiarios de ese bien que pertenece a toda la sociedad, como son las especies animales y en concreto las de interés cinegético. Aquí encontramos el primer escollo. Hay algunos que no entienden que un bien común limitado sea aprovechado sola y exclusivamente por un reducido número de personas sin compartirlo. Existen muchos bienes o recursos (llámese como se quiera) que siendo de interés general se disfrutan por unos pocos, con unos consumos de bienes comunes y escasos, enormes, y nadie pone el grito en el cielo. Los combustibles fósiles, recurso universal limitado y carísimo, se dilapida en los grandes e ineficientes vehículos de gran potencia y nadie dice nada. Hasta miramos con envidia a su conductor. Pero si hablamos de caza eso no se ha de permitir. ¿Cuál es la base del razonamiento? porque no lo entiendo. Si hablamos de vivienda, producto que consume grandes cantidades de recursos, muchos de ellos naturales, como por ejemplo el suelo, nadie intenta imponer la norma de que cada persona haya de tener un número limitado de metros cuadrados, con lo que podemos ver familias numerosas hacinadas en unas pocas decenas de metros, y por otro lado habitantes solitarios de inmensas mansiones. La verdad es que no llego a entender como esto es lo considerado políticamente correcto. Parece que ésta será la forma en que nos quieren conducir para justificar nuestra afición, y la reunión de un grupo de amigos para cazar en cualquiera de las modalidades de caza colectiva que existen –monterías, ganchos, batidas, tiradas, ojeos, caza menor en mano, etc.-, pero eso sí en terrenos que no son de todos los asistentes, y bajo las órdenes de uno sólo de ellos, generalmente el titular o propietario, no se considere caza social. ¿No es un grupo de personas cazando en un auténtico evento social en que se comparte entre muchos el bien? ¿No se conducen todos bajo unas normas comunes? ¿Cuáles son esas diferencias que la hacen ser otro tipo de caza? Hagamos un breve repaso. La denominada caza social se fundamenta generalmente en sociedades cinegéticas que a través de la gestión de terrenos de caza, permiten a cierto grupo de gente que pertenece a esta entidad y acepta sus normas internas, practicar su afición con un coste reducido o razonable y asequible a las economías modestas. La gestión se dirige por una junta directiva elegida democráticamente, siendo ellos los que asumen esta responsabilidad. Hasta ahí nada que decir salvo dos puntualizaciones. Existen sociedades de cazadores de muy alto nivel económico que funcionan de la misma manera, pero veo que los que comandan este movimiento pro caza social los dejan de lado y no los incluyen entre sus consideraciones. ¿Será que la caza social para ser realmente social sólo ha de pertenecer a las clases sociales menos favorecidas? ¿Y que tendrá que ver el nivel económico para que alguna actividad sea social o no? porque hasta donde yo sé las capas sociales más altas también forman parte de la sociedad y cumplen con sus obligaciones igual que todos. En segundo lugar, veo que la caza social es el caldo de cultivo ideal para que ciertos individuos de no muy honrada ejecutoria medren a su antojo a costa de los demás. Me refiero a esos que existen en casi todas las sociedades de cazadores que protestan por todo, no colaboran en nada, no se implican en nada y si pueden se la pegan a sus compañeros sobrepasando los cupos de capturas, abatiendo especies en épocas inadecuadas, etc. O aquellos otros que a pesar de pertenecer a la asociación cazan aisladamente sin compartir la compañía de nadie, generalmente por motivaciones egoístas, cosa que me parece la antítesis de lo perseguido, hasta el punto de haber conocido individuos que por su manera de actuar se les ha llegado a designar con apodos bastante graciosos, como aquel al que llamaban “El Llanero Solitario”. Es decir, unas auténticas joyas de la insociabilidad, que por paradojas de la vida son los que más necesitan de esta alianza para aprovecharse desmedidamente de ella, en detrimento del prójimo. Esto en la otra caza, la no social, no ocurre y si ocurre se da una sola vez, porque es más difícil pasar desapercibido y automáticamente el infractor –que podría serlo únicamente ante normas privadas del titular del coto- es expulsado del grupo, eso sin hablar de que al ser compañeros de caza voluntarios y no forzosos, el comportamiento es distinto, porque el compañero que se tiene al lado es un buen amigo no impuesto por la asociación, y por otro lado no vamos a faltar al anfitrión que nos acoge en su casa. Y digo yo, ¿que me importa a mí y a la sociedad en general que existan individuos de esta calaña entre las asociaciones de cazadores? Me parece haber oído que una de las ventajas de este tipo de caza asociativa, es que la normativa legal se observa con mayor rigor y que la gestión del recurso natural se hace con mayores medios y responsabilidad. No voy a ser yo quien diga donde se observan más este tipo de hechos, pero de lo que creo estar seguro es que al amparo de grandes grupos sin nada en común más que el cazar más barato, esto es mucho más frecuente. Como dije antes en un grupo de amigos que acuden a cazar a un terreno de titularidad privada los componentes del grupo son escogidos, mal o bien, pero escogidos, y por tanto más o menos homogéneos en características personales, y con muchos más vínculos en común que tan sólo la acción de cazar. En una asociación de cazadores no se puede escoger normalmente a los socios y hay que permitir la entrada a cualquiera que cumpla los requisitos básicos, que muchas veces tan sólo se refieren al lugar de nacimiento o poco más, por lo que aquello se puede convertir en un nido de avispas. También se suele argumentar que por simple adición de muchos pequeños excedentes de recursos económicos a través de las aportaciones individuales en concepto de cuota de afiliación anual, se puede llegar a conseguir una importante masa dineraria que permite llevar a cabo medidas de gestión que de forma individual serían impensables. Hasta aquí todo es correcto, lo que ocurre es que habitualmente no veo que se dediquen a lo que en mi modesta opinión se debiera. No suele existir formación alguna, no veo la colaboración de auténticos profesionales que definan y monitoricen una verdadera gestión de un recurso natural renovable con un auténtico plan -no con el que la administración nos pide-, no veo que se invierta en adecuar el medio ante las múltiples agresiones que sufre, y muchas otras cosas básicas. Sólo veo que se gasta el dinero en repoblar y repoblar indefinidamente, en poner comederos y bebederos y otras aberraciones por el estilo. Casos de asociaciones de cazadores ejemplares y que son totalmente opuestas a lo referido hasta aquí existen, y sin pensarlo mucho me viene a la mente la del Concejo de Valdés, en Asturias, que gracias a los esfuerzos de Gerardo Pajares y su junta directiva está a años luz de lo habitual, pero no es la norma.
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